Benito Santana, "ganadero y autónomo", está a dos curvas de Cueva Corcho, Valleseco, cargando la Toyota hasta los visillos de maderos rotos por esta tormenta sin nombre. En el hombro izquierdo de Benito descansan los ramones de eucalipto, escobón negro y escobón blanco y algo de castaño con el garbo del que carga un hato de palillos. De la mano derecha, para compensar, le cuelga una motosierra de combustión interna.

Se pone a alegar Santana. "Es para la estufilla de la casa". Vive a un quiebro de allí, por Caldereta, y se le ve contento. "Hombre, es que un pisco de forraje para las ovejas, madera para hacer un fuego y agua: unos 100 litros en mi contador. Pero suban a ver a Genaro López, que anda por Monte Constantino, con sus 300 ovejas que él les explica mejor". Benito se da la vuelta. Coloca los palillos en el ático de la Toyota, embucha la motosierra, y a pesar de que el hombre está en perfectas condiciones de cargarse también la camioneta al hombro y ahorrar gasoil, se ve que por el frío prefiere ir dentro.

Rian donde Genaro. Monte Constantino viene a quedar en las capas altas de la atmósfera, donde la nube es bruma, entre Tejeda y Artenara pero más arriba. Los ojos solo sirven allí, un día como el de ayer, para constatar que el limpiaparabrisas se mueve. Nada más. Hasta que se hace un claro y al igual que el terrorífico mito de la niña que espera en una curva, allí aparece Genaro López en una postal para desalarse. El pastor lleva encima tres capas de distintas calidades de plástico y tiembla como una hoja, con las manos lilas y la cara bermeja. El termómetro pone 7 grados, pero con el potente airote y la nube que se le escurre justo encima condensándose sobre su sucesión de chubasqueros caseros, Benito debe estar a punto de alcanzar el llamado Cero Absoluto.

-"¿Hace fresco, eh?

-"Bueno, como uno va andando no lo nota mucho..."

Su trajín tiene tintes heroicos. Salió de Valleseco cuando aún era de noche, subió por las degolladas y cantiles por debajo de unos pinares virados y unos nogales aullando abanándose del viento y todavía era mediodía y seguía rumbiando con sus tres centenas de ovejas.

Encima era la hora en la que el ganado entró en rebeldía, provocando una escisión entre las ovejas de arriba -de por arriba de la carretera-, y las que quedaron por debajo. Genaro pide un alto en la conversa. "Voy a unirlas, ahora vengo", y nunca más se supo, protagonizando una de las entrevistas más cortas, si no la que más, de la historia de la crónica universal.

Reaparece el perro, que por sus malas pulgas no es precisamente una autoridad en protocolo, y las 300 ovejas, que se instalan en el asfalto, pero nunca Genaro.

De una furgoneta roja frenada por el rancho de animales se bajan Delfín González, Fermín Reyes y Luis Reyes. Delfín, que es de San Mateo y que se conoce al dedillo al personal de aquellas latitudes enfila la vista hacia el grueso de la borrasca: "Coño, a Genaro se lo tragó otra vez la bruma". El trío no tiene prisa y espera con interés volver a ver al resucitado. En este trance abren con ilusión el portabultos de la furgoneta, con 30 matillos de almendro que han ido a comprar a Artenara. "Allí sólo vimos al policía. Aquello se ha quedado vacío". Hay que recurrir a otro pastor, Ramón Mayor, también de Cueva Corcho, y que ahora tiene su ganado en trashumancia en la meseta de Acusa para dar con el otro único indicio exterior de vida inteligente en esa cumbre. "Allí estaba asocado ordeñando entre unas paredes de piedra seca", reporta Delfín provocando admiración por el inuit.

Es hora de bajar antes de sufrir hipotermia y mal de altura. Evidentemente en las mesas de Llano de la Pez no hay ni un mirlo seco. El aire, de natural invisible, toma forma de caras de Bélmez y hay que esperar a Ayacata para ver la primera verbena de escorrentías porque el agua, donde se posó mejor fue al sur de la Trasierra. Tres ciclistas y cuatro coches de alquiler más abajo, un prohibido el paso cierra la carretera de la presa de Las Niñas. El derrumbe, a medio camino, es definitivo. Son unas toscas como cuchillos y hasta el viernes quedará cerrada. Media vuelta a la presa de Chira, que tiene chubasco propio.

Bajan por Chira tributarios con ruido y todo, formando charcos sobre el asfalto muy divertidos de pasar. Los surcos entre papas, lechugas y otras hojas verdes también tienen su agua flotando y hay hasta estanques con pato en el mismo pack. A medida que el muro de la presa se acerca las escorrentías cogen fuerza, poniendo el laguillo canelo. En el muro hay escaso personal visitante. Tres muchachos de San Mateo: Gonzalo Moreno, Gerardo Suárez y Arimendi Déniz; un matrimonio de la capital: Mari Carmen Falcón y Andrés Castellano; y una pareja de Londres, sí, de la City: Josefina y Keven Tunnard, que ayer vivían una singular paradoja, volar y volar desde la Gran Bretaña a la Gran Canaria para encontrarse con más neblina que en origen. "Nosotros pagamos dinero por el sol", sentenciaba con chasco la británica Josephine, pero se ve que el sol no entiende inglés.