A través de mi Smartphone conectado a Facebook me entero del fallecimiento de Gerardo Jorge Machín a través del 'muro' de su sobrino Moisés. Vivimos en una época en la que recibes al instante noticias que te dejan helado, en estado de shock y aturullado por la lluvia de recuerdos y sentimientos agolpados en unos segundos porque tu mente deja de prestar atención a lo que estabas haciendo para rememorar aquella persona que durante años, décadas, supuso el contacto de Fuerteventura con el resto de las islas y también del mundo, sobre todo cuando comenzó a trabajar como corresponsal de Televisión Española.

Supongo que los compañeros en la isla glosarán su trayectoria. Personalmente, esta noticia me ha hecho recapacitar sobre lo duro que era trabajar como informador en un país donde la censura imperaba, sin apenas medios para poder comunicar y, sobre todo, en islas en las que todo el mundo se conocía y todos los secretos se cubrían con un silencio ensordecedor. Algo similar me sucedió cuando falleció otro gran periodista de Lanzarote, Guillermo Topham (Guito), ambos amigos y colaboradores a quienes admiré, incluso antes de que me dedicara al periodismo, cuando compartían con mi padre sus crónicas en Radio Atlántico.

Gerardo y Guito, junto a otros pocos, dieron voz y luz a la realidad de sus islas, mantuvieron su compromiso diario y solitario con las noticias para crear titulares en 'sus' páginas de islas y en ocasiones en las portadas. Crearon sus medios locales y colaboraron con los de la capital provincial, particularmente en El Diario de Las Palmas y La Provincia, primero por carta, a través del teléfono, o con los teletipos que instaló la empresa en sus casas. Así eran las noticias entonces. Una lucha -pagada con poco dinero- para poder superar la censura (primero) y las 'noticias importantes' (en segundo lugar) y encontrar hueco para decir que se asfaltaba una pista o llegaba el agua a un pueblo, cuando las carreteras de la isla finalizaban en Gran Tarajal y el agua se llevaba en camiones cisterna para llenar los algibes o depósitos de los que residían lejos de la capital. Un agua que llegaba a la isla en barcos cisterna. Cosas del pasado reciente que tan rápido olvidamos.

Una época en la que la luz de Mafasca iluminaba la noche en los caseríos aislados que formaban los pueblos solitarios (ocultos durante siglos de los ataques de piratas y berberiscos), en una isla que hasta los años setenta no imaginaba el 'milagro' turístico que cambiaría su historia. Precisamente, en este año, el sobrino de Gerardo ha participado activamente en la exposición de la visita de Willy Brandt a la isla, que supuso el aldabonazo de proyección turística de Fuerteventura en la época en la que el Gobierno alemán favorecía fiscalmente con la Ley Strauss la inversión en países subdesarrollados (de ahí el fondo de inversiones Geafond que compraría parte de Corralejo y la isla de Lobos, o el grupo IFA en Gran Canaria).

Gerardo, y su hermano Chisco (también corresponsal de este diario), nos narraron todos esos procesos: los sucesos, la 'invasión' de la legión en la isla (porcentualmente en relación con la población de entonces el número de militares supuso un enorme impacto), el turismo, las infraestructuras... Y gracias a ellos, "desde la isla de Fuerteventura" (como comenzaba siempre sus crónicas) pudimos saber de la realidad majorera y sentirnos partícipes de ella. Pero eso requería de un enorme esfuerzo y vocación. Por ello, Gerardo, además de respetado fue admirado y querido. Un anfitrión para quienes teníamos que trabajar en la isla o disfrutábamos de ella, encontrando siempre en nuestro 'hombre en Fuerteventura' un amigo, hospitalario, muy educado, sencillo... y deseoso de compartir historias y conocimientos que llenaban ratos de tertulia para contagiarnos su forma de ver y sentir la isla y el Archipiélago.

Un gran periodista se ha ido silenciosamente, con el cariño de todos los canarios (aunque sin el Premio Canarias de Comunicación, otro desacierto más).