"Llegaron a la Montaña Bentayga, que es de tierra muy roja a modo de almagra y encima tiene una fábrica admirable de la naturaleza, que es un peñón de riscos muy altos y pendientes en torno con una subida a lo alto muy peligrosa; tiene al pie muchas cuevas y caseríos con huesos de gentiles a modo de sepulcros?" Así describía el monumental monolito un señor llamado Antonio Cedeño, "natural de Toledo, vno de los conquistadores que vinieron con el general Juan Rexón", cuando arribando por la desplomada caldera del centro insular alongaba a su vista el fenómeno.

Para cualquier incauto que de golpe topa con esa fuerte marejada de toscas no hay medias tintas, porque tres siglos después es el médico Víctor Grau Bassas, el que huyendo de la injusticia por un absurdo pleito costero y rumbiando prófugo por el interior isleño, escribe en febrero del año 1888: "Allí no se ven sino inmensos precipicios, hendiduras, grietas, derrumbaderos espantosos, peñascos enormes, cantos como montañas, todo en desorden y en montón. (...) Deben existir en aquellos sitios todas las formas del basalto, de las traquitas y de las fonolitas, constituyendo un museo de todas las rocas volcánicas de Canarias".

Esto por el suelo, que por el aire... "abundan las aves de rapiña, guirres, aguiluchos, cernícalos, milanos y una clase de halcón grande y muy rojo, cuervos", y sobre el terreno son las cuevas, que en Tejeda "se observa que todas son abiertas por la mano del hombre".

Para determinar qué fue el Bentayga antes de las carabelas y la guerra hay que fiarse del médico fugitivo, a la sazón primer conservador del Museo Canario. El panorama que describe cuando llega a aquellas riscaderas no solo es sorprendente por lo que en ella hubo, sino también por lo que no se supo en todos aquellos años de ocupación castellana.

Tejeda era un lugar tan remoto, inaccesible y despoblado entonces que se puede imaginar a un Grau-Bassas con escafandra llegando a un planeta desconocido. Cuando sube al Bentayga se encuentra con calzadas, que en mayor o menor grado de conservación, llegan a la "cúspide del monolito", y en su final del camino "una piedra socavada en forma de taza contenida por una especie de pedestal, que sin duda debió servir para actos religiosos".

En esta taza de la que habla el cronista se ve hoy restos de un producto blanquecino que habrá derramado recientemente algún aspirante a Bentejuí, que por cierto fue el que junto con sus hombres y familias enteras aguantó en el conjunto de la sierra, que se completa con El Roque y Cuevas del Rey, el penúltimo asedio de Pedro de Vera antes de su paso a Ansite, en Las Tirajanas.

Y entre este gruyere de dimensiones enormes, una serie de cuevas con el piso alicatado de lajas en el que el hombre encuentra restos de vasijas de cierto formato, juncos tejidos, osamentas, "y muchos huesos de cabrito".

El entramado que puso la geología de la mano de un cataclismo en forma de derrumbe se completa con los famosos túneles que comunican un lado con otro, de hasta 15 metros de largo, cinco de ancho, unos cuatro de alto, "y sin duda perfeccionados por la mano del hombre", lo que dio pábulo, por la finura en la fábrica de paredes a entender que se trataba de unos antiguos canarios que poseían un "cierto adelanto", con respecto a los habitantes de otras partes de la Gran Canaria.

Quizá sea difícil comprender que semejante escenario, que no pasa desapercibido precisamente con su mole guindada a 1.400 metros de altitud, tuviera que esperar siglos para ser detallado, relatado y dibujado, pero resultó que tras la Conquista el interior de la isla, una vez arrasados sus montes para la manufactura naval, el carbón vegetal y la construcción de casas y gallanías, tal y como los encontró en esa fecha el explorador, "lo que antiguamente (...) constituía uno de los Reinos en que debió estar dividida la Isla", luego quedó como un reducto independiente solo apto para el pastoreo, la plantación de granos como el centeno, el trigo, el chícharo o las habas, un territorio durísimo, en fin, en el que bregaban unos isleños en condiciones no ya de supervivencia, sino rayana en la indigencia y malnutrición: "Las viviendas son muy pobres", relata, "y no se distinguen por su laboriosidad. Esto se explica por la naturaleza misma del país que habitan, pues no pueden utilizar otro fruto que la almendra pues todos los demás, incluso los cereales, les cuesta más el acarreo que el valor de ellos".

El arquéologo Julio Cuenca, resalta la figura del explorador, "que abre este mundo", le reconoce, al descubrimiento arqueológico, "y al que amargaba el hecho de que los extranjeros" hicieran acopio de sus restos prehispánicos, como igual ocurría con otros muchos yacimientos de Canarias.

Cuenca subraya que a pesar de la importancia que tiene para los antiguos canarios como tótem sagrado no haya sido objeto de una invesgación arqueológica en regla, por lo que no existe una cronología ni un inventario pormenorizado.

Pero no duda en afirmar que Bentayga era un lugar de culto, "y también un gran granero colectivo, como su vecino sitio de Cuevas del Rey, como ocurre allí donde se encuentran estos grandes silos, pero a diferencia de los demás el Bentayga "es un hito, que ocupa el centro de la gran Caldera de Tejeda".

El arqueólogo distingue dos grandes lugares principales en el monolito.

En su cara sur el complejo de avituallamiento, "muy importante", matiza, "de los más fortificados de la isla", y en su tercio superior, la muralla, que es perfectamente visible, y que estima que no consistía tanto para la defensa del último tramo del roque, sino para separar nítidamente el espacio sagrado del puramente terrenal.

Pero Julio Cuenca aporta otra visión de lo que podría significar para la cultura prehispánica. Poniéndose en lugar afirma que se trata de un monumento natural, ciertamente singular, "que llamó la atención y fue elegido", de una manera especial.

De hecho asegura que "todas las cuevas del entorno, como las de la Mesa de Acusa, por ejemplo, están enmarcadas y siempre orientadas hacia el Bentayga y el Roque Nublo, lo que acrecienta su carácter de lugar de rito, necrópolis y a su vez de gran bastión y ciudadela.

Han pasado 124 años y ocho meses desde que Grau Bassas entró en Bentayga. Paradójicamente ha entrado en su segunda era del olvido. El centro de interpretación, inaugurado en 1997 en su falda, fracasó completamente. Una valla impide el acceso por carretera. Varios coches con turistas se dan la vuelta. Allí está cerrado, abandonado, presidido por un cartel con la inversión y un grafitti que pone "vergüenza".