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Una princesa de 102 años

Carmen Fajardo tuvo 11 hijos, 25 nietos y 28 bisnietos y reside en la misma vivienda desde 1940 - A pesar de su edad tiene una memoria prodigiosa y una solidaridad infinita

Carmen Fajardo Gonzáñez sentada en la fachada de su casa en el barrio de La Montañeta, en Villaverde. FUSELLI

Tan solo se toma una pastilla al día para controlar su tensión a pesar de tener 102 años recién cumplidos. No sabe lo que es el colesterol, ni el azúcar, ni la pérdida de memoria, ni tan siquiera otras patologías propias de la edad. Tan solo se queja de que se asfixia un poco al caminar como consecuencia de la acumulación de líquido en los pulmones. Las ganas de vivir de Carmen Fajardo González (Villaverde, 1913), levanta no solo admiración entre sus vecinos y su amplia familia, sino también en este periodista al comprobar no solo la memoria prodigiosa que aún atesora sino sus enormes sentimientos. Es la abuela Carmen, la mujer de Fulgencio, el de La Montañeta.

La historia de Carmen está marcada por la época de la Fuerteventura del hambre y la miseria. Conoció a su marido Fulgencio Umpiérrez Viera en los bailes que se hacían los fines de semana en el Casino Viejo, en Villaverde, y Casa Padilla, en La Oliva. "Tuve muchos pretendientes, entre ellos, uno que llamaban Capullito, pero no me gustaban. Solo me fijaba en Fulgencio que me enamoró al segundo baile", afirma con rotundidad. Además, añade, que "mi padre no me dejaba ir todos los sábados al baile. Nos decía a mi hermana y a mí que estábamos como las cajas de turrones de fiesta en fiesta, y entonces solo nos dejaba ir cada 15 días".

Los bailes de entonces eran de cuerda con timples, guitarras y violín. "Antes sí se bailaba bien, no como ahora que no hacen sino pinchar y dar brincos. A mí me gustaba mucho bailar. Fulgencio se defendía, pero no era su pasión. Yo lo enseñé. Me llevé muchos pisotones de él, pero no me quejaba porque me gustaba mucho. ¡Ah!..,Y yo a él también, póngalo ahí. Estaba enamorado de mi como un cazón. A los tres años de hacernos novios nos casamos en La Oliva", señala Carmen con precisión.

De aquel matrimonio nacieron 11 hijos: Pepe, Carmela, Virgilio (fallecido), Vicente (fallecido), Félix (fallecido), Rita María, Agapito (fallecido), Lola ( fallecida), Inés, Paco y Fulgencio. "A pesar de las miserias de aquella época nunca les faltó un plato de comida. Nunca", asegura con orgullo.

Su marido se dedicaba a todo tipo de trabajo para poder sacar adelante a la familia. Fue marchante de ganado desplazándose por toda la isla para comprar cabras, ovejas, burros o camellos, que luego revendía. Fue capataz de una empresa que sacaba picón en la Montaña de La Arena con un salario de tres pesetas diarias. También arrancaba sementeras en los años buenos. "Montamos una panadería en 1943 cuando vino un destacamento de soldados a La Oliva. Me levantaba de madrugada para amasar e incluso estuve hasta tres días sin dormir porque teníamos que cumplir con el encargo de los militares. Fue una época muy dura", afirma Carmen. Además, recuerda, cuando se ponía a calar, "lo hacía de madrugada porque luego tenía que dedicarme a la casa, a los chiquillos y a labores del campo. La verdad es que no quiero acordarme de aquello porque me dan ganas de llorar".

En aquella época de penurias, Fulgencio y Carmen deciden trasladarse hasta Las Palmas de Gran Canaria en busca de una mejor calidad de vida porque en Fuerteventura no había futuro y estaban condenados a la miseria. El suegro los llevó en camello hasta Puerto Cabras para coger el barco. "Llevaba a mi hija Carmela en brazos y Fulgencio al otro. La camella iba cargada con algunas maletas y cajas con la ropa. Fue muy duro dejar atrás a tu tierra y la familia, pero había que escapar del hambre".

Desde la isla de Gran Canaria su marido se fue a la Guerra Civil y ella tuvo que dedicarse de lleno a los dos hijos que tenía en ese momento. Dejaba a los pequeños con su suegra e iba a buscar plátanos a un almacén en Las Alcaravaneras. "Nos costaban los veinte kilos una peseta. Los cargaba a la cabeza y me iba a mi casa en Schamann. Sufrí mucho porque apenas podía con el peso. Tanta miserias pasé en aquella época que aborrecí los plátanos", afirma Carmen.

El regreso a su isla natal tampoco fue fácil. "Todo estaba racionado, Teníamos que sacar unos cupones y entregarlo en la tienda de Marcial Martín, en Villaverde, o Félix de León, en La Oliva, para poder comprar medio litro de aceite, medio kilo de azúcar o cinco kilos de millo al mes. Fue una etapa muy dura que no le deseo a nadie y que ojalá no vuelva nunca más"

Devota

En su vestido luce un escapulario de Sor María Jesús y una pequeña imagen de La Milagrosa. Es una mujer muy devota. En su cama de hierro forjado cuelgan varios rosarios que le han ido regalando. Una imagen del Cristo preside su cabecera y en el resto de la habitación varias figuras de diversos santos cuelgan en las paredes. "Rezo varias veces al día el Rosario. Primero en recuerdo de mi marido, luego le corresponde el turno a cada uno de mis hijos muertos. Cuando termino con ellos empiezo con otros difuntos de la familia y termino rezando por todos aquellos que no tienen a nadie que se acuerde de ellos", afirma Carmen en un gesto de bondad y solidaridad infinita.

La primera vez que acudió al hospital tenía 92 años por una neumonía. El personal sanitario se volvió loco tratando de encontrar la historia clínica de Carmen que no aparecía en los archivos, hasta que descubrieron que nunca antes había acudido al centro sanitario.

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