La Provincia - Diario de Las Palmas

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Por si hace calor Agüimes

Donde Cabrón perdió los dientes

Los indígenas recibieron al pirata español en la ventosa costa de Agüimes a golpe de tenicazos

Manuel Martín enseña su sencillo pero eficaz sistema eléctrico para sobrevivir hasta que encienden el motor comunal de siete de la tarde a once de la noche. S. CEBALLOS

La luz la ponen a las siete de la tarde y la cortan a las once y media. A partir de esa hora rebrilla la luna contra la marea haciendo de espejo; se hace sentir el guineo giratorio de la linterna del faro de Arinaga y comienza el arrorró de las olas meciendo la arena. Esto es El Cabrón.

El guardia Miguel Ángel, "aunque también me llaman Jesús cuando estornudo", ha ido con su coche patrulla a patrullar al lugar más pacífico y menos patrullable del Atlántico. Tan pacífico es que a pesar de que en la parte alta el viento aúlla con intensidad picomil, abajo en la caleta ni siquiera entra el alisio para no molestar.

Cree Miguel Ángel el guardia, que no da el apellido porque está de guardia, que el lugar y sus poderosos fondos de acuario reciben tan peculiar nombre a cuenta de un capitán español que "se bajó de su velero aquí", en una maniobra en la que se dejó todos los dientes después de llevarse el certero tenicazo de un indígena, si bien no conoce bien si era por llamarse Pedro Cabrón, o porque efectivamente era un cabrón del carajo.

Es difícil escuchar entre la galerna a Miguel Ángel encima de este extraño pago sin fiestas de guardar, sin santo, plaza, ni procesión. Sin bar, sin luz, sin cobertura. Recuerda de chico que tenía menos cosas aún, salvo los plantíos de tomates también sin fin, y una valla de finca que permaneció hasta que un motín popular la mandó quitar.

La cancela estaba más o menos donde se encuentra un siniestro edificio colgado del acantilado, y donde el Movimiento fijó la residencia de la Sección Femenina de cuando Franco. Es difícil saber que pensó la cabeza que apostó por tal coordenada para aleccionar a unas señoritas tan lejos del mundo civilizado. Desde ese otero se aprecia la caleta, que cae al mar abruptamente desde la meseta. Forma media luna que deja un cantil al zoco donde se han montado unas vivienda de un único propietario. "Todo ilegal", informa la autoridad.

Las casas, pocas pero casas, levantadas a espaldas del alisio son un alarde del autoconstructivismo canario, algunas con los elementos que le son propios a una vivienda estándar, pero otro tanto levantado al estilo compadre con materiales de derribo, de tal forma que no se sabe donde acaba un camino y empieza el baño de un vecino.

Donde están pasando el verano Manuel Martín y María Rosa Martel son del primer formato. No falta de nada y ni todo el oro del mundo podría pagar la estratégica terraza donde María Rosa está sentada respirando el oxígeno marino que sale de las espumas de una olilla boba que invita al margullo.

El matrimonio es de Carrizal y Manuel conoció el lugar de canijo, cuando acompañaba al padre a rumbiar unas cabras "y de grande seguí viniendo, pero sin cabras". Como hay tan pocas cosas en El Cabrón el vacío se rellena con risas. Todo da para explotarse.

Camino a Los Tres Peos

Ese mismo vacío produce efecto ventosa. Ejemplo: Pepe Vega, que acudió hace diez años a lo que era un asadero nocturno y quedó succionado por el sitio. Dice que la luna allí orbita de otra forma. Se alquiló una casa y es el tercer hombre más feliz del mundo, después de María Rosa y Manuel.

Enfrente, donde arranca el camino para la playa de Los Tres Peos, bajan expedicionarios hacia el acuario a la búsqueda de la catalufas y las brotas, las herreras, los cardúmenes gigantes de roncadores, y vengan meros y abades, medregales y bicudas. Los buceadores nuevos salen del agua después de inspeccionar los bajos de El Cabrón con cara de alucinados. Son extranjeros y al por menor personal de la tierra, que acaban de pasear por uno de los grandes espectáculos submarinos de Canarias.

Mientras, en superficie, sigue la conversa con Manuel, Pepe y María Rosa sobre un lugar que se mueve apenas sin energía, una república independiente del Ministerio de Industria y que carbura sin red eléctrica. Manuel entra en la cocina para ilustrar cómo funciona el tinglado, y sus curiosos rituales, con el transformador de 120 a 240, el acumulador y su forma de empleo, que no es otra que la de un vivir al pasito y disfrutar de cada voltio de la vida para iluminarse sin agotar las baterías.

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