Con una batería artesanal -hecha con cubos de pintura-, unas maracas de coco rellenas de cojinetes y unas castañuelas de caña, Juan Nieves esperaba cerca del goro, junto a sus dos nietos y dos amigos de estos, la llegada de la XXI Traída del Barro, en la localidad satauteña de La Atalaya. Un sol radiante acompañó la jornada, donde ni una nube amenazó la jocosa tarde de ayer.

Casi 300 personas se bañaron en el terreno al que llaman el goro. Con este nombre se alude al lugar, ubicado dentro de las cuevas, donde las loceras depositaban el barro hace siglos. Esto les permitía conservarlo durante la época del invierno y disponer del material para trabajarlo a lo largo del año.

La multitud salió desde Camino de la Picota, el punto central de la fiesta. La banda de música Guanche iba rodeada de decenas de asistentes que daban lo mejor de sí con sus bailes y cantos. Alguno disfrazado con peluca rubia a lo afro y mallas, otros con gafas y gorros de natación y alguna bandera canaria destacaban entre la hilera de ciudadanos que subían por la carretera de Cura Navarro para llegar hasta la Concepción. Allí mismo, dos cubas esperaban a los fiesteros. Su contenido eran 12.000 litros de agua, cantidad que fue disparada, a través de mangueras, a los valientes que saltaron al terreno.

Unos se rebozaban con otros en luchas improvisadas; luego aquellos que salían a buscar a sus amigos, los cuales estaban observando el juego desde un segundo plano y pasaron a convertirse en objetivo para ser arrastrados hacia la piscina marrón; o incluso los que el entusiasmo les invadía y con tanta prisa acababan resbalándose en la acera.

Gustavo Rivero, natural de La Atalaya, es miembro de la organización de la Traída y de la Asociación Cultural La Peña del Barro. Este alfarero es un fiel a la cita, donde la presencia de los jóvenes es más que evidente. El jolgorio "se presta más a los adolescentes, ya que uno tiene que venir mentalizado de que se va a embarrar, empapar y cambiar de ropa; aún así hay gente adulta que se atreve", señaló Rivero.

El encuentro ha adquirido popularidad año tras año entre los isleños, tanto, que "el 60 % de los asistentes procede de otros municipios y el resto son residentes" del barrio satauteño, detalló Gustavo Rivero.

Ejemplo de ello son las excursiones organizadas, con guagua y tenderete incluidos, que venían con ciudadanos de diversos puntos de Gran Canaria. Como Lourdes Márquez, una ingeniera de la capital, que acudió con un grupo de 50 personas. La cita le pareció "brutal". Una vez que salió del barro, comentó entre risas: "Me tengo que meter yo sola en la lavadora. Menos mal que quepo -por el tamaño-".

Por aquellos alrededores también estaba Ignacio Miranda. Este vecino del Monte Lentiscal ha vivido la Traída del Barro durante más de 15 años. Descamisado pero con gorro de paja, andaba animado para darse un baño de fango mientras bromeaba con sus amigos.

Tras casi una hora de pringue, la banda de música volvió a tocar para volver acompañada de la multitud al punto de salida y continuar con la juerga. Entre los bares de Juansito y de Pepe, populares puntos de encuentro en La Atalaya y donde está la movida de la fiesta, los embarrados pudieron ducharse gracias a otra cuba de agua que contenía 6.000 litros.

La Traída del Barro, en su vigésima primera edición, gozó de buen tiempo y de una gran acogida. Año tras año asisten ciudadanos atraídos por este baño de fango. Una fiesta popular que rememora la tradición locera de la localidad de La Atalaya de una manera lúdica.