Existe a la vista en Costa Botija, Gáldar, un conjunto de cuatro construcciones en piedra seca que aparecen alongadas a lo que es un contundente risco que acaba en la marea. Son unos muros levantados a conciencia, algunos con toscas de considerable tamaño, y que presentan unas estructuras que se salen un tanto del ´plano oficial´ de la arquitectura prehispánica de la isla de Gran Canaria.

Se ve que los vientos, que en Costa Botija se enralan con cierta regularidad, los que quizá tuvieron algo que ver a la hora de idear unos pasillos curvos de entrada que dan paso a unas plantas cuadrangulares y cruciformes para evitar corrientes dentro de los ´cuartos´.

En cualquier caso se puede concluir que el ´aparejador´ tenía un máster en levantar testeros de buena calidad y se gastó su tiempo y ganó el salario, si lo hubiera, en dejar esas paredes perfectamente entongadas y calzadas, al punto que a día de hoy, sin cementos ni hormigones, lucen bien firmes allí donde nuestros primates contemporáneos no se han dedicado a derrumbar o a rayar en sus piedras las fechas y recuerdos de sus cortejos y apareamientos.

Costa Botija, entre Sardina de Gáldar y Agaete, forma una llanura descendente de importante tamaño que desde la barca se antoja una falda marina de la Montaña de Amagro, Monumento Natural Protegido, y uno de los totems de la isla mágica indígena, donde según fuentes se ubica un santuario. Dentro de Gáldar, además del templo de Tirma, existiría otro lugar sagrado aún por definir. Sería el santuario de Humiaga, que algunos localizan en Riscos Blancos, en San Bartolomé de Tirajana, "y otras lo denominan Amagro o Almagro (...) un santuario que pudo estar enclavado en dos lugares: en lo alto del Macizo de Amagro, que está situado muy cerca del poblado aborigen de la Cueva Pintada; o bien en Riscos Blancos, en el centro de la Isla". En cualquier caso "l topónimo de Humiaga, en todas sus variantes, se ha perdido...", según exponen el historiador Jesús Rodríguez Padilla y la geógrafa Cornelia Esther Silva Álvarez en su trabajo La Montaña de Gáldar: Hipótesis sobre su carácter mágico-religioso para los aborígenes de Gran Canaria.

De todas formas la pregunta es qué hacían los primeros galdenses en estas casas sobre marisco. Pues ni idea. A pesar de que se valló hace más de 20 años, una protección ya arruinada por el salitre, y que entre sus construcciones luce lo que tiene todos los visos de ser un tagoror, no se han realizado ni levantamientos topográficos ni prospecciones que indiquen alguna función con argumento.

Pero Valentín Barroso, arqueólogo de la empresa Arqueocanarias, propone -solo propone-, el lugar como una ´pesquería´ que surtiría, al igual que otros puntos costeros del entorno como el Agujero o La Guancha, a la potente Agáldar de la época.

Cerca tiene la playa de El Juncal, también llamada del Funchal, -o puerto en portugués-. De hecho, para los agaetenses es el Puerto, sin subtítulos. Debajo mismo se encuentra otro barranquillo que forma sus charcos intermareales, y hacia naciente discurre en una sucesión de afilados acantilados que es de prever, serían una mina de burgados, lapas, pulpos, morenas y peces de roca.

Hay que tirar entonces del trabajo de Carmen Gloria Rodríguez Santana, licenciada en Geografía e Historia por la Universidad de La Laguna, y que tuvo la feliz ocurrencia de escribir La pesca entre los canarios, guanches y auaritas.

Rodríguez establece que el papel social de la pesca es manifestación de prestigio social, porque entraña "riesgo y habilidad" y porque reporta, para el que consigue una presa, "al igual que ocurre con la caza, un reconocimiento a su valor y destreza, motivo por el que su ejercicio estaba reservado a los ´nobles´, algo que podría explicar la potencia de los muros que guarda Botija. La autora, además, regala una amplia retahíla de técnicas empleadas por los indígenas de Gran Canaria -todas ellas que cuadran en el paisaje costero y abrupto de Costa Botija-, y que dan al traste con la idea de unos torpes primitivos cuya única opción de pesca era la de recurrir a la simple captura de oportunidad.

Así, y al igual que ocurre en otras sociedades litorales, menciona la construcción de muros , que aprovechan la bajamar para apresar las capturas. Son ´corrales´, como también los denomina la autora, en los que se pueden utilizar estacas, redes o piedras. También cita a Abreu Galindo para enumerar otro sistema de técnica más contundente: matando los peces a palos, una práctica de horas nocturnas, que se apoya en unas teas encendidas que encandila y atrae a las ´víctimas´. También en horas negras se pesca el mero, engoado con un cordel agarrado a una sardina o a un guelde.

Y aún hay más, como la utilización de juncos cuyo trenzado realizaban con gran habilidad para pescar a trasmallo. Los indicios de sardinas, longorones y caballas en diversos yacimientos isleños, "solo pueden explicarse", con estas redes, afirma Carmen Gloria. En esta entretenida diatriba pesquera se llega al mediodía en el poblado de Botija. Alrededor es un erial, con carreteras sin piche de difícil llegar, y de la marea llega el olor del yodo, hasta que se oye el ruido de una motilla de dos tiempos con un balde colgado del manillar.

Se baja el hombre con un tinglado de cañas a la espalda, y con una camisa con probables restos de escamas para instalarse en un puntúo. Amasa un pisco de pan y lo tira. Desenvaina el aparejo y hace el lance. Decía Abreu Galindo que eran los anzuelos de los canarios "aún mejores que los de Spaña..." y ahora acechando al motorista pescador desde el poblado de Botija parece que cinco siglos, o un milenio, no son nada. De lejos es la misma postal, si no fuera por esa motilla naranja de dos tiempos.