Una enfermedad mental, una hermana que cobraba su paga de incapacidad y una muerte trágica por inanición después de perder sesenta kilos en un par de meses. Sobre estos tres pilares se construye la terrible historia de José Rodríguez Cazorla, el hombre que murió de hambre convertido en un esqueleto de 25 kilos de peso.

Postrado en un rincón de su casa, sucio, con el cuerpo en carne viva por las llagas, algún hueso de la cadera asomando tras la piel y un nido de larvas de cucaracha instalado en uno de sus tobillos, murió el pasado 28 de marzo José Rodríguez Cazorla. Tenía 59 años y y pesaba 25 kilos. Dos meses antes, este enfermo mental sin tratamiento al cuidado de su hermana Fabiola, de 44 años, llegó a pesar 85 kilos. Murió de hambre. Fabiola está en prisión acusada de un delito de homicidio cometido por omisión. Y al resto de familiares que habitaban en la vivienda ubicada en El Goro (Telde) se les imputa un delito de omisión del deber de socorro.

"Mi tío dormía en el suelo. Mi madre lo trataba mal y el olor que desprendía era insoportable". Una de las hijas de Fabiola, con 18 años recién cumplidos, declaró el pasado jueves en el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 5 de Telde. Dos semanas antes de que su tío falleciera, abandonó la residencia familiar y se fue a vivir a casa de su novio, porque al parecer no soportaba el trato que recibía de su propia familia. Y además "en la casa no se podía estar por el olor que salía de la habitación en la que estaba mi tío", dijo ante la jueza. "Él pedía comida, y mi madre le daba un pan. Y a veces, un vaso de leche", declaró la joven en un relato tan aterrador que corta la respiración.

La familia Rodríguez Cazorla la formaban diez hermanos. Uno de ellos murió hace cuatro años y, hace algo más de una década, acordaron entre todos que Fabiola se hiciera cargo de José, al fallecer su madre, que lo cuidó con esmero mientras vivió. El acuerdo se adoptó, según los datos que se han podido recabar de la investigación judicial, porque todos los hermanos tenían una profesión salvo Fabiola, y así ésta se podía quedar con la paga por incapacidad que tenía José a cambio de hacerse cargo de sus cuidados.

José Rodríguez, al parecer, era un enfermo mental; concretamente padecía esquizofrenia. Pero no tenía tratamiento, como reconoció la propia Fabiola ante el juez: "Le ponía Betadine para las heridas y le daba Termalgin cuando se quejaba", relató. Únicamente.

La versión de Fabiola Rodríguez difiere: "Nunca se ofrecieron para cuidarlo y nunca lo veían. La última vez fue hace ocho años en una comunión que se celebró en mi casa", declaró. La imputada aseguró al juez que con el dinero que cobraba de su hermano compraba pañales y comida para la casa. "Mi hermano no tenía tratamiento médico, pero tendría que haberlo tenido".

Según la investigación, el Servicio Canario de Salud no tiene antecedente alguno de José Rodríguez Cazorla en su 59 años de existencia. Ni en Atención Primaria ni en Atención Especializada. Y el que debía ser su médico de cabecera nunca lo había visto por su consulta.

Los hermanos de José aseguran al juez que hasta el verano pasado (2009) comía solo e iba al servicio sin ayuda. Se podía incluso mantener una conversación con él, porque "hablaba con normalidad". Su peso podía rondar los 85 kilos. Fue la última vez que lo vieron, según sus propios testimonios.

Pero a lo largo de los últimos meses algo empezó a cambiar en el domicilio familiar del paseo de la Iliada, en El Goro, donde se agrupa un puñado de viviendas sociales de gente normal. "Siempre lo tenían tapado y dormía en el suelo. Él pedía comida y le daban pan y leche. 'Toma un pan y arréglatelas', le dijo mi madre en una ocasión", asegura la sobrina de la víctima, hoy visiblemente enfrentada a su familia. Dos semanas antes de la muerte de José, a mediados del mes de marzo, se marchó de casa y se fue a vivir con su novio.

Otra de las hijas de Fabiola, mayor que la anterior, no pudo evitar romper a llorar durante el interrogatorio, cuando el fiscal Javier Ródenas pidió que se le mostraran las fotos de la autopsia practicada a su tío. "Nunca llegué a imaginar que estuviera así porque siempre estaba tapado", afirmó entre lágrimas.

Y más sorprendente aún es el relato del marido de Fabiola, que se negó a ver las fotos de la autopsia durante el interrogatorio: "Eso eran cosas de ella [de su esposa]. Yo en eso no me metía", declaró ante el juez y el fiscal. Años enteros conviviendo en la misma casa con José, y no tenía ni idea del estado cadavérico de su cuñado. "Mi marido está en su mundo por la enfermedad que tiene", lo justificó Fabiola.

Una vez trasladado al interior del centro sanitario, llegó la sorpresa, que el médico de guardia describe de la siguiente manera: "Desde un principio sorprendió el tamaño, pues parecía más bien un menor que una persona adulta, debido a la delgadez aparente que presentaba el bulto de la persona, además de que desprendía un olor fétido y séptico muy intenso", contó el galeno a la policía.

Pero en el momento de abrir la manta en la que estaba envuelto José Rodríguez, "se observa a una persona mayor con síntomas de delgadez extrema, deterioro muy generalizado, suciedad y con heridas ulceradas por presión. Estaba en posición fetal" y no se encontraba mal, como dijo su hermana al celador, "presentaba un rigor mortis de varias horas". El médico se entrevistó con Fabiola, que le dijo que "momentos antes estaba hablando con él". Inmediatamente llamó a la policía.

José Rodríguez debió morir al clarear aquel domingo; de hambre. Con su cuerpo en carne viva por las llagas producidas por la postración, tal vez en el suelo, y mientras un nido de cucarachas hacía casa en su tobillo derecho. "Sí, he dejado morir a mi hermano", reconoce Fabiola.