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47 Soul, sorpresas en el escenario chico

Los buenos tiempos de la Baobab han pasado, pero queda su elegancia en escena

47 Soul, sorpresas en el escenario chico

El Womad esconde siempre algunas sorpresas y en la primera noche de conciertos en la playa de Gran Tarajal hubo que buscarlas en el escenario B. La carpa "chica", como la llaman en Fuerteventura, se hizo grande desde que sonaron las primeras notas de sintetizador de 47 Soul, el cuarteto de Oriente Medio que tan pronto hace evocar un cuento de las Mil y una noches como pone a bailar al público con un ritmo frenético y contagioso. Su sonido se ha bautizado como dabke-árabe y fue lo más novedoso y original en el arranque de esta edición del festival de las músicas del mundo. Los miembros de 47 Soul proceden a Palestina, Jordania y Siria, y aseguran tener sus raíces en el territorio de Bilah Al-Sham, que abarca lugares tan interesantes en lo histórico y en lo musical como Galilea, los Altos del Golán, Ammán o Ramallah. Ahora, como sus lugares de nacimiento no están precisamente para reunirse a ensayar (en el concierto hicieron un simulacro analógico de bombardeo aéreo), están afincados en Gran Bretaña, donde también han conquistado a un amplio grupo de seguidores. Con instrumentos tradicionales de percusión, una guitarra eléctrica, cajas de ritmos, sintetizadores y cuatro voces que se alternan casi a la perfección, 47 Soul ofreció una hora de música árabe embriagadora. Con lo que se demuestra una vez más que la electrónica y los ritmos étnicos pueden formar un buen matrimonio siempre que la mezcla no se convierta en un pastiche.

Las otras sorpresas del escenario chico las dieron los peruanos Novalima y, en menor medida, el guitarrista valenciano Diego García, El Twanguero. La banda sudamericana arrancó a todo gas y no echó el freno hasta el final, cuando intentó hacer subir al escenario a todas las chicas del público que estuvieran dispuestas a bailar una cumbia muy particular. Novalima es otro grupo que pasa por el filtro electrónico casi todos los sonidos de América, pero también se atreve con lo que llaman música afro-peruana, otro descubrimiento para el aficionado. Lo que queda de la primitiva comunidad africana en Perú, que primero cruzó el Atlántico en barcos negreros y luego cruzó los Andes o el Amazonas huyendo de la esclavitud, es una minoría discriminada que busca la supervivencia de sus raíces musicales. El grupo, formado por siete músicos y una cantante, mostró dos instrumentos la mar de curiosos, la cajita, que produce un golpe de percusión al abrir y cerrar, y la quijá, una mandíbula animal larga del que también sacan sonido.

El Twangero apareció sobre el escenario con una chaqueta larga y en algunas canciones hizo recordar al gran Willy de Ville o al primer Peter Green. Diego García es un virtuoso de la guitarra y experto en la técnica del fingerpicking, una variante del blues y del folk del Sur profundo de Estados Unidos, pero también puede arrancarse con un tango o cualquier palo de flamenco. De hecho, ha sido músico de acompañamiento de gente tan dispar como Raphael, Andrés Calamaro, Juanes o Diego El Cigala. Su versión del mambo 'Oye como va', más cercana a la de Santana que a la pieza original de Tito Puente, fue la canción más conocida de la primera noche del Womad majorero.

En el escenario principal fue todo más previsible. Red Beard, el proyecto del grancanario Jaime Jiménez, tuvo el dudoso honor de abrir el Womad 2015, pues a las seis de la tarde había poco público. Hizo un buen concierto de blues, profuso en guitarreos afilados, que hubiese lucido mejor por la noche. El grupo majorero Limando ya se encontró la playa algo más llena y ofreció diversión a través de un mejunje de ritmos pegadizos, coreografías y lanzamiento de confetis (¿se habrán copiado de The Flaming Lips?), lo justo para calentar el ambiente, pero poco más. El primer gran momento del Womad se produjo con la entrada al escenario del nigeriano Orlando Julius, soplando el saxo durante una eternidad. Su sola presencia ya invitaba a acudir a Gran Tarajal y no defraudó, aunque mejor la segunda media hora, cuando puso a la banda The Heliocentrics a practicar el afrobeat que le hice célebre hace cuarenta años. El músico nigeriano sigue en forma, y si no estaba allí su corista para moverlo por el escenario con sus insinuantes contoneos de pelvis y cintura. A la cantante y bailarina de Julius se le quedaba pequeño el escenario y, entre tanto hombre, como también hizo la solista de Novalima, lanzó el grito de "mujeres al poder".

Y es que el Womad, además de un encuentro de las músicas del mundo, es una espacio para la reivindicación y la protesta contra las miserias de este planeta, como la violencia contra las mujeres. El Manifiesto de este año hizo hincapié en ello y clamó contra el machismo global. "Basta ya de feminicidios, basta ya de asesinatos a las mujeres, basta ya de terrorismo machista; este es un problema que nos atañe a todos, no lo olvidemos tampoco esta noche", gritó el timplista majorero Althay Páez, desde el escenario.

Tras otro concierto tirando a regular de La Sra. Tomasa, mucha tralla con poca sustancia, llegó el turno de la otra gran atracción de la primera noche del Womad, la Orchestra Baobab, otra legendaria banda de Senegal que en la década de 1970 dio a conocer la música africana en todo el mundo. Evidentemente, los buenos tiempos de la Baobab ya pasaron, pero queda su elegancia en el escenario y sus ganas de seguir mostrando al mundo los ritmos afrocubanos que la hicieron célebre.

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