El área de Urgencias del Hospital Doctor Negrín acogía en la mañana de ayer el corazón destrozado del marido de la noruega Anita Berget. El hombre, haciendo gala de un rictus imperturbable y como si no hubiese asimilado y exteriorizado aún la desgracia, permanecía afligido en los bancos del interior del complejo sanitario mientras una trabajadora del turoperador Apollo le hacía compañía y trataba de ayudarle en todo lo que podía.

Las fuentes oficiales del complejo comunicaban en ese momento a los medios que la turista tenía el 100% del cuerpo abrasado tras el fatal siniestro. "Son heridas incompatibles con la vida", susurraban conforme la ambulancia que había traído desde la helisuperficie el cuerpo maltrecho de Anita se alejaba con parsimonia. A su pareja, que vestía unas bermudas rojas y una camiseta, sólo le dio tiempo a coger una mochila en Mogán y acudir al lado de su esposa. Otros amigos nórdicos llegaron un par de horas más tarde y gracias a ellos pudo cambiarse de ropa, pero el luto le invadía sin remisión. La turoperadora pidió a la prensa en inglés que le dejasen vivir a solas la tragedia. "No puedo decir nada", concluía con amabilidad. A las 15.30 horas era la cónsul de Noruega en la isla, Gry Rustad, la que aportaba como última novedad que todo seguía "igual que antes".

Ya por la tarde, los lamentos cambiaron de acento. En los bajos del hospital estaba una tía de Yedna Botet Castañeda, una de las camareras de piso que peor parada había salido del accidente. La chica, de unos 22 años, fue la segunda en llegar a Urgencias cuando el reloj apenas marcaba las doce del mediodía de un aciago miércoles. Y otra triste noticia: tenía en principio el 70% de su cuerpo quemado, su estado era crítico y era vital meterla enseguida en quirófano. Luego se supo que las llamas le habían abrasado un 90%.

Su pareja llegó poco después. Cuando recibió la noticia en una de las salas de atención a los familiares, se vino literalmente abajo y tuvo que ser atendido por los sanitarios. Nadie pudo reconfortarlo tras conocer de primera mano el estado en el que se hallaba Yedna, quien llevaba algo más de dos años trabajando en el hotel Cordial de Mogán como camarera de pisos. Por la tarde, era una tía de la joven la que hacía guardia, junto a la abuela de la afectada, en el hospital. "Ya la han operado, pero los médicos me han dicho que mi sobrina está en manos de Dios. Lo importante ahora es que mi hermana pueda llegar a tiempo para ver a su hija", narraba con una entereza encomiable.

Sobre las doce de la mañana, en el Insular, el llanto de Yarina, la compañera de Francisco Javier Santana, helaba a todas las personas que a esa hora esperaban a ver a sus familiares en Urgencias y cuyo pase quedó suspendido por la situación que se vivía en el interior.

Momentos antes, la llegada del helicóptero que trasladaba a la responsable del spa, Auxiliadora, concentró la atención de todo el personal que sobre las once estaba en el centro hospitalario o en sus alrededores, incluido el equipo médico de Urgencias, ya que el aparato tuvo que tomar tierra en la autovía al estar inoperativo el helipuerto del propio hospital.