Da igual la nacionalidad de las películas que aspiran a llevarse las Harimaguadas del 13º Festival grancanario. Lo mismo ocurre con los honores que arropan y justifican su presencia en la sección a concurso. Salvo excepciones contadas, tres a lo sumo, la geografía del dolor, el unipersonal y colectivo, el explícito y el silencioso, campa a sus anchas por la oficial del certamen. Ayer pasó por los Monopol Malaventura (México, 2011), de Michel Likpes. Aquí el dolor se asocia a la memoria a través de un personaje al que le sobran diálogos para hacer cómplice de su agonía callejera a quien se asome a este fresco. En su favor, una fotografía convincente (en un símil futbolístico, como cuando se menta al portero como el mejor del equipo) y un metraje que no excede de los 70 minutos.

No hace falta mucho más para intuir un discurso narrativo que provoca y proyecta una sensación de depresión colectiva, de angustia que se repite fotograma tras fotograma. La ópera prima de este joven realizador buscar huir de lo obvio, según cuenta y así lo refleja, al retratar el callejero de México D. F. por el que su personaje, el anciano que interpreta Isaac López (su gesto es ya un drama) transita. No sabemos si en posición de huida o regreso, o en busca del fin que preside la cinta desde los primeros diez minutos, a cámara fija, mientras el hombre se despereza. El primer largometraje de Lipkes bien podría situarse en la estela, o en la misma unidad del dolor donde se alongan otras películas a concurso, como la alemana Stopped on Track, de Andreas Dresden; la rumana Best Intentions, de Adrian Sitaru; o la también experimental Ensayo final para una utopía, la única cinta española en la sección oficial, de Andrés Duque.