"Conocer la historia de la familia del Conde de la Vega Grande es entrar de lleno en la historia de la isla de Gran Canaria". Con estas palabras resumió Alejandro del Castillo y Bravo de Laguna, noveno conde la Vega Grande, el trabajo de investigación que han realizado los catedráticos de Historia de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, Manuel Lobo y Fernando Bruquetas, y que han condensado en el libro El Condado de la Vega Grande de Guadalupe. Alejandro del Castillo explicó que sus parientes fueron pioneros en el cultivo de la caña de azúcar, de cereales, de viñedos, de cochinilla, de tomates, de plátanos, también en la ganadería, y además, impulsaron la actividad turística en el sur de Gran Canaria, hoy el motor económico de la Isla.

En el acto de presentación de este libro, que tuvo lugar el pasado jueves 25 de septiembre en el salón dorado del Gabinete Literario, el conde de la Vega Grande contó que fue a su hijo Fernando del Castillo, su sucesor, a quien se le ocurrió la idea de recopilar la historia de la familia, tarea en la que se ha empeñado a fondo, los investigadores Manuel Lobo y Fernando Bruquetas. Ambos autores consultaron durante un año los documentos originales que procedían de las distintas familias que entroncaron con la casa de la Vega Grande y que conserva en perfecto estado Alejandro del Castillo.

Entrar en la vida de esta saga permite al lector no solo conocer el árbol genealógico de una de las familias históricamente más importantes de Canarias, sino también adentrarse en la historia, la economía, la sociedad y la cultura de Gran Canaria desde el siglo XVI hasta el siglo XXI. De hecho, uno de los autores, Manuel Lobo, señalaba en el acto de presentación de la obra, que "todos los renglones de la historia de Gran Canaria tienen que ver con algún pasaje de la vida de los miembros de la familia condal". El catedrático aclaró que fue Agustín del Castillo, cuarto conde, y no los ingleses, como se creía, quien introdujo el tomate; y destacó también la familia Castillo fue una de las primeras que reconvirtió las tierras de cañas de Telde en viñedos, que en el siglo XVII predomine en esta localidad la producción vinícola seguida de Guía y Gáldar así como la costa de Lairaga y la Vega.

Pero igual de importante fue entonces el impulso que dio esta familia a la construcción de salinas, dado que la sal era un producto de primera necesidad para conservar los alimentos. Tanto Lobo como Bruquetas llegan al convencimiento en este trabajo de investigación de que la primera salina la hizo en Aldea Blanca el vecino de Telde Francisco Pérez Calvillo, en 1537, que pronto pasan a manos de Alonso Olivares del Castillo.

Además, apuntó que fue Alejandro del Castillo del Castillo, octavo conde, el que decide crear la sociedad Maspalomas Costa Canaria, que marca los inicios del turismo. Fue en 1962 cuando el padre de Alejandro del Castillo y Bravo de Laguna colocó en San Agustín la estaca que sirvió de hito para comenzar la primera urbanización turística sureña.

Relatan también estos historiadores cómo, tras la Conquista, los terrenos y aguas otorgadas por los gobernadores a los protagonistas de la gesta bélica: los Castillo, Muxica, y Lezcano, marcaron el origen de las grandes haciendas, a las que se sumaron las recibidas por los financieros italianos Cairasco, Cibo, Salvago, Amoreto, y Azuaje. Si bien, apuntó Lobo, que todos presumían de sus antecedentes nobles, es en el siglo XVI con la fundación de los mayorazgos cuando comienza la aristocratización de la saga condal en la que confluyen dos linajes diferenciados: Castillo y Amoreto, con las consiguientes afiliaciones que les fueron agregando con el transcurrir de los siglos. Los Castillo tenían tierras en Arucas, en Telde, en San Lorenzo, y por todo el Norte, mientras que los Amoreto eran dueños de todo el suelo que iba desde el barranco de Tirajana hasta el de Arguineguín.

Todas estas propiedades son las que aportan en su matrimonio, que tiene lugar en el siglo XVIII, Fernando Bruno del Castillo Ruiz de Vergara, primer conde de la Vega Grande, y doña Luisa Antonia Amoreto Manrique del Castillo, pareja que encabeza la historia de una familia que llegó a controlar toda la economía de la Isla. Una vez que el rey Carlos III concede el título de Castilla a don Fernando Bruno del Castillo, las otras titulaciones con las que los miembros de esta familia van adornando su perfil durante siglos, como alférez, regidor, castellano, familiar o alguacil del Santo Oficio se resumen en 1777 en el título de conde. Además, se valen de las Leyes del Toro, que regulan las sucesiones, para asegurar que los bienes no se fragmentaran con las herencias, pues ante todo lo que querían era que el patrimonio les permitiera consolidar el poder y comienzan así las uniones entre la misma dinastía. Tras la conquista de Gran Canaria, la familia condal se involucra de manera decisiva en el comercio, las finanzas y especialmente en la agricultura. Sus propiedades se caracterizaron por el cultivo de la viña con haciendas y lagares en el norte y sur de la Isla, así como por los cereales, pero también por la cochinillla, el tabaco, los plátanos y el tomate, además de la industria de la sal y las salazones. A esto hay que añadir la explotación cementera y finalmente la promoción turística, lo que provocó que tierras de cultivo baldío de tomates dieran paso a urbanizaciones turísticas y a viviendas para los trabajadores del sector terciario.

Archivo y nuevo proyecto

Así, desde finales del siglo XVIII al XXI el condado de la Vega Grande ha tenido un papel decisivo en el desarrollo de la vida de los isleños. Al respecto, comentó ayer Fernando Bruquetas, que el libro recoge "la historia de Gran Canaria a través del linaje del condado de la Vega Grande". También destacó que este valioso documento ha sido posible gracias a la gran riqueza del archivo que guarda Alejandro del Castillo y que consta de árboles genealógicos, escudos, testamentos, y los repartos de las herencias.

Anunció el historiador Fernando Bruquetas que incluso con la documentación que han encontrado en el citado archivo, Lobo y él tienen previsto escribir otro libro sobre la vida de Pedro Agustín del Castillo.

También tuvieron palabras de elogio para el trabajo de estos investigadores, Juan Ramón Gómez- Pamo, bibliotecario del Museo Canario, así como el exrector de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, Francisco Rubio Royo.