Hurgábamos en los cascajos y a los muertos volvíamos a taparlos con todo el respeto, no como otros que ciscaban los esqueletos y los usaban para guano". Rafael el de Juan Luis o Rafael Medina, más concretamente, marchaba todos los jueves por la tarde con su maestro, don José Bermúdez, a marisquear entre los túmulos del Maipés de Agaete, hoy quizá uno de los mejores parques arqueológicos de Canarias y que guarda en su recinto buena parte del secreto que se fue con la Conquista.

Rafael no se olvida de ver "a un hombre grande con un niño, que por la postura era corcovadito". La Agaete prehispánica "era un escándalo", según el resumen del arqueólogo Valentín Barroso. Un pueblo de mar a cumbre, de la cota 0 a la cota 1.000 concentrado en poco más de siete kilómetros lineales y que, como en una maqueta, concentraba la vida, el trueque y la muerte en un único -y fabuloso- plano.

La villa actual casi reproduce palmo a palmo el antiguo trajín humano. En la calle El Canario, nombre que está lejos de casualidades y a muy pocos metros a la derecha de la iglesia de la Concepción, se encuentra la que posiblemente era la ciudad jardín de hace un milenio. En el año 1989 se abrieron zanjas para colocar el cablerío de Telefónica y por donde iban a echar los tubos, allí en El Canario, se encontraron las paredes sobre las que se apoyaron luego las viviendas de los castellanos.

Se podría decir que el entramado actual se encuentra sobre la azotea de lo primero, y de hecho en los libros viejos de la parroquia figura el alquiler de aquellas prehispánicas casas a terceros, tras arrancarles a los primeros la propiedad.

La urbanización lo tenía todo. En solana y asocada del viento durante el día, el sol se presentaba allí a partir de media tarde mientras se despeñaba por el horizonte de las Nieves hasta desorbitarse por la trasera de Tenerife. Esa es la misma vista que también hoy disfruta Flora Medina Viera desde la humilde casa muchas veces centenaria en la que reside y cuyos sótanos se pierden en la memoria.

Este, en definitiva, es el gran yacimiento de Agaete, una villa que imaginariamente habría que levantar en peso como una alfombra para determinar lo que tiene debajo. Pero el pueblo guarda más sorpresas. Subiendo por el Valle hasta llegar a San Pedro y Vecindad de Enfrente se podría imaginar el cauce con el agua permanente y las sucesivas cadenas de cebada, trigo, lenteja y arbeja, salpicado de higueras, palmeras y mocanes.

Arriba, en el camino de La Rama, en un farallón a media altura entre el mar y Tamadaba -que llaman Roque Bermejo- asoma un núcleo de cuevas invisibles, todas labradas a piedra. Es el poblado de Berbique, o Bisbique. Allí el ingenio de los canarios le dio la vuelta a la arquitectura contemporánea. Si ya disponían del rascacielos natural de pura piedra, pues solo quedaba hacer los pisos.

El complejo es un inexpugnable resultado vertical en cuya falda más próxima, también con pronunciadas cuestas, aprovechaban para cultivar a mansalva. Los ascensores para entrar en casa, según cree Barroso, corrían a cuenta de unos andamios y escaleras de madera por las que subían ellos con sus cerones. Disponían de todo, desde silos para guardar el grano a lugares, en la parte posterior del fenómeno para enterrar a sus muertos. Allí está la Cueva de Los Huesos. De arriba, del pinar, se avituallaban de la pinocha, los palos y la fauna y los frutos del bosque. De abajo, de la playa, bien de Las Nieves o de Guayedra, hacia la que existe un camino practicable, se hacían con las lapas, burgados y pescado.

A cinco personas por cueva, quizá Bisbique pudo tener un censo de 150 personas a pleno rendimiento. Desde allí verían, enfrente, en la banda derecha del Valle, otro no menos impactante tinglado: una mina de molinos situada donde hoy se encuentra la urbanización La Suerte.

Llega la noche

La arqueóloga y profesora de la ULPGC Amelia Rodríguez anda detrás de la pista de los cientos de círculos que existen marcados en la misma cantera que también aprovisionó de toscas a la iglesia de la Concepción, ya que, por una simple cuestión de números, tanta molienda no cabría en un solo pueblo.

Se hace de noche. Los túmulos del Maipés se perfilan contra la vegetación del Valle. Ahora sí que va para atrás el tiempo. Los ruidos son los de siglos, de lechuza y silencio. Se nota un lugar de muertos. Solo faltan las lumbres de Bisbique, o la guardia nocturna en la mina de molinos. A lo mejor el cuadro es del siglo XI. El Museo Canario tiene en su Sala I el único ataúd tallado en madera de pino que existe en Canarias, encontrado en el Maipés de Abajo. Es del año 1008 d. C. Europa vivía en plena Edad Media. Agaete, en un limbo de prehistoria.