Rama de Agaete rehogada. Dispóngase de un ramón de entre ocho y quince kilos cortado preferiblemente dos días antes en Tamadaba de poleo, mimosa, eucalipto blanco, eucalipto verde y romero. Póngase el tarajullo en un barreño con agua durante 48 horas y mójese regularmente con un espray de chingar para que las hojas mantengan la humedad. Apártese.

Mientras, prepare caldo pollo, tongas de ensaladilla rusa y garbanzada para el día de La Rama, y otra tangana igual de carne mechada para el día siguiente, fiesta grande de la Virgen de las Nieves.

Una vez hecho esto póngase en la víspera de autos una chanclas, un pantalón corto, una camiseta ligera y un sombrero Arehucas y tire para la verbena. Empate como pueda esta verbena con la Diana Floreada de las siete de la mañana. Vuelva a casa, enjuáguese la mollera, desayune fuerte, agarre el ramón y rianga, a La Rama.

Este fue el menú con el que, ayer y en muy distintas versiones, sobrevivieron miles de personas que asistieron a la liturgia de Agaete, con la que se alió un tiempo inmejorable para provocar una catarsis que nunca falla.

Son apenas las once y media de la mañana con un cuadro en la villa en la que se van mixturando los restos de la noche con el personal fresco de la mañana.

El Bochinche La Rama, en la estratégica esquina entre León y Castillo y San José, es reducto de supervivientes. El propietario se desmelena sobre la precaria barra del garito a todo reggae town. Salta este hombre como si estuviera en Jamaica, y también lo hace el grifo de la cerveza, las paredes, el fregadero, el chorro del fregadero, los vasos de la clientela y la clientela toda.

Sandra Sánchez, que ella es de Guía, pone copas allí. Asoma de entre las canillas del dueño y explica el origen del fenómeno. Llevan desde la una de la mañana en ese formato y del grifo han salido 19 barriles de cerveza y, de las alacenas, ceretos de carta blanca. Bochinche La Rama, y su distinguido público, vive una transmutación espacio-temporal, en la que no se sabe si aún es antier o si no habrá mañana.

Botellines y manises

Aquél es el naciente de un río en crecida que, al contrario que lo que rige en geología, transcurre cuesta arriba por la plaza y la calle Concepción. Los rameros van calentando sus motores, aquellos que aún no lo tienen gripado, bien en el bar El Perola con botellines y manises, o bien en el chiringuito de fortuna Visillo Botadón, con Rita Pérez desde la noche anterior echando para fuera lo mismo unos tanganazos de mojitos que bocatas de lomo o tortilla.

En ese epicentro van las personas juntándose en grupos para ir a buscar la rama del Ayuntamiento, la que los servicios municipales pone a mano a los participantes que no han ido por su cuenta a buscarla al lugar de origen, la Tamadaba que aparece en lo alto coronando el fiestorro.

Cogerán ripio con los primeros papagüevos marcando el rumbo hasta la plaza Tenesor, donde la cafetería La Esquina. Lo que parecía un andar meramente tranquilo, dentro de la gravedad, de repente arranca en botes justo delante de la Cafetería Piscolabis El Rinconsito Silau (repartos a domicilio y con un extraordinario cono de papas a un euro y medio).

Ha percutido el enrale la Banda de Agaete, que inicia el repertorio con cinco trompetas, cinco saxos, un par de trombones, unos platillos y dos tambores, uno más grande que el otro, que obviamente es más chico. Nunca tan poca orquesta montó tanta ópera arrancando por un Somos costeros.

A partir de ahí se pierde la comitiva por la calle Juan de Armas.

Ahora que no se ven es donde surgen las tres preguntas necesarias en cualquier 4 de agosto de Agaete: ¿hay menos gente que el año pasado? ¿por dónde va La Rama? y ¿a qué hora son los fuegos?

Iván Auvinen González y María Mercedes Grimón se encuentra en el lado de poniente. En la base de la empinada calle Guayarmina donde dentro de un rato todo sucederá. Iván lleva un ramón de puntería. De los cogidos dos días antes y con tratamiento de barreño y flis de agua.

María Mercedes porta una camisa que pone Con la muerte en los tacones, que no sólo es una ocurrencia tal cual, sino también su blog de moda. La de Iván es un Julio Iglesias en plena parranda que luce el lema La Rama es la mejor fiesta del mundo..., y lo sabes.

Auvinen detalla las características del matojo y sus instrucciones de uso. De medir "mide menos de la media", si se compara con los que bajan los oriundos del valle, algunos de hasta tres metros, si no más de altura, gente recia que sabe buscar, "sabe andar por los caminos", y sobre todo, "sabe soportar" con tarajullos de hasta 20 kilos de peso, "si no más".

Peticionarios descamisados

Eso es una rama madre. Y no un puño cilantro. Por tanto, con poderes casi esotéricos que no se puede descomponer. Numerosos peticionarios descamisados se acercan al señor Auvinen con ánimo de que desgaje y regale un cacho, en definitiva, para ahorrarse la migración a Tamadaba y el remojo al baño maría de varios días. "Pues haberla ido a buscar, amigo", porque cada vez que sale un ramón hacia la marea, bajando en baile por Guayarmina, tanto Iván como muchos otros compadres endógenos de Agaete la miran y piden, lo mismo un viaje de billetes que la salud de una señora. Como recién pidió la curación de su vecina Mabi, y que ahora anda mucho mejor que lo que viene siendo peor.

Ahora sí. Suena un volador disparado en lo alto de la cuesta. Son las 12.57. Sube gente a encontrarse. Con carritos para el supermercado, fundas impermeables para el móvil, guayarminas con pantalones con la tela justa para soportar la cremallera (minimum vaquerus). Desde la azotea de la casa Yuta, lugar estratégico donde los halla, llega el sonido del bucio a las 13.10 horas. Ahora el mogollón forma el homo rama, un ser gregario pegado a un eucalipto que se va desparramando por el contagio de La Madelón.

Ahora hasta las liñas de la ropa bailan y solo se ven ya las cabezas de los gigantones y se intuye la Banda de Agaete de nuevo bajo la selva, de donde salen risas, fiestas, más bucios y el filosófico tema Buena cerveza, la que tomamos aquí. Por fin, a las 13.52 se llega al estado ramitatorio. Suena el Siete Estrellas Verdes, justo antes de darle el relevo, de nuevo en la plaza Tenesor a la Banda de las Nieves.

Los miles de bajada se unen a los miles que esperaban, así hasta los veinte mil, que más o menos calculaba la autoridad municipal. Varias horas después llegaba el bosque al mar, y de allí a los pies de la Virgen, en una playa de Las Nieves repleta a rebosar. La promesa estaba echada.

Quedaba la histórica retreta, a las diez de la noche amenizada pro las bandas de Agaete y Guayedra, y los afamados voladores de Francisco Jiménez Dávila. Eran a la una de la mañana, pero como en toda fiesta de La Rama que se precie, "nadie sabe bien a qué a hora estallan porque nadie a esa hora mira la hora".

Y hoy más, con el encuentro de San José y La Concepción a las la 12.00 y, a las 21.30 horas, el XXII Festival Nacional de Folclore y de remate verbena a medianoche.