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El drama que prohibió las carreras

Una prueba de resistencia celebrada en Gran Canaria en el año 1967 acabó con seis muertos y 21 heridos

La historia del automovilismo canario vivió su jornada más negra un 12 de octubre de 1967, con un balance trágico de seis muertos y 21 heridos. La pasión por los rallys ya se había apoderado de la isla de Gran Canaria cuando se celebró la primera edición de la prueba de velocidad XII Horas Islas Afortunadas. Miles de personas asistieron a la carrera, que se realizó en un circuito urbano ubicado en Escaleritas. El impacto del accidente en la sociedad canaria fue tan grande que no se volvió a celebrar una prueba automovilística hasta 1972.

A la 12 y 40 minutos de la tarde, uno de los coches participantes perdió el control a 140 kilómetros por hora. Al volante de un Alfa Romeo blanco de 1.500 cc, descapotable pero con la capota puesta y el número 21 sobre el capó, viajaba Raúl Sánchez. Su copiloto, Diego Suárez, había bajado del coche tan solo unos minutos antes.

Las crónicas de la época relatan la falta de seguridad en el circuito, especialmente en relación a unos espectadores que se agolpaban en las aceras y muchos de ellos se ubicaban incluso dentro de la calzada. "La gente cruzaba cuando quería. Nadie se lo impedía", se lamentaban algunas voces tras el accidente. Entre estos aficionados que cruzaron sin conciencia del peligro que enfrentaban se encontraba un niño. Un instante antes de pasar el vehículo de Raúl Sánchez, este menor cruzó el circuito de lado a lado, por la avenida de Escaleritas y donde antiguamente se encontraba la estación de Mercedes Benz.

Sánchez pisó el freno con fuerza para evitar el atropello cuando se encontró al joven en su camino. El piloto logró evitar al niño, pero con esta reacción, derrapó, perdió el control de su montura y se estrelló contra los espectadores, contra el numeroso público que se encontraba en la acera de la avenida de Escaleritas, en la zona de Las Chumberas. Las alarmas sonaron en toda la ciudad y las ambulancias se aprestaron a trasladar a los heridos. Dos de ellos ingresaron ya muertos en la Clínica de Urgencias. El primero procedía de Tenerife y, según relatan las crónicas de la época, llevaba en sus bolsillos dos billetes de avión, uno de ida y otro de vuelta. José García de la Cruz era y se encontraba con su hijo, Manuel Jesús, de 15 años, al que había llevado a la carrera como premio por sus buenas notas. Su hijo también fue herido y atendido tras ser internado en el Hospital San Martín.

Era la primera prueba de velocidad que se celebraba en un circuito urbano en Las Palmas de Gran Canaria. 30 pilotos tomaron la salida. La mayoría eran de Gran Canaria y Tenerife, pero también había extranjeros. El presidente de la Federación Automovilística de Tenerife, Giménez Mina, había desaconsejado la celebración de la carrera al encontrar defectos en el circuito y no garantizar la seguridad de los 20 participantes, con diez coches, tinerfeños ante el reto de 12 horas al volante. Robert Spencer se negó a competir. Pero fue una causa ajena la que provocó la tragedia.

Esta golpeó en varias islas. Entre los fallecidos se encontraba Manuel Marichal Rodríguez, natural de Puerto del Rosario; José González Rodríguez, de Arrecife; José García de la Cruz, de 47 años y de Las Palmas de Gran Canaria; Juan Jesús Díaz Domínguez, tenía solo 13 años de edad y era hijo de Juan Díaz Tadeo. Además, también falleció Antonio Rodríguez Sánchez, de 46 años, nacido en Almería. Manuel Castellano Sánchez, de 20 años, era soldado. Ingresó con carácter grave en el Clínica Nuestra Señora del Pino, donde a pesar de los esfuerzos para salvarle murió a las dos horas.

El periodista Pascual Calabuig aún recuerda narrar con lágrimas en los ojos lo sucedido y también el impacto tan grande que causó en la sociedad. Miles de personas acudieron al sepelio de las víctimas en el cementerio de San Lázaro, el 13 de octubre y al funeral que se realizó en la Iglesia de Santo Domingo. El Gobernador civil prohibió las pruebas de automovilismo. Pero, el veneno estaba ya inoculado en el aficionado de la Isla. Cómo sucede con todo lo que no se permite, la pasión no hizo más que crecer", explica Calabuig. En 1972 el propio periodista fue uno de los impulsores de la Subida de Juncalillo, la prueba que devolvió el chirriar de las ruedas y el olor a goma quemada al asfalto de la Isla.

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