Son muchos los que piensan que solo Melenara, Salinetas, La Garita y Playa del Hombre -conocida por los amantes de "coger olas"- dan frescura a la ciudad de los Faycanes.

Sin embargo, si se profundiza por este litoral, se pueden encontrar playas y barrios de lo más tradicional y auténtico, que aún mantienen la frescura de hace cincuenta años, cuando se podía vivir del mar.

Bocabarranco, junto a la playa de Aguadulce, son las únicas consideradas rústicas. A esta última, con una arena rubia y un mar celeste envidiable, se puede acceder desde la autopista GC-1, desviándose por la entrada del barrio teldense de El Goro.

Una punta sobresaliente en el mar separa a las playas de Tufia y Aguadulce, dos calas que, a pesar de su cercanía, sólo tienen en común el océano que las baña. En Tufia, con una arena oscura volcánica, se pueden aún encontrar las casas cueva, las cuales ya eran habitadas antes de la conquista europea. Todo un lujo del que pocos pueden disfrutar.

Mónica Sánchez vive en este barrio de pescadores y es de esas afortunadas que todas las noches presencia el mejor concierto de música chill out en directo: el sonido del mar. "Tanto en verano como en invierno aquí se está fenomenal", dice.

Y es que el paraje natural de barrios como el de Tufia y Ojos de Garza es el mejor recreo que un niño puede tener. Metros de piedra y arena se convierten en los escondites de pequeños como el hijo de Mónica, que con la misma juega a pescar, sube a una balsa hinchable a navegar o vive toda una aventura buscando cangrejos y caracolas en las diminutas cuevas rocosas.

Juan Martín siempre ha estado a un paso del océano. "Mis padres y yo vivíamos en las casas de Aguadulce, que hace unas décadas derribaron. Luego construimos en la zona republicana de Tufia", comenta Juan para referirse a la Punta de Matagatos, que actualmente no cuenta ni con agua ni con luz. Aquí sigue viviendo él humildemente con unos aljibes que semanalmente llena de agua y con unos generadores que le proporcionan la luz. Su casa cueva cuenta con una hermosa estantería, que no se encontraría ni en los más modernos hipermercados de muebles. Unas rocas escalonadas y bien aprovechadas dan soporte a sus enseres personales. Las mismas rocas que se levantan sobre el bravo mar. "En septiembre vienen las calmas. Sin vientos y sólo con los alisios, esto es una piscina gigante".

Pero no todo es positivo en estos barrios por los que "el camión de la basura a veces se olvida de pasar" y en los que la pesca ya no cunde. Y es que levantarse frente al mar tiene su precio porque la brisa marina no es compatible con las fachadas de las edificaciones del litoral. Aunque eso siempre se supo.