Me encuentro muy a gusto cuando me dedico a recorrer esta isla tan fantástica que tenemos. Introducirse por sus senderos, por sus barrancos, por sus montes, por sus bosques, porque tenemos bosques, aunque algunos no lo crean. Disfruto también cuando me tropiezo algún yacimiento aborigen, que por cierto, nuestras autoridades cuidan poco, e incluso creo que ni los valoran. Eso me disgusta bastante, así como a todos los que aman esta tierra. Por lo demás, siente uno satisfacción (al menos yo) cuando se sube a lo más alto de la Cumbre y se contemplas el fantástico paisaje. O se divisan otras islas hermanas que flotan en el horizonte. O si no, cuando, embelesado, te sientas para escuchar el canto de la variada avifauna que tenemos y admirar sus colores y los de toda esa flora endémica que en determinadas épocas del año exponen su belleza cromática como si fueran alfombras mágicas: retamas, salvias, tajinastes, cerrajas, lirios silvestres, lavándulas...

Son momentos de regocijo para nuestros sentidos, una desconexión del mundanal ruido, una ocasión para obtener excelentes fotografías y reportajes en vídeo. Para sentir, para pensar, para inspirarte, para soñar... Es una visión bucólica de la vida que lo que llamamos civilización está destruyendo poco a poco, pero que añoran muchos de los habitantes de esta isla, o de este mundo.

Aunque en ocasiones tengamos que realizar un esfuerzo creo que vale la pena. Es más placentero que tragarte todo ese aire contaminado de las ciudades (el asesino smog de los automóviles); las miradas tensas, a veces hostiles, de quienes pilotan esos cacharros, ruidosos y humeantes, como si el mundo fuera de ellos y hubiese que rendirse ante la maravilla de sus modelos motorizados, brillantes y de tunings enloquecedores.

El senderismo de esta isla tiene unas rutas muy especializadas e interesantes. Así, tenemos la Ruta de los Tajinastes Azules; o la de las Setas, que cuando se producen lluvias en los bosques y tierras cumbreras ofrecen una variada gama de este rico alimento y van los expertos a llenar sus bolsas para después degustarlas. O la Ruta de las Castañas, o de los Almendros. O si no, esas peregrinaciones que conducen a Tunte, a Gáldar o a Teror. Siempre hay una razón, un motivo para adentrarse en nuestros senderos, caminos, pueblos recónditos, barrancos y montes. Siempre es mejor caminar en primavera o en otoño que en verano o invierno. Lo que no se debe hacer nunca es andar solos por esos caminos o sin conocer bien las rutas.

Antes existía una ruta senderistas que llevaba a los caminantes desde la Cruz de Tejeda, que viene a ser como un nudo de comunicaciones en el centro de la isla, al pinar de Pilancones, para ver el famoso pino, que se estimaba era el más alto y grueso de la isla. Como saben, fue destruido por el incendio que asoló la isla de Gran Canaria hace unos años. Pero no era cierto del todo. Tal vez fuera el más alto, pero no el más grueso. Yo propongo, si me lo permiten, otra ruta singular que les conducirá al lugar donde realmente se levanta el pino canario más grueso, no solo de Gran Canaria, sino tal vez de todas las islas.

Se encuentra en la ladera norte de la llamada Caldera de los Pinos, en la parte que corresponde al municipio de Moya, muy cerca del pueblo de Fontanales. En las fotografías que adjunto puede verse la anchura que tiene. Lo medí hace unos años, en 1972, y tenía exactamente 7,55 metros de circunferencia. No sé si habrá engordado más, o se ha quedado como estaba. Es desde luego un ejemplar centenario, pero el paso del tiempo, los vendavales y demás elementos de la naturaleza que han incidido en él, le han ido tronchando la copa y por eso no estamos ante el árbol más alto de esta especie, en Canarias. El árbol tiene su historia. Se tienen noticias de este ejemplar desde 1635, año en el que parte de sus ramas fueron cortadas. Se utilizaron, con otros árboles de la zona, para la construcción de la ermita de San Bartolomé de Fontanales, que había ordenado edificar un antepasado mío, por parte de mi abuela materna, llamado Juan Mateo de Castro. Allí dejaron un tronco que luego retoñó, brotando dos ramas que son las que se contemplan hoy.

Puede accederse al mismo desde varios puntos. Desde el valle de las Cañadas en Fontanales, desde Pavón, o el Lomo del Palo, o desde la misma caldera de los Pinos. Una opción sería una ruta que parta, por ejemplo, desde los Moriscos (el punto más elevado del municipio de Moya), o desde el Montañón Negro, para llegar al mirador de los pinos de Gáldar, donde se ve el cráter del volcán, o todo el norte de la isla y el Teide (si no hay niebla, claro) y luego bajar por la vía pecuaria que desciende hacia el norte. Aquí hay que tomar precauciones porque el camino es resbaladizo, debido al picón. Poco antes de terminar esta ladera, hay que dirigirse hacia el este, pasando por encima de la pared que separa los municipios de Gáldar y Moya, y caminar unos pocos metros hacia el este.

En este entorno se ha desarrollado, a lo largo de más de cuarenta años, una gran repoblación forestal, especialmente de pinos canarios. Pero antes de esta, ya se encontraban allí especies centenarias, en la parte perteneciente a los municipios de Gáldar y Guía, y también en la banda de Moya, donde precisamente crece el ejemplar al que aludo. En la zona galdense existe también un pino histórico, aunque sea una historia trágica. Cerca de su tronco que se encontró el cadáver de un farmacéutico que fue asesinado por un alemán en el primer cuarto del siglo XX, para robarle el dinero que llevaba. Esta historia ha sido contada muchas veces y existen diversas versiones. Uno de los últimos reportajes que he leído sobre este suceso fue escrito por el colaborador de LA PROVINCIA Pedro Socorro.

Existen aquí varias posibles bajadas. Una hacia Juncalillo y las presas del municipio de Artenara, como las de Los Hoyos, Lugarejos o los Pérez, para terminar en el Valle de Agaete, pasando por El Sao y El Hornillo; otra hacia el Lomo del Palo, (Montaña de Medio Almud) Fagajesto, Caideros, Hoya de Pineda y Gáldar; o bien, bajando por Pavón, El Gusano, Lomo del Pino, Barranco del Pinar y Montaña Alta de Guía. Por cierto, aquí cerca de la denominada Casa del Queso, se está construyendo un mirador desde el cual se contempla una magnífica panorámica.

Una ruta interesante en esta comarca sería descender desde el Montañón Negro y Pinos de Gáldar hasta el Valle de las Cañadas y Fontanales, donde puede uno comer o tomar un aperitivo, para continuar después al Barranco del Laurel para finalizar la caminata en el emblemático Los Tiles de Moya que, como sabrán, es uno de los restos del antiguo Bosque de Doramas. Si aún quedan ganas y fuerzas debería uno asomarse al profundo barranco de Moya y continuar hasta este villa donde nos espera, además de sus conocidos bizcochos y demás muestras de su repostería, el Museo de Tomás Morales.