El realizador portugués Miguel Gomes (Lisboa, 1972) hizo buenos los pronósticos al lograr que su película Tabú figure entre los títulos premiados por en el 13º Festival de Cine de Las Palmas de Gran Canaria. Es la segunda Lady de Plata que recibe del certamen canario tras haber logrado este mismo galardón en 2009 con Aquel querido mes de agosto. Gomes, que estuvo hasta el pasado miércoles en el Festival, mantuvo una entrevista con este periódico en un descanso entre proyecciones, en la que habló de las formas de su cine, y por supuesto de Tabú.

"Soy como un coleccionista que salgo a rodar todos los días sin pensar que voy a hacer una película, tengo el deseo de filmar cosas muy distintas, y hay un proceso en el trabajo, y un momento donde todo ese material toma un sentido. Pero antes es un periodo de coleccionismo, es el deseo no de filmar una película en abstracto".

Con el título prestado de la última película de Murnau al no poder llamarla Aurora, el nombre de la protagonista ya que "un director hizo otra que se llamaba así y no me parecía bueno jorobar a un director joven", Tabú es un relato en dos episodios bien diferenciados "sobre las cosas que desaparecen: el tiempo y la memoria".

Sin automatismos

El director portugués sostiene que para reforzar estos conceptos "busqué las sensaciones de un cine extinto como el mudo y el clásico, como el americano de los años 40 o 50, como Mogambo." Unos referentes que llevó a su terreno y a las condiciones en que se hizo la película. "No se puede hacer de forma automática porque no estoy en Hollywood e imitar ese modelo es un error", subraya Gomes. Tabú tiene una estructura narrativa que se aleja de los formatos tradicionales. El director reconoce que "es un poco rara porque los personajes en la primera parte hablan muchísimo, hay mucho diálogos, y de la estructura del cine mudo se trabajaba mucho con oposiciones binarias, la sombra y la luz. Y los de la segunda no hablan".

Si en la primera parte de la cinta, la galería de protagonistas se apoya en personajes mayores entre 60 y 80 años, en la segunda se apuesta por roles mucho más jóvenes. Una licencia con la que Miguel Gomes juega con los tiempos de la vida. "Son un poco el tempo de la vejez, la juventud, la soledad, el amor, todas esas oposiciones que intenté trascender para esta película", subraya el realizador luso. La película fue una experiencia en todos los sentidos. A su juicio, "Los actores fueron increíbles en generosidad con el trabajo porque no sabían en qué escena iban a actuar".