" Drake llegó a las aguas en que nos encontramos y su fantasma puede que aún ronde por aquí€" Así comienzan las singladuras del último barco pirata del sur de Gran Canaria, tras el hundimiento controlado hace años del San Miguel, otra réplica de galeón español que surcaba las aguas de Mogán con sus velas rojas y tripulado por turistas de todas las nacionalidades en busca de aventuras en las costas del mar de las calmas.

El testigo lo ha recogido el Timanfaya, armado en los astilleros valencianos Carabal en 1991 y restaurado en 2012 para volver a pintar velas de corsario en la costa moganera. Con sus 26,64 metros de eslora, 8,40 de manga y 195 toneladas de desplazamiento reproduce una estampa que se avistó por primera vez en Canarias en el siglo XVI, cuando el trasiego naval entre el Nuevo Continente y Europa convierte a Canarias y Azores en la partonsa que esconde a flotillas de piratas para abordar a los barcos estibados con los tesoros del otro lado del Atlántico.

Los primeros que acechan a los navíos en estas aguas son los franceses, que dan tumbos de un continente a otro sembrando el terror en los principales puertos de la época. Como El ángel exterminador, Jacques Sourie, un cruel hugonote normando que se rebeló como un auténtico carnicero.

En 1555 quemó media Habana, su puerto y flota para, cinco años más tarde, reaparecer en La Palma, donde a pesar de ser repelido mata y arroja al mar de Tazacorte a 40 misioneros jesuitas. Un poco antes otro francés, François Le Clerc Pata de Palo, también se ensaña con La Palma, el tercer puerto más importante de aquella Europa.

Los ingleses tampoco se quedaron flojos. Cuando Felipe II hereda el trono español el 15 de enero de 1556 para convertirlo en el principal imperio mundial se enervan las hostilidades con los británicos y Canarias, en medio de aquel campo de batalla comercial entre los dos bandos, recibe una buena tonga de balas de cañón.

A partir de ahí gran parte de las torres y fortalezas del litoral del Archipiélago fueron construidas por orden de la corona para amortiguar el acoso pirático que llegaba a bordo del ´moderno´ galeón, un avance evolutivo de las vetustas carracas y carabelas. John Poole, Cooke, John Hawkins..., ponen proa a las islas a todo trapo para marisquear en sus riquezas.

Aquines el filibustero

Y una muestra de la popularidad de los filibusteros en las islas es que el propio John Hawkins era conocido aquí por el castellanizado nombre de Aquines.

Un Aquines que, a su vez, era primo de Francis Drake, el propietario de uno de los espectros que hoy merodea las regalas del Timanfaya, quién , junto con el holandés Pieter Van Der Does un poco más tarde, logra llenar la cachimba de los grancanarios, especialmente el segundo. Francisco Draque, como también lo llamaban los compadres isleños de la época, fue rechazado en la capital grancanaria en 1585, a pesar de la potente flota que comandaba rumbo a las Indias, y es cuando pone proa a Arguineguín encorajinado y buscando venganza, cuando acrecienta allí sus bajas por un Mogán en sobre aviso, huyendo de sus aguas con la popa entre las piernas.

Der Does, un duro de roer

Y si bien es cierto que no finiquitó precisamente en nuestros mares del sur sino en el lejano Portobelo de Panamá en 1596, también es conocido que los fantasmas aparecen en cualquier sitio y cuando menos se les espera.

Y aún falta Pieter Van der Does, que fue duro de roer en nuestras costas. El holandés inició su derrota a las islas a bordo del fabuloso Orangieboom y lo hizo a lo grande en 1599 acompañado de 73 navíos de alto bordo. Y cuando llega arma la gorda, ocupando, saqueando e incendiando..., hasta que las milicias lo machacan en Santa Brígida. 1.400 holandeses son enviados a las tinieblas.

Con ese monumental escarmiento se acaban las incursiones a una Canarias que también regaló a la historia sus propios piratas, como el lagunero Amaro Rodríguez Felipe y Tejera Machado -Amaro Pargo-, con patente de corso del Rey de España y que luchó contra Barbanegra; el tinerfeño Ángel García, Cabeza de Perro, dueño de un palacio camuflado de dulcería en La Habana y que murió ejecutado en Santa Cruz; y el grancanario Simón Romero, Ali Arráez, que llegó a ser Almirante de la marina argelina tras ser capturado muy joven por los corsos del Mediterráneo y posteriormente comprar su libertad.