Desde que Vicente era chico tenía dificultades para guardar sus cuadriles en una única cama. Hoy, con tres años el angelito, el problema es no petar la báscula con sus 1.300 kilos de peso vivo.

Vicente, ayer en Santa Brígida, adonde viajó en la caja de una camión a orearse y exhibirse en la fiesta de San Antonio de Padua, se llevó a Arucas el primer premio al toro de la tierra. Juan Francisco Díaz, de 24 años, es su feliz propietario y que lo lleva del narigón como si fuera un gran danés salido de madre.

Tras recibir el galardón de la mano y bastón del alcalde de la villa, Lucas Bravo de Laguna, que se reservó la entrega de la copa al más toro para sí mismo, Vicente y Juan Francisco no cabían por El Calvario, la calle. El secreto para lograr este fenómeno es obvio: "Echarle de comer". El hombre tiene "seis como estos", unos toros de campeonato para una dedicación de campeonato: "26 horas al día".

Poco antes Santa Brígida vivió su misa. El cura Domingo Muñoz arrojó luz sobre San Antonio y su circunstancia: "Se hizo pobre. Tomó el hábito de San Francisco y a Dios para vivir de Él". El propio franciscano en imagen partía con pan bendito desde la parroquia principal, bajo aparato de traca y volador, escolta de infantería y banda militar, cónclave de alcaldes -de San Mateo, de Teror, de Tejeda, de Valleseco...- y detrás, una nutrida representación de satauteños. Los que no estaban orando, pues trabajando. En las cocinas del emblemático Mallow, en la calle Nueva, su cocinero mayor, el navarro Jesús María Tambo, mantenía al fuego un espectacular potaje de berros en perola XL: con su berro propiamente dicho, "calabacín, calabaza, ñame, piña, carne de ternera, judías pintas y papitas".

El grill, especialidad del lugar, reverberaba a niveles de infiernos: "Carne lechal, solomillo al gusto, paletilla de cordero...". Tambo no daba abasto pero solventaba con garbo el aforo de fiesta. Mientras explicaba el conduto, rián, más comandas: "Dos papas para Pepe a las tres".

Ya viene la entrega de premios del ganado selecto. Ahora el santo está en lo alto de la plaza. La autoridad entarimada en los escalones del lugar. El público en corrala. Arranca el desfile. Abren dos ponis. Uno pequeño y el otro microscópico.

Ahora se anuncia el segundo premio en burros, para Juan Francisco Rodríguez, pero sale un manojo de cabras.

Un coronel les da hasta un premio, que es cuando cuatro de estas citadas cabras se ponen díscolas e intentan irse de Santa Brígida por la calle incorrecta dejando tras sí una simbólica ristra de cagarruta fresca del día.