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Por si hace calor San Bartolomé de Tirajana

Los dos mares de la Santa Cruz

Castillo del Romeral linda al Atlántico con dos piscinas naturales de tamaño descomunal

Escaleras, solárium y mucha mar. QUIQUE CURBELO

De repente el personal ha huido de la costa de Castillo del Romeral. El viento ha barrido a la concurrencia, menos a un pequeño grupo de irredentos que piensan que las rachas, lejos de desquiciar, refrescan. "Sin viento te asas".

El espectáculo que ofrece el litoral de esta esquina de San Bartolomé de Tirajana, la primera esquina llegando desde la capital, es de un mar olímpico encerrado en dos muy gigantescas piscinas naturales construidas hace 40 años en esta costa de piratas.

Desde que las Islas se pusieron en el mapa de la navegación africana aquella costa sin ley se convirtió en el fondeadero de lo peor de cada océano hasta que a Carlos II se le llenó la cachimba en 1669 y dio permiso al sargento mayor Antonio Lorenzo Bethencourt para armar un castillo en el lugar.

Tuvieron que pasar 27 años para terminar de alicatar la fortaleza. Con el sargento Antonio finiquitado fue su hijo, el capitán José Jacinto Bethencourt Ayala y Roxa, el que se hizo cargo de las llaves.

Dentro, cuatro cañones artilleros de fierro, y fuera, "a un tiro de mosquete se hallan hasta treinta personas, y a un cuarto de legua Aldea Blanca y Sardina", pone el relato de una suerte de certificación de obra que rubrica un tal don Luis Romero de Xaraquemada, según recoge monseñor Santiago Cazorla León en su obra Los Tirajanas de Gran Canaria.

Castillo del Romeral, o el Castillo de la Santa Cruz del Romeral, como también aparece en según qué pergaminos, lo tenía todo para una película de corsarios. Salinas, un desierto dunar a la vista, una toma de agua dulce... y océano libre.

"Esto es un lujo único en Canarias", sentencia sin paliativos el cirujano José Manuel Rodríguez señalando al lugar en que durante siglos se sucedían los trajines bucaneros y donde los chiquillos Nauzet, Adrián, Laura y Alexander se tiran desde el borde de la pileta en bomba, de cabeza y en voltereta.

Todas las demás piscinas de la isla toda, incluyendo las de agua dulce, son barreños al lado de esta monumental bañera dividida en dos que suma 340 metros de largo, entre 45 y 50 de ancho y con fondos de arena, solarium interminable, cuatro escaleras de acero inoxidable como las de las piscina de verdad, y hasta un señor piscinero que se encarga de su mantenimiento.

En realidad se trata de todo un mar interior domesticado al gusto de naturales y visitantes. De este segundo segmento es el propio José Manuel Rodríguez, que se viene desde la capital, donde existen joyas como Las Canteras, con su esposa, Isabel Espino, porque ni se encroquetan de arena, "como en el Inglés" y porque, en definitiva, ahí "están en la gloria".

Prácticamente natural de Romeral, en el que vive desde que se casó hace una ristra de años, es el hamaquero Santiago Suárez, que ilustra la maravilla por el solo hecho de que se pasa la vida de hamaquero en las playas turísticas de San Bartolomé de Tirajana y cuando tiene un rato libre encima vuelve al solajero del Romeral.

Suárez debe llevar sobre sus hombros miles de horas de luz de sol, pero ahí se le ve, sentado sobre su toalla azul oteando el azul fortísimo del agua salada de la pileta.

Una pileta que no acaba cuando termina el día. "Aquí se han celebrado bodas, bautizos y cumpleaños", informa con el índice apuntando a la inmensa grada que rodea el invento. "Y barbacoas nocturnas", en un sin parar mientras el guineo intermareal fluye en su interior en otros tiempos que no son los propios que en el resto del planeta, ya haga luna nueva o menguante.

Esto ahora, porque a partir de los próximos días se pone a pleno rendimiento, con las fiestas de San Miguel. Isabel Espino, sin ir más lejos, ya está preparando su furgoneta-chalé para plantarse en el cercano camping, también con acceso rápido a la marea, y no perderse la romería del día 25, una fiesta que no está completa sin el margullo de la Santa Cruz del Romeral.

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