"Lo demandó el honor y obedecieron. Lo requirió el deber y lo acataron. Con su sangre la empresa rubricaron. Con su esfuerzo la patria engrandecieron". Y tanto fue, que así murieron: 60 aguerridos canarios que el 3 de julio de 1599 libraron la famosa batalla de El Batán contra las huestes del pirata holandés Van der Does.

Santa Brígida, convertida durante 14 días en capital de una Gran Canaria ocupada por el holandés, celebraba ayer con gran aparato de banderín, corneta y tambor el 413º aniversario de la gesta grancanaria, cuando con táctica de guerrillas, un poco de mala uva y una buena dosis de ingenio se logró fulminar a 600 mosqueteros holandeses en las cuestas de El Monte Lentiscal, que, cubierto de batanes, dio nombre al episodio.

Otros nombres, los de los verdaderos protagonistas del asedio, los que "con su sangre la empresa rubricaron", como leyó ayer el teniente de infantería en la reserva, Antonio Contreras, quedaron inmortalizados ayer en la recoleta plaza principal de Santa Brígida, con el descubrimiento de una placa a la vera de la iglesia a las 13.06 horas por parte del alcalde de la villa satauteña, Lucas Bravo de Laguna, y Óscar Sánchez Artiles, coronel jefe del Regimiento de Infantería Ligera Canarias 50, El del Batán.

El cura párroco, Juan Jesús García Morales, mojó el hisopo en el acetre y bendijo el mármol por aquellos que "salvaguardaron las tradiciones, su tierra y fe", ante las decenas de tropas de infantería, "herederas" de aquel puñado de milicias, el excónsul de Holanda en Canarias y residente en Santa Brígida, Joep Hezemans, el subdelegado del Gobierno, Luis Molina González, exparacaidistas, Jacobo González Velázquez, fundador de la llamada Mesa del Batán, que vela por la memoria de la efeméride, y representantes políticos de los municipios que perdieron, en aquel episodio, a algunos de sus hijos, como fue el caso de Teror, Arucas, San Mateo, Gáldar, Telde, Agüimes, la capital y, cómo no, la propia Santa Brígida.

Pero el día dedicado a la famosa batalla comenzó mucho antes, a las nueve de la mañana, en la catedral de Santa Ana, con un responso en la capilla de Santa Catalina, y una ofrenda floral sobre la tumba del canónigo Cairasco de Figueroa, que, entre otros episodios, se erige en el negociador que intenta apaciguar al belicoso Pieter van der Does. En las calles de Vegueta retumbaban los campanazos con la misma campana que, 400 años después de llevarse las antiguas, la asociación Neerlandesa en Canarias donó al templo matriz para tratar de enmendar lo desastrado.

En el mismo lugar el cronista oficial de Las Palmas de Gran Canaria, Juan José Laforet Hernández, ofreció una crónica a los presentes del pormenor de los trajines en los que entró la capital de la isla cuando de repente el 3 de julio de 1599 se amanecen sin previo aviso con unos 70 navíos de Holanda y Zelandia fondeados en la bahía, con una cuenta de unos 10.000 hombres, y del cómo una lancha se aproxima a playa con una bandera blanca, que poco duró blanca para teñirse de rojo, frente a unas menguantes fortificaciones y un ejército castellano de apenas dos centenares de efectivos que no daban para completar un entrante en condiciones.

Tras una visita al castillo de La Luz, que en la refriega quedó cascote sobre cascote, se inició por el barranco del Guiniguada, a la al- tura del Jardín Canario, una caminata por los senderos históricos de la gesta comandada por el general de Brigada de Canarias 6, García Vaquero, con toda una compañía, con sus 90 efectivos, y una treintena de civiles, que aguantaron otra treintena de grados cuesta arriba, entre ellos el sargento primero, también Vaquero, que cumplimentaron el recorrido en unas tres horas, con una única parada para coger resuello. Con todo llegaron en perfecto estado de revista. "Es-tamos algo entrenados", explica- ba con cierto recato, pero muchos atarecos de los más diversos usos en las espaldas, cinturones, per- neras y pecheras.

Ya en la plaza de la iglesia de Santa Brígida llegó la corona de laurel, "la pobre está mustia por la calor", le explicaba una abuela a su nieto, mientras el chiquillo le preguntaba cuándo "van a venir las vacas", confundiendo romería con una ofrenda festoneada con las banderas de las milicias, tomada en plaza militar y que incluía el estandarte de Valverde de Mérida, Badajoz, cuna de otros dos ilustres del episodio: el gobernador Alonso Alvarado y Ulloa, quien, junto con el teniente y licenciado Antonio Pamo Chamoso, orquestó el minuto uno de la defensa, tras negarse a entregar la isla a pesar de la abrumadora diferencia de fuerzas. El propio Alonso Alvarado y Ulloa resultó herido no más comenzar las refriegas y moriría poco después.

Fue en las primeras escaramuzas. Con unas fuerzas canarias luchando con el agua del mar a la cintura frente a una flotilla de 150 chalupas que avanzaban bajo el fuego de cañones de los navíos.

Dos días después, al mediodía del 28 de junio, la población sale en masa de la ciudad, recorriendo por senderos y caminos el viaje a la recóndita Santa Brígida.

La villa, de haciendas y casas de cultivo, se convierte así, y durante los siguientes 14 días, en el reducto de la capitalidad insular.

Como recuerda el cronista de la villa satauteña, Pedro Socorro, el Cabildo Catedral, el obispo, Francisco Martínez de Ceniceros, y la Real Audiencia se refugiaron en medio de un palmeral que hoy día se conoce con el nombre de El Galeón, en recuerdo de aquellas naves holandesas. La que se considera como la mayor gesta mili- tar de Canarias llegaría solo dos semanas después.