Lo usaban los pastores, los médicos y hasta los curas, y hoy también Ramón García Artiles, artesano cuchillero que tiene en el garrote la mejor herramienta de transporte, tradición y diversión de los riscos isleños. Es el salto del garrote, como se conoce en Gran canaria, o salto del pastor, que engloba todos los diferentes nombres con los que se conoce el arte de volar, brincar, más bien danzar por los acerados acantilados de las islas.

Una orografía que obligó a los antiguos canarios a remediar distancias y quiebros con una solución tan sencilla como definitiva: un garrote en torno a los tres metros de largo, que en la provincia occidental puede llegar hasta los cuatro, rematadopor una contundente punta hoy metálica, el regatón, que fija el palo al suelo convirtiendo el invento en una vara mágica de bajar..., y también subir.

Los primeros cronistas que relataban la entrada europea a Canarias quedaron impactados por la maña de un pueblo que parecía tener el don de la teletransportación en paisajes de degolladas. Escribía José Viera y Clavijo en su Descripción de La Gomera, que "los guanches, por punto general, tenían sus habitaciones en las cavernas, situadas entre peñascos y sierras tan escarpadas". Pero por las que los canarios entraban y salían de ellas como Pedro por su casa utilizando "una lanza de nueve a diez pies y apoyados sobre ellas", con las que "saltaban desde un cerro a otro, dejándose rodar suavemente y fijando los pies en partes que no tenían seis pulgadas de ancho".

Y cita Viera y Clavijo a un testigo, "el caballero Hawkins", quién "no sin admiración, (...) vio subir y bajar de este modo a nuestros paisanos por montañas inaccesibles, cuya sola vista causaba horror a los presentes".

De vuelta al siglo XXI Ramón García Arencibia, de 52 años de edad, ultima un anillo de cuerno para el cabo de un cuchillo que está montando en su vivienda taller de El Acebuchal, bastante por encima de San Lorenzo. La mañana está endemoniadamente fría, mixturada con una garuja fina que mantiene el suelo de risco y arcilla envilmado y resbalón. No es día de garrote y mientras ultima las filigranas del naife se remonta a hace más de 30 años , cuando junto con su hermano Miguel tuvo a bien conocer al pastor Vicente Rivero en Ciudad del Campo.

Vicente les prestaba su garrote y les regalaba el arte de saltar cuando ya nadie, salvo los últimos pastores, practicaban el geito con técnicas como el bastoneo, que García califica como "el paseo", y cuyos saltos nunca superan la medida del garrote; el salto a pies juntos, de banda a plomo, de piedra a piedra..., o a regatón muerto, que es cuando el brinco supera la altura de la herramienta, según explica, mientras saca de lo alto de los techos un ejemplar para la muestra.

Ramón se disculpa por tirarse de la azotea de la casa, por no estar el piso del campo en buenas condiciones. Huye del espectáculo, no quiere hablar de hazañas imposibles, de echarse el pisto con alturas de más de nueve o diez metros, que también los hay. Él prefiere centrarse en el fluir. "El buen garrotista", afirma, "es el que baja una ladera y no se oye un ruido", en definitiva, el que asombra porque viene danzando "en armonía en un escenario armónico, convirtiendo el garrote en una extremidad más".

García Arencibia se alonga al quicio de lo alto. Donde pone el ojo pone el regatón y levita lentamente para tomar tierra como una hoja. Todo ha pasado deprisa pero muy despacio, pulverizando la altura a la nada. Se ha burlado de la vertical y de la gravedad y como quiera que el cerebro ajeno no encuentra referente en su base de datos, Ramón deberá repetirlo para que la visita pueda entender qué es lo que ha pasado. Y vuelve.

Repite bajada con su máquina del tiempo y otro tanto de lo mismo, ni un ruido, solo un hombre guindado del aire según su voluntad, rememorando en un segundo aquella Canarias sin conquista.