Un vídeo con su versión del "Don't worry, be happy" (No te preocupes, sé feliz) de Bobby McFerrin se ha hecho famosa durante esta semana. La cantaron después de más de doce horas de trabajo en el rescate de un biólogo que sufrió una caída y en el que se jugaron la vida en más de una ocasión. Son los bomberos del Consorcio del parque de La Aldea que la madrugada del pasado sábado 3 de mayo se enfundaron el aura de valientes. Ellos, Javier López, Kiko Arbelo, Sergio Trejo y José Peñate, describen pasados unos días un servicio que ha sido reconocido en toda España y que les ha valido para fortalecer una unión que ya de por sí tenían creada. Ellos son los rescatadores de la montaña de Los Cedros.

Cuando a Javier López se le pregunta por el rescate siempre tiene en mente un nombre: Emilio. Y con él vamos a empezar esta historia. Emilio, apellidado Navarro del Rosario, es un humilde autónomo, de 47 años y natural de La Aldea de San Nicolás, que se dedica a repoblar los montes del municipio con especies del bosque de laurisilva como mocanes o laureles. De padres y abuelos pastores, conoce como nadie el macizo de Guguy o Güigüí. "Fui criado en la zona porque hacía años íbamos por ahí con el ganado", cuenta. El viernes por la tarde un miembro de Protección Civil de La Aldea propuso a los bomberos que Emilio podía acompañarlos gracias a su conocimiento del lugar. Y éste no dudó en echar una mano.

Se puso al frente del equipo de rescate y rápidamente localizó la zona en la que se encontraba Óscar, un biólogo de Gesplan que había sufrido una caída desde unos cuatro metros de altura en la montaña de Los Cedros, lo que le provocó heridas e hizo que apenas pudiera moverse. "Hablé con el muchacho, le pregunté qué plantas había a su lado y me dijo que eran laureles", dice con sencillez. Con esa pista y las coordenadas que el propio afectado les había proporcionado con un sistema de GPS que llevaba se pusieron en marcha. A su lado iba su perra Tiba, una loba de color blanco que también colaboró para caminar por las mejores veredas.

Esas veredas suponían un problema añadido al servicio. "Empezamos en un camino pero ya después empezó a empeorar y al final lo que hicimos fue ir campo a través", señala Javier López. "Yo estaba un poco preocupado porque además uno de ellos (Kiko) iba con una bota rota", apunta Emilio. Ese no fue el único contratiempo en cuanto a la vestimenta. La falta de material para rescate en montaña hacía que fueran sin ropa adecuada para las condiciones de frío y viento que se iban a encontrar a 900 metros de altura durante toda la noche. Y si por todo esto fuera poco, también portaban numerosos utensilios para proceder al rescate. "Íbamos con linternas,

la camilla, un botiquín, avituallamiento con frutas, barritas energéticas, frutos secos...", detalla José Peñate, quién ante la ausencia de un cabo en el parque aldeano hizo las funciones de responsable ya que los otros tres bomberos son interinos en el cuerpo sin plaza fija.

Con todo ello, "y con muchas ganas de rescatarlo", apostilla Peñate; comenzaron a caminar por la ruta de Guguy sobre las nueve y veinte minutos de la noche. El sendero transcurrió con total normalidad hasta que, sobre las dos de las madrugada, bajo una noche cerrada y a falta de unos cien metros para llegar al accidentado, del que ya veían la luz del frontal que portaba, se vieron con una pared casi vertical que tenían que subir. Era el momento más difícil de todo el servicio. "Llevábamos mucha carga y debajo teníamos un precipicio", explica Javier. "Alumbraba con la linterna para abajo y no se veía nada", indica Kiko Arbelo. "En ese momento, ante el peligro que teníamos me acordé mucho de mis dos hijos, Cristian e Iker", comenta Sergio. "Había que escalar y ellos iban muy cargados, pero hicieron muy buen trabajo", describe Emilio Navarro.

La maniobra salió bien. Todos llegaron a la vera de Óscar, quién estaba tirado en el suelo y tapado con una manta térmica rota que llevaba en su mochila. "Estaba súper tranquilo. Lo primero que hizo fue pedirnos disculpas y le dije que tranquilo, que estábamos allí para eso", recuerda Javier López. Tras comprobar su estado, "valoramos el rescate, pero tomamos la decisión de pasar la noche allí porque él nos comentaba que tenía un fuerte dolor en la espalda y en una pierna", añade. El siguiente paso fue mantener el calor corporal del herido. Peñate se quitó su chaqueta y con ella lo cubrió. Kiko se desprendió de sus guantes personales para que Óscar pudiera mantener sus manos calientes. El forro de la camilla fue utilizado para dar más calor e incluso usaron unos sudarios que los bomberos poseen para tapar los cadáveres. Todo era poco para aguantar el frío. También llamaron al médico del 112 para informarle de la situación en la que se encontraban y evaluar la realización del rescate a primera hora de la mañana en un helicóptero.

Comenzaba entonces una dura madrugada en la que tenían que estar pendiente del biólogo ya que un movimiento podía llevarle a caerse por un precipicio de centenares de metros. Por ello decidieron turnarse y sentarse junto a él para evitar que se precipitara. Pero además de ello tenían que abrigarse con lo que fuera ante la intensidad del frío, el viento y la humedad que reinaba en la zona. "He llegado a estar a -35 grados de temperatura, pero nunca había pasado tanto frío como esta vez", afirma José Peñate. "No paraba de tiritar", comenta Sergio Trejo. El guía Emilio Navarro decidió abandonar el lugar a pesar de la insistencia de los bomberos de que pasase la madrugada junto a ellos por el peligro que supone el camino sin luz natural. "Tenía un compromiso a las cinco

y media de la mañana y yo ya había hecho mi trabajo", explica Emilio, quién agrega que además "no tenía ropa para pasar la noche, porque el viento y el frío que hace en esa zona congela". Por lo que puso rumbo a La Aldea, adonde llegó sobre las cuatro de la madrugada aunque preocupado por cómo pasarían la noche los bomberos y el biólogo.

Estos últimos hablaban para tratar de olvidar el frío. Por sus cabezas pasó de todo. Por la de Sergio sus dos hijos. Kiko y Peñate recordaron a sus parejas, que se encuentran embarazadas. Y por la de Javier una búsqueda que hace dos años realizó cerca de la zona, en la Reserva Forestal de Inagua, donde una turista suiza sufrió una caída una noche de intenso calor y no fue hallada hasta un año después.

Eran momentos difíciles, pero la naturaleza les iba a premiar con una privilegiada vista del amanecer. Bajo sus pies, un mar de nubes. A la derecha, el Roque Nublo. A la izquierda, el Teide. Además, llegaba la noticia que esperaban: el 112 comenzaba a movilizar un helicóptero para proceder al rescate de los cincos. Y es que los bomberos se encontraban cansados e incluso con síntomas de hipotermia debido a la sensación de frío que habían pasado durante la noche.

Fue sobre las nueve de la mañana cuando atisbaron el helicóptero del Grupo de Emergencias y Salvamento (GES). "Dieron un par de vueltas porque al principio no nos veían", apunta Peñate. Después se situaron junto al risco, en condiciones adversas debido al viento, y lograron finalmente izar al afectado. Entonces los bomberos estallaron de alegría. Javier alzó los brazos al ver que Óscar ya se encontraba en el helicóptero. "Nos liberamos porque todo había salido bien", explica Javier López. Y fue en ese momento cuando Peñate alentó al resto de sus compañeros a cantar la canción que les ha hecho famosos. Ese "Don't worry, be happy" era el punto final a un trabajo bien hecho, un trabajo "que nos ha unido, nos sirve para afianzar más la amistad", dice Kiko Arbelo; un servicio "que hace que te sientas muy satisfecho de la profesión que haces", comenta Sergio Trejo. En definitiva, un rescate que les ha valido para ganarse el cariño y el aprecio de todos los grancanarios para los que trabajan.