Cada mañana cuando se levanta Jaime Rodríguez García, a sus 83 años, mira al cielo. Una vieja costumbre que le recuerda su trabajo de aguador y encargado de los pozos de agua de Tetir y La Matilla. "Pasé muchos trabajos en el pozo de Tetir, tenía 82 metros de profundidad y dos galerías, y a cada rato se rompía la bomba y había que meterse dentro. Las fugas se arreglaban con gomas o sogas porque no había ni tornillos", recuerda Jaime. En sus tiempos como empleado municipal desde los años 1963 hasta 1993 vivió cientos de anécdotas para que el agua llegara desde la Vega y hasta los depósitos del barrio de La Charca. " Una tubería llegaba desde La Matilla por el valle de Tamariche y se juntaba con la de aquí hasta Puerto. De allí se bombeaba incluso a la plaza de la iglesia, donde había varios chorros y los aguadores llenaban bidones y repartían con los burros y a hombros por las casas", rememora.

En años de sequía extrema los pozos y las fuentes naturales de la zona fueron el único recurso de subsistencia para los majoreros.

No obstante, Jaime añade que la cantidad de agua de los pozos era muy escasa para abastecer a toda la población de la capital, y por último el agua, que era bastante salobre, se destinaba a las dos fábricas de bloques de la capital.

Durante tantos años como empleado municipal pasaron hasta siete alcaldes y "se vivieron muchas necesidades, y el que hacía una cata y salía agua era rico. Yo mismo tengo un pozo de mi casa de Tetir y gracias a él plantaba alfalfa, y de todo en mi gavia para casa".

Rodríguez lleva 58 años casado con Catalina Cabrera de León, de 80 años de edad, y juntos viajaron a Tenerife, donde el majorero trabajó en una finca como agricultor, y posteriormente se empleó en Correos como cartero rural en La Laguna. Luego, en los años 60 regresaron a Fuerteventura y se estableció en Tetir para trabajar como aguador y jardinero.

Cuando llegó su jubilación en agosto de 1993 recibió un homenaje del Ayuntamiento portuense y en el parque infantil de la Vega luce su placa honorífica.

Ahora cuando regresa al pozo después de 20 años el aguador confiesa que el paisaje rural ha cambiado radicalmente. "Todo está casi irreconocible, la casa del pozo está restaurada, han hecho otra de piedra y ahora lo han vallado. El barranco y el valle se ha llenado de viviendas, antes estaba pelado; aunque sigue ahí la casona grande de piedra pegada al viejo aljibe.

Este vecino ejemplar añora de aquellos tiempos la vida alegre en el campo y el trato amable entre los vecinos, "aunque ahora hay más comodidades". En la actualidad el pocero ha dejado con nostalgia su hogar de la Vega para residir en Los Estancos junto a la familia.