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Las promesas se cumplen en La Peña

La romería en honor a la Virgen de la Peña se realiza en Fuerteventura desde finales del siglo XIX

Dos peregrinos ante la imagen de la Virgen de la Peña colocada en el pórtico del santuario. CARLOS DE SAÁ

Cuando llega el tercer sábado del mes de septiembre, los majoreros encaminan sus pasos hacia la ermita de la Virgen de la Peña, en la Vega de Río Palmas. Para Fuerteventura, la festividad de su patrona es mucho más que un acontecimiento religioso, en realidad esta fiesta hunde sus raíces en su patrimonio y en esa historia densa, entretenida, enriquecida con las leyendas que rodean a una pequeña imagen de alabastro, de apenas 23 centímetros, que fue a esconderse entre unas rocas en el barranco de Malpaso.

María de la Peña Santana González nació en ese camino que lleva hasta la iglesia de la Vega. Como hacía cada año su madre salió de su casa en Corralejo dispuesta a cumplir con una promesa. El viaje lo hizo en la 'minerva' de Vicente Estévez, uno de los primeros taxis que prestaron servicio en la isla en la década de los años cincuenta. Venía a La Vega embarazada y acompañada por su tía Luisa, Bartolo, Antoñera y Manuel Calero, vecinos que se unían en esta habitual peregrinación.

Tal y como lo recoge la investigadora Concha Fleitas, en un amplio trabajo sobre la memoria oral: "Estando ya en la función religiosa, Matilde sintió los primeros dolores, que anunciaban la inminencia del parto. Lo comunicó a su tía Luisa y a Vicente, el taxista, que decidió volver a Corralejo cuanto antes".

La hija de Matilde escuchó muchas veces a su madre y a su tía relatar con todo lujo de detalles todo lo que sucedió ese día. Los nervios de la gente, del resto de peregrinos que no se esperaban tropezar con una situación como ésa en mitad del camino. Justo a la salida de La Vega, cerca de la presa de Las Peñitas tienen que detener el coche. La niña no quiere esperar más. Como no llevan nada, ni siquiera un cuchillo con el que poder cortar el cordón umbilical, Vicente rompe el espejo retrovisor de su flamante minerva y pueden al fin entregar a la pequeña María de la Peña a su madre. Envuelta en una toalla, y con la alegría de todos los que se vieron involucrados en este feliz acontecimiento regresaron a Corralejo.

Matilde González nunca renunció a esta cita anual con la Virgen de la Peña, cuando ya se encontraba mal de salud pidió a su hija que siguiera cumpliendo con la promesa dada.

Los pequeños y grandes sucesos que rodean ese viaje hasta La Vega forman parte de la memoria colectiva de Fuerteventura. La historiadora Rosario Cerdeña se hace eco en un libro sobre la Virgen de la Peña de la importancia de estos testimonios.

También hay que mencionar el valioso trabajo de Fleitas Perdomo, en el que recoge los avatares de un gran número de personas mayores en su reiterado intento por cumplir sus promesas. Como la difícil travesía que supuso para doña Antonia Castro Viña salir de la Caldereta y llegar hasta La Vega, pasando por Vallebrón: "Siendo muy jovencita estuvo enferma y al curarse acudió con su tía a cumplir la promesa que había hecho a la Virgen. Cuenta que el camino le pareció muy largo, atravesando por Tindaya, Tefía y el Chorrillo. Al llegar, pudieron descansar antes de pasar a la iglesia. El camino de regreso lo hicieron bajando por Casillas del Ángel a Puerto Cabras para coger el camino viejo de La Caldereta. Ir y volver andando, con alpargatas, recién salida de una enfermedad, fue una experiencia dura que no volvió a repetir".

En este relato detallado y curioso, Antonia también se refiere a esas otras romerías en las que también participó y de la que guarda un mejor recuerdo. Como aquella en la que junto a su madre también las acompaña "la tía Juana, Mª Mercedes, Adolfina, Tomasa Viña..."

De comida llevaban queso y viejas asadas y de las higueras de Cosme, cogían fruta, cuando tenían. En La Vega cumplían con lo prometido, se quedaban a dormir y con las alforjas de los burros llenas de pírganos, escobas o baleos regresaban a casa.

El largo camino daba para mucho, y ella se acuerda de las risas y de los chistes que contaba su tía Juana, convirtiendo aquel viaje de vuelta en una gran fiesta.

Promesas de marineros

En la obra de Cerdeña también se hace referencia a la variada presencia de romeros que acuden desde cualquier punto de la isla y de la vecina Lanzarote a cumplir con la patrona de Fuerteventura: "Llegaban formando parrandas y desplazándose a pie o a lomos de camellos y burros. Estos grupos al llegar a la ermita ataban los animales en las paredes cercanas o en el barranco, visitaban a la Virgen y descansaban en las celdas de los peregrinos". Una de estas habitaciones construidas para que se alojaran los romeros se denominaba "celda de los conejeros", porque era ocupada por los romeros procedentes de Lanzarote.

La mayor parte de las promesas que se hacían se relacionaban con la cura de enfermedades, o bien en el caso de los marineros después de haber salido ileso de algún naufragio. Y así se cuenta la historia de un pescador que salvó la vida, tras el hundimiento de su embarcación, y fue de rodillas desde el Morro de El Mojino hasta el altar de la Virgen.

Seguramente en ningún otro lugar del mundo, salvo en Fuerteventura, una figura tan pequeña, de apenas 23 centímetros de altura, ha logrado mantener y tal vez acrecentar la devoción unánime de tanta gente con su patrona. Tal vez la respuesta habrá que buscarla en las numerosas leyendas y en la memoria colectiva que rodea los pasos de esta imagen de alabastro.

Dos fiestas y una romería

Los habitantes de Fuerteventura siempre han mostrado un especial interés por organizar ceremonias y fiestas en honor de la Virgen de la Peña. Tal y como recoge la historiadora Rosario Cerdeña:" durante los siglos XVII al XIX eran relativamente frecuentes las procesiones y rogativas, en las que se imploraba la ayuda de la Virgen ante calamidades como las sequías o las enfermedades, o bien se le agradecía el auxilio prestado en alguna de estas situaciones". De hecho fiestas en honor a esta imagen no sólo existe una, sino dos, además de la romería que se fijó en el tercer sábado del mes de septiembre desde el siglo XIX.

La fiesta más antigua en honor de la Peña es la que se celebra el 18 de diciembre de cada año, día de la Expectación. Su celebración aparece registrada documentalmente desde el año 1599, aunque es muy posible que ya se celebrara con anterioridad a esa fecha. Los gastos de la misma eran sufragados por el mayordomo de la ermita.

A esta celebración acudían, además de las autoridades civiles, militares y religiosas, numerosos fieles de toda la isla. Sin embargo, al tener lugar esta festividad en invierno, se producían enormes contratiempos. En los años húmedos se reducía enormemente la presencia de fieles, debido a que las lluvias impedían acudir a la celebración, al quedar intransitables los caminos. "Además", señala Cerdeña, "cuando llovía había que realizar diversas faenas en el campo para asegurar una buena cosecha, y todo ello dificultaba la asistencia a la fiesta".

Estos inconvenientes llevaron a las autoridades religiosas de la época a solicitar al Obispado el cambio de fecha. La petición se realizó en 1716, meses después se autorizó trasladar la fiesta al día 5 de agosto.

Lo simpático de este asunto es que la celebración de diciembre no se suspende, sino que se mantiene en el tiempo, y así la Peña tiene dos fiestas y una romería, que también con la debida autorización del Obispado se celebra cada año, en el mes de septiembre, desde la década de los años ochenta del siglo XIX.

A partir del viernes, los majoreros tienen una cita ineludible con su Patrona: la Virgen de la Peña.

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