"Tener dedos verdes", así llaman los cetreros al don especial que poseen algunas personas para adiestrar aves rapaces, esos hombres, ya que es indiscutible que tradicionalmente esta ha sido una afición exclusivamente masculina, dotados de un sexto sentido inusual, una intuición única que los convierte en cuidadores y entrenadores excepcionales porque son capaces de anticiparse a las necesidades de sus pájaros, y no cabe duda de que don Antonio Carmona, de raza gitana, oriundo de la Isleta y estudioso de este arte milenario desde hace más de cuarenta años, los tiene. "Y no es que tener dedos verdes sea imprescindible para ser cetrero", explica don Antonio, "pero es verdad que ayuda mucho y, curiosamente, no es una habilidad que se pueda aprender; es algo con lo que hay que nacer".

Sin embargo, Antonio Carmona no nació en una familia de tradición cetrera. Si bien es cierto que a su padre, un andaluz afincado en Gran Canaria desde antes de que nacieran sus hijos, le gustaba la caza y la naturaleza, el interés de este hombre tolerante y amante de las tradiciones por esta curiosa afición germinó en él cuando era aún muy jovencito. Entonces Antonio empezó a estudiar, leyó y leyó viejos tratados de cetrería, algunos con cientos de años de antigüedad, que aún hoy sirven de guía para los que se inician en ella, "y a más aprendía, más quería saber, y a más sabía, más me enamoraba del complejo mundo de la cetrería", recuerda don Antonio, con un brillo nostálgico en la mirada. "Y todavía sigo aprendiendo", confiesa.

No obstante, en realidad no fue él quien puso en marcha el departamento de Control de Fauna del Aeropuerto de Gran Canaria, "porque se me escapó la primera convocatoria por un lío de papeles", se lamenta, pero se incorporó a él apenas dos años después de su fundación y de eso hace ya más de dieciséis abriles. Desde entonces, don Antonio se asegura cada día de su vida, desde el alba hasta el ocaso, de que ningún ave salvaje ponga en peligro la seguridad de los muchos vuelos que despegan y aterrizan en las pistas de Gando diariamente, haciendo uso de los halcones, azores y águilas que mima con esmero en su bien equipada área acotada y reservada exclusivamente para ellos de las instalaciones aeroportuarias. Estos majestuosos animales son adiestrados desde su nacimiento y mediante la técnica de los reflejos condicionados de Pavlov y su famosísimo perro, para sobrevolar el terreno que su adiestrador les delimita, haciéndolo suyo y evitando, en este caso, que gaviotas, palomas y otros pájaros que frecuentan las inmediaciones del aeropuerto grancanario causen algún desafortunado accidente.

Muchos se sorprenderán al descubrir que don Antonio y sus halcones supervisan las pistas del aeropuerto al menos tres veces al día y que los animales siguen por el aire a su adiestrador como si de dóciles mascotas se tratasen, con lo que el riesgo de que sean ellos mismos los que provoquen un accidente aéreo es prácticamente inexistente.

Sin embargo, que nadie se lleve a engaño, las muchas cicatrices en brazos, piernas y espalda de don Antonio y sus hijos, que lo han ayudado en los últimos años, dan fe de lo peligrosas que pueden llegar a ser estas aves, sin pretenderlo en la mayoría de las ocasiones, porque lo hieren con sus muestras de afecto o con meras advertencias, pero peligrosas al fin y al cabo. A pesar de ello, con setenta años ya cumplidos don Antonio Carmona asegura que la cetrería ha sido y será siempre, su gran pasión, y sus pájaros, casi como sus propios hijos.