Casi en la punta de Montaña Bermeja, en territorio Telde, se encuentra el yacimiento de Cuatro Puertas, uno de los iconos de la prehispánica historia de Gran Canaria, un otero monumental, y quizá también santuario, desde el que los antiguos canarios observaban las miserias y el devenir de los primeros europeos que intentaban alongarse por el territorio interior.

Desde aquél lugar, una toba volcánica dúctil, que se deja hacer a golpe de piedra hasta convertirse en un curioso entramado de arquitectura troglodita, es de imaginar a los canarios asombrados en el siglo XIV por lo que sucedía en Gando, abajo en la línea de costa.

Verían con creciente inquietud cómo un grupo de franciscanos mallorquines y aragoneses edificaban en 1360 una, para ellos, inédita construcción en forma de torre, la primera de las cuatro que fueron destruidas y vueltas a rehacer a medida que las hordas colonizadoras llegaban con mayor frecuencia y densidad. A aquellos primeros cristianos con afán de evangelizar se les pasó por la piedra, después de ser hechos prisioneros, fracasando en la imposible convivencia de dos civilizaciones separadas por siglos, o quizá milenios, de desarrollo. Pero no serían los únicos que cayeran bajo el rudimentario aparato militar de los canarios, que sin embargo solventaban con eficaces estrategias. Como la que desmontó su defensa. Marín y Cubas, en Historia de las Siete Islas de Canarias (1694) relata cómo una cuadrilla de robacabras castellanos con domicilio en la Torre de Gando fue emboscada por "canarios desnudos como es su uso". Los vigilantes, al ver la acometida salieron de la fortificación a espantar a los indígenas, dejando las entradas abiertas. Otra tanda agazapada con el pecho en el suelo aprovechó el despiste. Así "entraron dentro, sacaron las mujeres y mataron algunos pobres enfermos que allí había".

Si una cámara imaginaria se colocara en aquellos tiempos de guerrilla en la cancela de Cuatro Puertas se hubiera recogido el documental de un proceso en el que los castellanos iban ganando terreno hasta llegar al almogarén que corona el espectacular conjunto.

Para llegar hoy hasta el lugar se necesita llegar al cruce de la Base Aérea, enfilar la GC- 140 y continuar hasta el barrio que lleva el mismo nombre que el conjunto.

Como muchos de los principales yacimientos de Gran Canaria el de Cuatro Puertas es del tipo todo en uno. Detrás de la gran cueva se encuentra el conjunto residencial en pleno desfiladero. Casi un pre-Gaudí enredado con oquedades que dan a otras cuevas, senderos colgantes, recovecos, escondites, escalones, rampas, túneles y requiebros, que a su vez multiplican las opciones del destino, como la Cueva de Los Pilares, otro laberíntico adosado equipado de silos, estancias y bancadas desde donde admirar, o vigilar, el paisaje y que incluye un difícil paso por el que se llega a la secreta Audiencia, con todos los visos de ser el verdadero granero blindado de la ciudadela.

En todo este plató se rodó en 1954 la sin par Tirma, con Marcelo Mastroiani en plan Don Hernán y Silvana Pampanini en su papel de cándida pero aguerrida Guayarmina. Para rematar la escenografía el equipo de producción se puso imaginativo estampando pinturas presuntamente aborígenes de las que quedan aún retales. La próxima señalización del yacimiento incluye una advertencia para evitar la confusión.

El arte del vaciado

Más allá se accede a la Cueva de los Papeles, bautizada así desde 1879 sin que se sepa bien por qué, con unos apenas imperceptibles triángulos púbicos asociados a la fertilidad. En Los Papeles, un loft para los pastores que luego ocuparon los espacios para el ganado, queda la huella de este uso, con hierros atravesando sus paredes albeadas o un firme cementado.

Pero es en el almogarén orientado al este el que ofrece el punto espiritual de Cuatro Puertas, con símbolos en suelo y unos paramentos circulares con unas Úes labradas en un lateral que han generado sus interpretaciones.

Donde unos ven una consecuencia de la propia manipulación constructiva del lugar, o de los restos de la extracción de piedras de molinos, unos terceros creen un enigmático signo alfabético que llevaría al nombre del ídolo. Unos últimos localizan en ello el camino hacia lo astral y los crecientes de la Luna.

En cualquier caso es la propia Cuatro Puertas la que se lleva la palma del yacimiento, en realidad una escultura interior, un minimalismo primitivo de cuatro aperturas ejecutadas a pico, que dejó luciendo tres potentes columnas por el arte del vaciado. Si la U ya traía teorías, la sala no se queda atrás. Quizá excesiva como vivienda para aquellos parámetros, con sus 119 metros cuadrados, en lo que más coinciden los arqueólogos e historiadores es en que sin duda se trata de un importante centro para la cultura prehispánica. Viene con su terraza incluida y en ella se aprecian los agujeros que podrían servir para fijar una generosa sombra en el área exterior.

Con esos retales Cuatro Puertas tiene un catálogo de posibilidades que aspiran a fijarse como un fin aproximado, lo que ocurre es que abarcan casi todo el espectro de lo posible. Desde para guardar las cabras a los marcadores astronómicos, pero también otros más sustanciosos, como morada de harimaguadas o corte real del Faycán de Telde, un palacio pues, de color bermejo, que recibe la toponimia de la montaña que lo cobija, pero que también tiene su misterio.

Quizá de los contados lugares que aún quedan de la Gran Canaria indígena en el que aún retumba la piedra como diapasones, que siguen vibrando por el paso de aquella otra vida. Su itinerario tiene eso y, de propina, la capacidad que le regala al visitante para sentirse un rato explorador, tanto por la impronta caprichosa de su intrincada geología como por las soluciones funcionales, sin trampa, Pampanini, ni cartón, de aquellos arquitectos que nunca conocieron planos.