Es vino, se llama Agala, y es producto de dos imposibles: la latitud del subtrópico y la altitud de su cultivo, a unos 1.300 metros por encima del nivel del mar.

De antiguo los expertos franceses dejaron por escrito que más abajo del paralelo 28 no era mundo para caldos, una sentencia superada de lejos desde la segunda mitad del pasado siglo, pero la segunda, la de hacer prosperar vides de calidad en las partes altas de la atmósfera, se mantenía vigente como una ley inquebrantable.

Hasta que se fundó Bodegas Bentayga, una idea original del empresario tejedense Juan Armas, que comenzó a dar sachazos a la vera de Cuevas Caídas hace 18 años, y que produce el que es hoy uno de los mejores y más originales vinos de Canarias. Y no es un tópico, que así lo pone en su cada vez más abultada lista de premios.

El asunto Agala es el de una práctica de viejo en Tejeda, la de plantar vides en las orillas, como así hacía el padre de Juan Armas y también su abuelo, para aprovechar los riegos de la huerta y de paso tener una cuarta de vino de garaje para calentar el cuerpo en las noches de invierno y el corazón en verano.

Juan está en vísperas de los 80 años y sigue como un rehilete a pie de mato. "Allí se quedó un racimo", le dice apuntando con un dedo romo a unas uvas que sólo él ve a su hija Sandra, que está al frente de la bodega y la comercialización.

En esa tierra, que antes era de calabacines, papas y zanahorias, ahora luce un enlatado de libro que mantiene las cepas en perfecta forma. Son 10 hectáreas; 31.000 kilos de uvas, y 20.000 botellas que se maquinan en una bodega incrustada en cueva que antes fue vaquería y que ahora genera trabajo, marca y proyección.

Las de Agala son las segundas vides más altas de España, tras las de Vilaflor, en Tenerife y según apuntan Sandra Armas y Agustín Lorenzo, auxiliar de bodega y especialista en viticultura y turismo enológico, son regaladas por una media de 13 horas de sol diarias, unas diferencias de temperatura que oscilan en torno a los diez grados centígrados en una sola jornada, un buen frío óptimo para la parada invernal y unos picos en verano que no suelen superar los 33 grados centígrados. Además, como apunta Juan Armas, la altitud evita otras plagas habituales en la isla, pero incapaces de bregar a esas cotas, lo que no solo ahorra en programas fitosanitarios sino que anima a enredar con uvas más delicadas, como el muy mimoso baboso negro. "Su crianza voló", apunta Sandra, tras ilustrar su dificultad basándose en un kilo de uva por cepa, frente a los 20 que ofrece la listán negra.

En la última feria, Gran Canaria me gusta, "no quedaba más que una botella y nos ofrecieron 100 euros por ella". Pero aun con esas la otra gran sustancia del Bentayga está en los blancos.

El Nariz de Oro y sumiller de El Bulli, David Seijas, ratificó en la antigua vaquería de los Armas que "los blancos canarios son los mejores del mundo", mientras paladeaba un Agala. De cualquier manera la uva reina de la bodega es la vinariego, tanto en tinto como en blanca, a las que acompañan la listán blanca y negra, la tintina, castellana, moscatel y albillo.

Desde sus ventanales, con una panorámica que amansa vinos y personas, se ven cadenas de vides cayendo al fondo de la caldera, que hacen de su mantenimiento y recolección un trabajo cuesta arriba. "Es un nicho de empleo", subraya Sandra, "que cuesta mucho, sí, pero que se logra siempre y cuando se apueste por la calidad".