¿Qué impulsa a un médico que tiene tres clínicas privadas en el Sur y que disfruta de un bienestar económico y social a dejarlo todo para vivir con lo justo en la selva amazónica de Bolivia?

No fue algo pensado. Vivía bien del negocio de las clínicas de Playa del Inglés y estaba contento con mi trabajo. Pero empecé a sentir que había algo de mi estilo de vida burguesa que no me convencía y no era feliz. Recuerdo que un día llego a casa y me encuentro como cincuenta cedés de música, muchos de ópera, que los había comprado en El Corte Inglés y aún los tenía con el envoltorio del plástico. Y pienso, ¿qué estoy haciendo? Estoy ganando mucho dinero para comprar música y no tengo tiempo ni de escucharla.

¿Pero, porqué da ese paso, por algún viaje que le impacta o porque entra en contacto con alguna organización humanitaria?

Porque me encontraba mal y quería hacerme un chantaje a mí mismo. Me empecé a sentir mal de gastar cien o doscientos euros en una comida cuando sabía que había gente que no tenía para comer, y aunque no quería renunciar a ese estatus, pero quería ponerme a prueba y destinar un mes de mi tiempo a ayudar a otras personas. Entonces me puse en contacto con una oenegé con la que colaboraba, Anesvad, y les planteé que quería ir a un sitio donde hiciera falta la ayuda de un médico. Me propusieron ir a una leprosería de la India, me venía bien porque soy ortopédico, y lo programé todo. De eso hace diez años. Pero el viaje se suspendió porque se puso enfermo el anestesista, de un grupo de suecos, y no se podía ir a operar. Al final, me plantearon ir a la zona del Amazonas en Bolivia donde había una misión de unas monjas.

Y no se lo pensó dos veces.

No, sí... Porque llamé a las monjas a ver qué les podía llevar y me dijeron que un vademécum para saber para qué servían las medicinas que llegan de España y un par de termómetros. Cuando oí eso llamé de nuevo y les dije que cómo me iban a mandar a un sitio donde no había ni termómetros ni medicinas. Me explicaron que el problema del Tercer Mundo no es que no quiera ir la gente sino que no hay de nada. Me lo pensé y me fui a San Ignacio de Moxo, un pueblo de la selva amazónica de Bolivia, con una maleta llena de medicamentos, un fonendoscopio y un aparato para medir la tensión.

¿Lo que vio en esa región de Bolivia fue más duro de lo que creyó?

Me encontré una realidad que me llamó mucho la atención porque la gente se moría a chorros. Me di cuenta que el problema era que no había medicamentos.

¿De qué morían en la selva amazónica?

De todo. De cualquier cosa, de un parto, de una fractura, de una herida infectada. Por eso, al volver vi que ir no servía de mucho si no había fondos para las medicinas. Entonces se crea Solidaridad Médica Canaria, hace nueve años, y se fija una cuota para tener para los medicamentos, y empiezan a llegar los cooperantes.

¿Y tras ese primer viaje decide dejar todo para vivir definitivamente en Bolivia?

No. Tras la primera visita empiezo a ir tres veces al año, pero llega un momento que el negocio de aquí se desestructura y me planteo vender dos de las clínicas y quedarme sin deudas.

¿Qué le dicen en su familia, los amigos o su pareja cuando les comunica que lo deja todo para irse a la selva del Amazonas?

Mi familia y mis amigos me dijeron que estaba loco. Y tenía una pareja que se rompió cuando decidí que quería vivir en Bolivia. Pero bueno, lo entendí, y afortunadamente no tenía hijos.

¿Cuánto dinero necesita cada mes para vivir en Bolivia?

Realmente allí me hace falta muy poco. Con cien euros al mes vivo bien . Quizás en Bolivia se puede necesitar más dinero, pero en el pueblito de San Ignacio de Moxo donde está la oenegé Solidaridad Médica necesito poco. Antes, al mes necesitaba más de 4.000 euros para pagar los créditos y vendí parte del negocio para saldar las deudas. Me quedé con un pequeño centro para disponer de ingresos para poder vivir allí.

¿Qué ha sido lo más duro a lo que se ha tenido que enfrentar allí?

Fui superando pruebas poco a poco. En realidad, nunca creí que pudiese aguantar en la selva más de veinte días, porque el calor, la falta de luz y los mosquitos te pueden volver loco, pero me fui adaptando. Los que han ido de España, unas cuatrocientas personas, en estos años, llegaban con las pilas a tope y después perdían las fuerzas. Le cuento, una vez me dijeron que tenía que ir a ver a una señora indígena que dio a luz, que estaba muy mal y el bebé también. Pregunté que dónde estaban y me dijeron los traductores ahisito. Caminamos dos horas a través del río Maniqui, donde viven unas 1.600 personas repartidas en 16 comunidades Nada, atendí a la madre con una inyección que cuesta medio euro y se frena la hemorragia pos parto, y en el caso del bebé simplemente fue que no le habían atado bien con el bejuco (planta) el cordón umbilical. Bueno, pues fueron cuatro horas de camino pero estaba satisfecho. Por contra, cuando estaba en Playa del Inglés unos meses después y me llaman para atender a un alemán, cojo mi maletín y cuando llevaba tres minutos andando ya estaba agotado, y en Bolivia había hecho más esfuerzo y no tenía esa percepción.

Cuando llega a Gran Canaria y ve cómo la población sale a la calle a protestar por la pérdida de derechos sociales y laborales o porque el banco les deja sin su casa, ¿qué piensa?

Siento tristeza porque cada ves aquí viven con más angustia y con más miedo a perder cosas. Mire, lo que aprendes con la cooperación es la tolerancia. Nosotros no queremos asumirlo pero en el Primer Mundo seguimos como en 1492 pues cuando llegamos a Centroamérica queremos implantar nuestro sistema de vida y hay que tener mucho cuidado porque no estamos en posesión de la verdad. Hay que ayudarles pero también debemos dejarles que sigan su ritmo evolutivo. Además, creemos que nuestros principios son los válidos y de forma inconsciente queremos hacer que prevalezca nuestro modo de vida. En una ocasión un niño tenía una anemia que se moría y necesitaba una transfusión de sangre de la madre, pero ella se negó. Ante esa respuesta me dieron ganas de tirarme al cuello, pero era su decisión, y tuve que aceptarla porque para ella era más sencillo tener otro hijo que asumir la intervención médica.

¿No se ha arrepentido en ningún momento de todo lo que ha dejado atrás en Gran Canaria?

No. Que va, que va. Cada vez estoy más convencido del paso que he dado y creo que me moriré allí en la selva del Amazonas porque es donde más a gusto estoy. No me diga por qué, pero me siento bien. Esta opción se puede elegir por muchas cosas, por alcanzar el cielo, y aunque soy católico, no lo he hecho por eso, o por elegir una forma de vida que te llene. Lo que me ha llamado la atención esta vez, y vengo cada dos años, es que la gente tiene de todo, muchas comodidades, todo tipo de tecnologías, y no son felices. Da igual la escala social, el que gana más tiene más deudas que el que gana menos, y todos viven con el mismo sufrimiento y con el temor a perder el puesto de trabajo y su dinero. No he visto a nadie feliz y sobre todo he notado mucho pánico y una tristeza tremenda que incluso se contagia. Y luego, pienso en esas personas que he dejado en Bolivia y me doy cuenta que tienen mucho menos, pero el nivel de felicidad, dentro de su desgracia, es mayor.

¿Además de medicamentos les ayudan a construir habitáculos para que vivan en condiciones más saludables?

Si. Los indígenas viven en plena selva y también intentamos que puedan vivir bajo un techo de uralita para que tengan menos humedad y evitar parásitos que transmiten muchas enfermedades, porque ellos hacen su casa con unas hojas de palmeras. Pero para todo esto hace falta dinero, y la crisis ha dejado a la oenegé con menos aportaciones de los organismos oficiales. Por eso animo a la gente que pueda a colaborar que se ponga en contacto con la web wwwsolidaridadmedico.org, y también aprovecho para proponer a los jóvenes o cualquier persona que no tenga nada que hacer porque no encuentran trabajo a que viajen hasta San Ignacio de Moxo, que allí se necesitan muchos cooperantes.