Porque "un pueblo sin pasado es un pueblo sin futuro" y el legado narrativo de los que "se hicieron a sí mismos" durante la época de hambruna en las cumbres de Tirajana es "lo único que le queda a la sociedad para valorar sus raíces", la familia Correa Cazorla ha querido plasmar en 180 páginas la vida y la idiosincrasia de sus antepasados de Cercados de Araña. La progenitora de la estirpe, a sus 89 años recién cumplidos, aún recuerda ir a lavar la ropa a la presa de Chira, sembrar el campo de papas y caminar por senderos de tierra hasta Tunte para ir a misa mientras esperaba el añorado retorno de su marido desde tierras venezolanas.

La historia de Lucrecia Cazorla puede trasladarse a cualquiera de los vecinos de Cercados de Araña que "a base de sacrificio y trabajo" levantaron a principios del siglo pasado una tierra generosa para el cultivo. Su padre, quien tras regresar de Cuba logró construir una modesta casita para sus nueve hijos, se dedicaba al cultivo de papas y millo en el pueblo de la presa de Chira. Al ser una de las hijas más pequeñas, Lucrecia tuvo la suerte de poder apartar por un rato la recogida de almendras y demás quehaceres domésticos para aprender a leer y escribir en la casa de la maestra.

A la edad de 14 años se enamoró del que luego se convertiría en el gran amor de su vida y padre de sus tres hijos. Juan Correa, también de Cercados de Araña, la conquistó con el que, según Lucrecia, ha sido el vestido más bonito que se ha visto en el pago de cumbres. "Mi marido se dedicaba además de la tierra a vender ropa por otros municipios. De solteros fue caminando desde Los Cercados hasta San Mateo a comprarme un vestido y, como no le gustó lo que encontró allí, volvió a caminar sendero abajo hasta Las Palmas", recuerda de manera lúcida Lucrecia en compañía de sus hijos y nietos.

Antes de darse el sí quiero, la joven Lucrecia tuvo que esperar el regreso de su enamorado de las trincheras de la Guerra Civil Española. Primero en el frente y luego en la base aérea de Gando.

Una noche de 1949 ambos "escaparon" de los invitados que les acompañaban en el convite nupcial. "Había mucha gente y nosotros queríamos estar solos", aclara la tirajanera con gesto sonriente.

Para mucha gente de Cercados de Araña se avecinada por aquel entonces una época de hambruna en la que el éxodo a Venezuela o Cuba se presentaba como una opción de mejora.

Durante los nueve años de ausencia de su marido, Lucrecia se quedó a cargo de los hijos, los animales y el terreno de cultivos.

"Ella araba la tierra, daba de comer a las cabras, lavaba la ropa en la presa y cultiva un pequeño huerto de plantas medicinales que paliaba los males que sufríamos durante la niñez", explica su hijo Vicente, ya que en aquella época había que caminar por senderos a oscuras hasta Tunte para visitar al médico o ir a misa.

La correspondencia telegráfica entre Lucrecia y su marido fue asidua durante estos años. Juan mandaba parte de su jornal de vendedor de huevos en Caracas para mantener a los suyos al otro lado del Océano y Lucrecia soñaba con el reencuentro de ambos en el hogar familiar que estaban construyendo a "base de sudor y perseverancia".

"Nuestra pequeña casa fue la primera vivienda en el pueblo que tuvo baño", cuenta Vicente de manera anecdótica.

La niñez de los hermanos Correa Cazorla transcurrió como la de sus compañeros de pupitre, utilizando goma de almendrero para pegar las páginas de la cartilla del colegio cuando se deshojaban y jugando con pelotas y muñecas de trapo. "Recuerdo que fabricábamos coches con las palas de las tuneras y nos pasábamos la tarde jugando en el campo. Sin que otra cosa nos preocupara", añade Vicente, ahora maestro de profesión.

La situación al otro lado del Atlántico no es que fuera un camino de rosas, precisamente, y el cabeza de familia huyó a la ciudad de Barquisimeto, al oeste de Venezuela. Allí trabajó con un compatriota de Santa Lucía de Tirajana en las tierras y tras ahorrar algunas antiguas pesetas para que "sus hijos estudiaran" regresó a Tirajana.

La última etapa de la vida de Juan y Lucrecia transcurrió en la ciudad capitalina, donde fijaron su residencia hasta la fecha. Allí nació sus tercera hija, María Inés, una de las principales precursoras de este proyecto literario.

Tras la muerte del cabeza de familia, Lucrecia y sus hijos regresan "en fiestas o en vacaciones" al pueblo de sus orígenes y, en una de sus asiduas conversaciones sobre épocas pasadas, comienzan a construir el árbol genealógico. "Comienzas a conocer refranes, poesías...a tirar del hilo, en definitiva, y encontrar la madeja", señala María Inés, a los pies de su madre.

La recopilación de fotos, bibliografía y la redacción de textos que han fraguado este libro familiar, que lleva por título Mi vida, ha durado cerca de un año.

El domingo pasado Lucrecia, en compañía de miembros de la corporación de San Bartolomé de Tirajana y amigos de Cercados de Araña, presentó sus 180 páginas de memoria colectiva e historia personal. En menos de una semana, se han agotado los 70 ejemplares de la primera edición. En palabras de la tirajanera "recordar el pasado es terminar con la vida para así poder cicatrizar las heridas".