A mediados de julio de 1931 circuló por la ciudad la noticia de que el cadáver del alcalde republicano de Valleseco, Vicente Arencibia Suárez, de 50 años, había sido hallado en un estanque. Nadie se conformó con atribuirlo al carácter bonachón y solitario de don Vicente, ni se entendió un motivo razonable para suicidarse, máxime cuando días antes de su muerte alguien dibujó en su casa una cruz y unas iniciales mortuorias...

Aunque el interés por la política era escaso para la mayoría de la población de Valleseco, en el verano de 1931 varios vecinos se dedicaron a recorrer las tres calles del pueblo haciendo sonar cencerros a horas intempestivas contra los políticos contrarios. Las disputas entre republicanos, socialistas y monárquicos se vivían entonces con gran pasión en aquella localidad como nunca antes había ocurrido. Una de las víctimas de esas cencerradas fue don Vicente Arencibia, un destacado personaje del pueblo: el primer alcalde de la II República, que había perdido el sillón en las elecciones celebradas el 31 de mayo.

Hacía varios días que su domicilio había amanecido con cruces y unos signos mortuorios. Aunque Arencibia no le dio gran importancia, no dejó de inspirarle algún recelo. En el pueblo se decía que un amigo suyo, residente en Firgas, le había advertido que tuviera mucho cuidado "pues pretendían darle un palo".

Fruto de aquel ambiente enrarecido por las luchas electorales durante la noche del domingo 12 de julio dos grupos de hombres volvieron al ruido desapacible en detrimento de la cena y el sueño. Horas antes, el ex alcalde, don Vicente Arencibia, conversaba animadamente con varios amigos en la casa del médico del pueblo, Ramón Rodríguez Losada, con quien le unía una vieja y estrecha amistad. Pero cuando en el reloj dieron las diez y media, los contertulios decidieron regresar a casa. Don Vicente, que desde el viernes anterior pernoctaba en la vivienda de su hermano Santiago, decidió dormir esa noche en su casa de El Castaño, situada ésta junto al domicilio de Antonio, su otro hermano.

De pronto, sucedieron los hechos. LA PROVINCIA cuenta aquel momento. "Sobre las tres de la madrugada del lunes último se acercaron al domicilio de don Vicente Arencibia dos de aquellos grupos constituidos por gente del pueblo que durante noches anteriores se habían entregado a dar cencerradas. Uno de ellos lo integraban los siguientes vecinos: Rafael Yánez, Manuel Toledo, Manuel Guerra, Cándido Henríquez, un tal Pedro, hijo del sacristán del Puerto de la Luz, Antonio Rodríguez y no se sabe si algún otro más".

Los gritos y los insultos rompieron la quietud de la noche. Al oír el escándalo, Antonio se levantó como un resorte de la cama y, tras asomarse a la ventana, rogó a los manifestantes que cesaran en su actitud. En ese momento hizo acto de presencia don Vicente, a quien recibieron con una pitada estruendosa. Poco después desaparecieron.

- "¡Márchate a dormir!", ordenó el ex alcalde a su hermano, a quien vio con intención de salir a la calle. "¡Hasta que tú no lo hagas no me marcho!", contestó Antonio. "Yo voy a casa de Santiago a tomar café", añadió el ex alcalde, mientras se encaminaba bajo la luz de la luna al domicilio familiar. Antonio vio marchar a su hermano en aquella dirección y volvió a acostarse. Fue la última vez que lo vio con vida.