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Por si hace calor Santa Lucía

Bahía de Formas, la facultad del viento

La cala, conocida de antiguo como Cueva Alaya, es la mejor escuela de Europa para el windsurf

Bahía de Formas, la facultad del viento

El municipio de Santa Lucía, virado hacia la costa africana en línea recta, soportó durante los siglos XVII y XVIII unas masivas invasiones de langosta que dejaron sus campos literalmente arrasados, provocando una de las hambrunas históricas del Archipiélago.

Hoy, unos cientos de años después, el aspecto del zaguán de entrada a la Bahía de Formas debe tener prácticamente el mismo aspecto, acrecentado por los plásticos de los invernaderos abandonados, la tierra en polvo que vuela bajo los enormes aerogeneradores y unos pertinaces restos de todo tipo de atarecos que por el tiempo que llevan allí están a punto de fundirse con las primeras capas del planeta.

Pero, una vez pasada esta muy cochambrosa cancela se abre a la vista la espectacular marea que, en según qué días, se pone de un zafiro subido. Es la antigua Cueva Alaya, como también se conoce la zona, y que con la construcción del puerto de Arinaga no sólo se mató a unas de las mejores olas para windsurf y surf que existían en el Archipiélago, sino que convirtió la bahía en una suerte de Alcaravaneras del sureste, también limitada en el horizonte por el dique portuario.

El resultado es ahora un mar de las calmas, con el agua en forma de pista prácticamente plana, pero con un pertinaz viento que sopla 300 de los 365 días del año, y que la ha convertido en uno de las mejores guarderías del windsurf, un aula de más de una milla de largo mar adentro por la que han pasado miles -y miles- de personas de todos los lugares del planeta, especialmente de Alemania y Noruega, pero también de Suecia y últimamente hasta de Rusia.

Unos foráneos que por fuerza tienen en el descrito panorama la primera impresión, sin que la autoridad, a pesar de las décadas en las que Bahía de Formas forma al personal, le haya pasado un paño.

Nada menos que cuatro escuelas se encargan desde primeras horas del día de escolarizar a los futuros windsurfistas.

Javier Espín Loira es maestro surfero de Pozo Wind. Allí está el enorme furgón que hace de biblioteca con el material de estudio: 25 tablas, otras muchas más velas en distintos formatos, arneses, neoprenos, botavaras y quillas, que se van repartiendo entre alumnado para, a los pocos minutos, convertir a Bahía de Formas en un fantástico festival de colores.

Es de Espín Loira la sentencia de que el lugar es el mejor campo académico de todo el continente europeo, según ilustra mientras no le quita ojo a una niña de ocho años que empieza a rumbiar por la orilla y a coger su fuga sobre el agua, cogiendo nota a medida que va sumando nudos por hora.

Con una rosa en el pelo

Es, para explicarlo mejor, "la cuna de los windsurfistas, donde se puede aprender muy rápido". Tanto como Julia Pasquale, de solo 12 años, que vive en la cercana Arinaga y que se ha convertido en un plis plas en una colaboradora para el público más menudo que acude a la facultad del viento, si bien el grueso del alumnado, como explica Javier, son escolares de entre 30 y 40 años.

Marcela también forma parte del equipo, subiéndose y bajándose de las tablas que van llegando a la orilla con una habilidad pasmosa y capitaneando desde la proa las maniobras de aproximación a tierra. Con cuatro ladridos va pidiendo espacio para que el marinero toque tierra.

Julia, que hoy navega con una rosa en el pelo, se lo pasa bomba en aquella cancha de aguas transparentes en las que en ocasiones puede ver tortugas y cuya vista hacia el mar es proporcionalmente la contraria que la que se aprecia por la costa, en un inexplicable abandono que incluyen algunas caravanas que se están enchabolando con el paso del tiempo.

Quizá con ese mismo transcurrir se pueda dar accesos, plataformas o un tinglado donde esos miles de deportistas puedan hacer de la mayor cancha natural de la Isla un aulario en condiciones.

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