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San Mateo Fiestas patronales

La romería y su antigüedad en Gran Canaria

En septiembre de 1902, una carreta ataviada con aperos de labranza y escoltada por jóvenes 'vestidos con el antiguo traje del país', circuló por la calle principal para festejar al santo patrón de la Vega

Grupo de 'tocadores' y mujeres ataviadas de 'campesinas de Las Palmas en traje diario', diseñado por la Sección Femenina en una de las primeras romerías celebrada en la Vega de San Mateo hacia 1955 en las ramblas de la parroquia (Asociación Cultural Rafia) LP/DLP

Entre las numerosas fiestas que alegran la geografía local a lo largo del año, San Mateo es la expresión de una antigua identidad: el espíritu del pueblo que se une y se confunde en la fiesta que exalta al patrón religioso del lugar. La devoción al apóstol San Mateo se inició en Gran Canaria a mediados del siglo XVII, concretamente desde la creación de la ermita en el verano de 1651 en el antiguo pago de La Vega de Arriba, perteneciente al lugar de La Vega. El oratorio se edificó junto al camino real que unía la costa con la cumbre, un lugar apropiado para hacer descanso y estadía para los que desplazaban al interior.

El fervor por el nuevo santo alcanzó muy pronto una gran difusión en toda la Isla, sobre todo a raíz de las primeras fiestas votivas de La Alhorra a mediados del siglo XVII, pero logró la plenitud significante de la espiritualidad en la segunda mitad de la centuria siguiente, en la que ocupó un lugar relevante en las plegarias individuales de los devotos y también en las ceremonias de devoción colectivas. Así, desde el año 1762 están documentadas las variadas rogativas, procesiones, novenarios y misas que los vegueros hacían a San Mateo, llevándolo hasta la parroquia de Santa Brígida, para suplicar la clemencia del cielo cada vez que una plaga de alhorra tiznaba el millo o la falta de lluvias sembraban la alarma entre la población campesina. Las pertinaces sequías, tan frecuentes en la isla a lo largo de su historia, con sus secuelas de hambre, muerte y emigración, fueron las que en más ocasiones movieron a los fieles a sacar en andas al apóstol para que abriera las compuertas del cielo. Cuentan las crónicas que al día siguiente de la llegada del santo a la parroquia satauteña comenzó a llover abundantemente, por lo que pronto San Mateo ganó buena fama de santo adalid contra las plagas en los campos, como un oficio inspirado y sacramental que había de acompañarle hasta siempre.

Difundida por toda la comarca las grandes gracias y favores de San Mateo, acreció la concurrencia de los pueblos más cercanos, y aún de los lejanos, a su iglesia. Pero las rogativas no fueron las únicas manifestaciones colectivas de fe que los vegueros dedicaron a su patrón a lo largo del tiempo, pues desde muy antiguo se celebraron fiestas anuales en su honor. La fiesta más antigua se celebró el 21 de septiembre de 1652, una semana después de fabricarse la efigie del santo con un tronco de tea, según consta documentalmente. Los festejos eran costeados por el mayordomo de la ermita y los actos empezaban un viernes y terminaban el domingo.

Para cubrir las necesidades de esta fiesta y como expresión y cauce de la nueva devoción se fundó la cofradía en su honor. Los vegueros, arrieros y demás campesinos, todos, hasta los más acuciados por las prisas, se detenían unos momentos en la sencilla ermita, y se acercaban a saludar a San Mateo, a cumplir una promesa, una penitencia, pedirle salud y, por supuesto, un año nuevo de buenas cosechas. Las fiestas en honor de San Mateo crecían y se animaban con el tiempo. En 1884, por ejemplo, los festejos superaron a otras ediciones en solemnidad. Hubo misa cantada, tercia solemne, panegírico y procesión, festejada con voladores y música, protagonistas de la popular noche parrandera. Y hasta se trajo de Las Palmas a la banda de músicos del Regimiento de Infantería, dirigida por el prestigioso director don Santiago Tejera, para que amenizara la procesión y algunas retretas o serenatas alegres desde las cinco de la tarde. El paseo musical por la calle principal era un espacio donde todos los que habían acudido al pueblo para la fiesta podían relacionarse. Normalmente era el lugar donde los jóvenes se miraban y podían entablar conversación o intercambiar señales de atracción mutua; el primer paso para comenzar un posible noviazgo y disputarle sus fueros al amor. Los músicos vinieron en varios carruajes y el Ayuntamiento de la Vega corrió con los gastos, incluida la comida, que elevaron los gastos a 237 pesetas de la época. Pero a las fiestas se les dio el realce que merecía, lo que el fervor y la fe tradicionales habían mantenido vivo desde que el apóstol llegó al pueblo y presidió espiritualmente aquellos contornos.

Feria de ganado y mercado

La devoción a San Mateo recibió un nuevo impulso a fines del siglo XIX, con la implantación, a partir de la primavera de 1890, de una animada feria de ganados y un activo mercado que comenzó a celebrarse en los alrededores de la parroquia. Las fiestas se convertían en el lugar propicio para desarrollar negocios diferentes entre los campesinos, tratantes, puesteros y marchantes, lo hacían incluso agricultores y ganaderos de la banda trasera de la Isla desde La Aldea, Tasarte (en este punto encontramos asentadas, entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX, a familias de La Vega Alta), Veneguera y Mogán. En la feria de San Mateo, como en todas las ferias populares de entonces (Santa Brígida, Teror y Los Llanos de Telde), se negociaba, se compraba y se vendía, además de ganado, toda clase de mercadería, aperos de labranza y herramientas fabricadas por los artesanos locales, tejidos y paños de los telares caseros, sombreros, cestos, loza de barro, zapatos, turrón del país, etc.

Aparte de las funciones comerciales, la feria ejercía otros cometidos de carácter social y cultural. Por un lado era la ocasión propicia de contactos personales entre gentes aisladas y las aglomeraciones, junto a los afectos psicológicos agradables de las compraventas y, por supuesto, el movimiento de dinero en los días de fiesta. Todo ello contribuiría a dar un nuevo aire festivo (y menos religioso) a aquellos encuentros. Y debía ser buena feria, con gran repercusión en el comercio local, pues las autoridades municipales lucharon para protegerlas antes las nuevas leyes, preservando su celebración dominical.

La fiesta de septiembre en La Vega de Arriba se ha mantenido a lo largo del tiempo y continúa celebrándose con gran animación. Desde sus comienzos contó con una gran afluencia de peregrinos, quizás debido en parte a la propia fecha de su celebración, 20 de septiembre, periodo en que ya estaban finalizadas las labores de recogida de las cosechas. Aquellas excursiones religiosas eran la expresión más auténtica de la religiosidad popular, porque el concepto tradicional de romería era muy distinto al de los 'espectáculos' de masa de hoy, pues consistía en la asistencia a una fiesta, en pequeños grupos o individualmente de gente de otros lugares, para participar en lo lúdico y religioso (en este caso para cumplir promesas). Era una fiesta a una escala reducida, como tantas cosas en San Mateo. Pueblo, camino y ermita eran entonces tres referencias esenciales.

No imaginemos para aquellos tiempos unas fiestas parecidas, ni de lejos, a la actual, más proclive a la diversión y al espectáculo que a las demostraciones de fe que ofrecían los romeros al santo. Nada comparable a la romería de hoy en cuanto al fervor de la concurrencia, parranda y vestimentas, más acorde con la época y uso. La fiesta, aunque no carente a su hora del regocijo popular, era de menor concurrencia y desde luego, acentuadamente religiosa, con su severa procesión de tercia y misa solemne con sermón a cargo de un orador invitado, en la mañana, y en sus sencillos actos, populares, en la tarde; y así acababa todo, de modo que los devotos de San Mateo y los lugareños llegados de otras partes a través de los sinuosos caminos de quebrados perfiles, se volvían a sus casas al atardecer tras haber disfrutado de una convivencia festiva.

Las antiguas romerías

La Romería-Ofrenda a San Mateo es quizás el acontecimiento religioso-festivo más importante del año, en el que se ponen de manifiesto la devoción popular y las tradiciones culturales. ¿Pero cuándo surge este fenómeno? Repasemos antes unos datos. Desde fines del siglo XIX eran muy populares en la isla de Tenerife las romerías de San Antonio Abad, en el municipio de Matanza de Acentejo, de gran tradición ganadera, y la de San Isidro Labrador en La Orotava, patrón de los agricultores, fiesta ésta última donde, en junio de 1903, los labradores iban "vestidos al uso del país", según el diario de la mañana Unión Conservadora. También en Fuerteventura era muy concurrida la romería de la Virgen de la Peña desde los años 80 del siglo XIX, mientras que en Gran Canaria alcanzaba las altas cotas de popularidad por aquellos años la romería a la Virgen de La Luz, conocida popularmente por La Naval, cuyas carretas avanzaban lentamente sobre la arena, a lo largo de la costa, "exornadas con vistoso follaje, bajo cuyo toldo de esmeralda empingorotadas señoras y señoritas de la ciudad lucían los encantos de su rostro, realzados por la clásica mantilla del país, y distinguidos y locuaces jóvenes y caballeros graves y sesudos, tañendo instrumentos de cuerda, y cantando aires típicos de la región, prestaban al pintoresco cuadro simpático y seductor de colorido?la vida del terruño".

Se desconoce con exactitud el año concreto en que se inicia la romería de La Luz, cuya devoción y fervor a esta advocación casi superaba a la del Pino, aunque dos referencias literarias reseña la celebración de una romería a La Isleta, una primera por el memorialista Domingo José Navarro en sus Recuerdos de un noventón, publicado en 1895, pero referido a mediados del XIX, y otra posterior de Isaac Viera, que en 1916 recoge aspectos costumbrista de esa fiesta en su libro Costumbres canarias. La tradición oral asegura que desde los pueblos del interior, como Santa Brígida, acudía mucha gente a la iglesia de La Luz, caminando y con bestias, cantando, divirtiéndose con sus timples y sus guitarras, para luego asistir a la misa y esperar la salida de la procesión; y que para comer llevaban comida, además de poder degustar en los puestitos de enyesques, los asaderos de pescado de los marineros y las pitanzas en el mesón de doña Rosarito, bien surtidos para la ocasión.

Romerías, ¿invento o tradición?

En aquellas primeras décadas de nuestro siglo anterior, cuenta Siso Suárez Moreno, cronista de La Aldea, en sus trabajos publicados en la revista digital BienMesabe.org, alguien del Norte de Tenerife, en La Laguna con mayor profusión, se le ocurrió estructurar un nuevo espectáculo festivo por las calles, con tintes coloristas y sones del pasado reciente, una forma de diversión ligera para el gran público que se denominó como romería, término que remite más a la idea de 'romero' o 'peregrino', y tiene, por tanto, unas connotaciones religiosas más marcadas que la cabalgata. En Gran Canaria, treinta años después, el 7 de septiembre de 1952, víspera del Pino, ese modelo de espectáculo por las calles, en el afán de resaltar un concepto denominado canariedad de cara al turismo, organizada por el escritor y folklorista Néstor Álamo Hernández (1906-1994), quien también dirigiera la creación de la turística Casa de Colón, se copia para las fiestas patronales de Teror de aquel año, con la colaboración del Ayuntamiento, el Cabildo y el Obispado. La Romería Ofrenda a la Virgen del Pino fue la culminación a las demandas de una fiesta religiosa más participativa, con una estética que va más allá de lo religioso. La convergencia con las ideas de Néstor Martín-Fernández de la Torre, el que profetizara sobre el futuro turístico de la Isla y diseñara un traje para cautivar al turista, es muy estrecha.

Todo cambió de un año para otro. San Mateo también se sumó a aquel espectáculo de romería moderna o de tipismo. Ya en el verano de 1952 el Ayuntamiento había decidido dar un mayor realce a las fiestas patronales, destinando 15.000 pesetas de la época para hacer frente a los gastos de las mismas. La intervención oficial que antes entonces había sido muy limitada comienza a tener protagonismo y a mostrar predilección por los protocolos, los pregones. Por primera vez, el programa de actos contó con un pregonero oficial: el sacerdote José Rodríguez Rodríguez (1921-2008), nacido en el pequeño pueblo cumbrero de Juncalillo y que por entonces era delegado diocesano de Cáritas y, curiosamente, el pregonero del Pino dos años antes.

En 1953, una representación municipal volvió a participar en la inventada romería del Pino, "llevando valiosas ofrendas de flores y frutos, figurando en el desfile la corporación municipal presidida por el alcalde" Juan Pérez Rodríguez. Terminada la fiestas del Pino, San Mateo celebró apenas quince días después, el domingo 20 de septiembre, una romería-ofrenda, a imagen y semejanza de la multitudinaria manifestación religiosa y popular auspiciada en la villa mariana. La nueva romería-ofrenda sanmateína resultó espectacular y llamativa, como describe la prensa de aquel año, concretamente el periódico Falange, en su edición del jueves 24 de septiembre de 1953. "(?) Los festejos del domingo se vieron muy concurridos. La anunciada ofrenda se esperaba con gran interés, pues era la primera vez que se celebraba. Fue un acto de extraordinario fervor (?)".

La fiesta no era ya un paréntesis de resonancia limitada, un añadido luminoso en el centro del pueblo y de lo cotidiano. Poco a poco, pueblo a pueblo, ese espectáculo de masa llamado romería al que se añadió el de ofrenda de los productos de la tierra, al santo o a la virgen de cada lugar, se fue institucionalizando. A partir de entonces, cada 20 de septiembre, víspera de las fiestas de San Mateo Apóstol, el casco antiguo se convierte en el punto cardinal de la localidad. A él acuden los vecinos de todos los barrios y de otros pueblos grancanarios, orientados por la brújula de sus sentimientos. Sin embargo, no era la primera vez que una carreta, decorada con aperos de labranza y escoltada por romeros ataviados con los trajes tradicionales, concurría a las fiestas del patrón. No.

La romería predecesora

A comienzos del siglo XX, la Fiesta de San Mateo acoge, por primera vez en su historia, una pionera romería. Fue en el mes de septiembre de 1902, hace ahora la friolera de 113 años, cuando este pueblo fue noticia de un gran acontecimiento popular: el empleo de carrozas y romeros en su programa de sus fiestas patronales.

El pueblo fijaba un nuevo estilo de la fiesta con una curiosa romería y su novedoso ceremonial. Aquel año la festividad del patrón iba a dar un salto importante en su escenografía, más allá del ámbito estrictamente religioso. Los organizadores pensaron en reactivar la fiesta con una denominada cabalgata, voz de origen italiano que tradicionalmente estaba compuesta por jinetes y caballos que cabalgaban; es decir que hace alusión al "desfile de jinetes, carrozas, bandas de música, danzantes, etc. que se organiza como festejo popular", tal como describe el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Luego, por extensión, y como ocurre tantas veces en la lengua, el término se hizo extensivo a otros desfiles, aunque no se cabalgara (como ocurre en nuestras cabalgatas de Carnavales o de Reyes). Pero se trataba de una cabalgata fuera del calendario litúrgico de la Epifanía, ya que se alude al acompañamiento de carroza (vocablo, por cierto, también de origen italiano), decorada con atributos de labranza y con jóvenes ataviados "con el antiguo traje del país", prueba de que en esa época ya había conocimiento o recuerdo de la vestimenta tradicional. Según el investigador José Antonio Pérez Cruz, más conocido por Teno, "probablemente los hombres iban vestidos en aquel año con nagüetas, calzón, chaleco con fiscas camisa de lino y montera; y la mujer, con faldas listadas, justillo, mantilla canaria con cachorro y otras variantes", asegura.

Pero, además, en todo tiempo hubo cantos populares, folías, bailes y otras honestas diversiones al son de timples y guitarras ponían el acento alegre de una sociedad que la mayor parte del año vivía del duro trabajo de la tierra. Merece la pena que nos detengamos en describir el desarrollo de la curiosa y posible pionera romería-ofrenda de formato moderno por la calle principal del pueblo, contando para ello con la referencia que hemos encontrado en el periódico Diario de Las Palmas que, en su edición del 19 de septiembre de 1902, dio a conocer lo que podría ser una de las romerías más antiguas de Gran Canaria.

"Día 21.- (...) A las 3 de la tarde cucañas en la plaza y paseo con música. A esta misma hora se echarán varios globos aereostáticos. A las ocho de la noche cabalgata. Para este número, que será sin duda el más lucido del programa, se está construyendo una carroza con atributos de labranza y una hermosa farola que será escoltada por varios jóvenes a caballo vestidos con el antiguo traje del país. La carrera será iluminada con hachones y bengalas.

Día 22.- A las 2 de la tarde bailarán los cabezudos y gigantones en la plaza del pueblo, las clásicas folías, isas y seguidillas, acompañados por varios de guitarras, timples y bandurrias. A las 4 y 15 carreras de cintas. Terminado este espectáculo, como fin de fiesta se verificará una expedición al precioso sitio de la fuente de la Higuera.

En los días subsiguientes continuarán las funciones del novenario con sermones. La feria como de costumbre promete estar muy concurrida".

Como pueden apreciar, se trata de una de las referencias más antiguas, hasta ahora documentadas, de este hito festivo tan popular en las celebraciones de la Isla. Y demuestra que, aparte de la liturgia, la fiesta de San Mateo de aquel año tuvo un marcado carácter popular; un pasacalle en toda regla con sus dosis cotidianas de alegrías, sueños, amores y devociones. Ese mismo año también tuvieron gran protagonismo los gigantes y cabezudos que anunciaban el comienzo de las fiestas, acompañada de la banda de música local, al tiempo que se elevaron varios globos desde la plaza de la iglesia. El resultado de aquel inicio del sentir popular fue sorprendente y debió ser un acontecimiento que impresionó a los vecinos, aunque no tenemos constancia escrita de que esa romería se repitiera en otras ocasiones por parte de la comunidad local.

Probablemente, en la celebración de esa novedosa romería de septiembre de 1902, influyó, sin duda, las iniciativas emprendidas por el nuevo y dinámico párroco Agustín Domínguez Domínguez, quien relanzó desde su llegada eventos y actos de diversa índole que produjeron un cambio respecto al páramo cultural que había en el municipio. Domínguez era un cura muy preocupado por el desarrollo y mejora de las condiciones sociales del pueblo. Fue el fundador del periódico parroquial El Saucillo, promovió la construcción de la ermita de Lourdes, y defendió con ahínco los derechos de los vecinos sobre sus aguas, llegando también a presidir una asociación de defensa de la agricultura. Parecía que su vocación más dominante era tratar de resolverle los problemas a todo el mundo.

En su nuevo destino en San Mateo, tras un breve paso por Moya, don Agustín se encontró con un pueblo dividido, después de unos momentos controvertidos con el alcalde y el anterior párroco (Manuel Hernández Romero) a la greña y con graves acusaciones de por medio; así que el nuevo cura pondría de su parte todo el esfuerzo para que la paz social, la buena administración y la solidaridad no faltaran en la casa del Señor. La devoción popular había decaído en San Mateo en 1899, lo que se traducía en la falta de limosnas y en el abandono del culto, hecho nada extraño si tenemos en cuenta que el párroco anterior y su hermano, coadjutor, habían sido expulsados del pueblo a pedradas. Ante esta situación, don Agustín arbitraría los medios necesarios para fomentar la devoción al apóstol, que había tenido gran tradición en la Isla y que en 1902 cumplía la friolera de 250 años de su presencia en la Vega. Curiosamente, el cura párroco había estado de capellán en la ermita de Nuestra Señora de La Luz, en La Isleta, entre 1893 y 1896. ¿Traería don Agustín algunas costumbres de la romería de La Naval para animar las fiestas de San Mateo? Es muy posible.

Lo cierto es que la romería sanmateína era la consecuencia más visible de ese cambio, de esa nueva Vega ferial que como municipio se adentraba en la modernidad, donde la comunidad trataba de reflejar su idiosincrasia como pueblo, mostrando sus valores de sociedad agraria, hospitalaria y tradicional. Pero aquella sencilla innovación expositiva de la canariedad y de exhibición del buen gusto artístico no tuvo continuidad en las venideras fiestas patronales ni contamos, de momento, con otros documentos que nos ayuden a conocer la evolución sufrida por la fiesta a través de los años, pero es seguro que aquella primera piadosa romería se perdió con el tiempo.

Entretanto, las tradicionales carreras de caballos desde la iglesia de El Madroñal hasta la calle principal y los espectáculos pirotécnicos se hicieron un hueco destacado en las preferencias de los vegueros a comienzos del siglo XX, asumiendo el Ayuntamiento los gastos y la organización sin interrumpir compromisos porque la vida cotidiana seguía su ritmo natural en el fragor de la parranda. En 1920, por ejemplo, aparece la entrega de premios a las tres mejores reses vacunas que se presentaron a la tradicional feria de ganado; también se celebraban carrera de caballos y una pionera carrera de cinta en motocicletas, vehículos que ya empiezan a rodar por las vías grancanarias y a generar expectación y cierta afición. Todo este completo programa festivo, repleto de oportunidades para la diversión de todo tipo de público, tenía su colofón en el tradicional paseo con música por la calle principal a cargo de la Banda Municipal mientras los jóvenes sacaban a relucir sus artimañas de seductor.

La romería ofrenda en honor a San Mateo constituye una indudable riqueza del patrimonio inmaterial de ese lugar. Una recuperación de la conciencia histórica del grancanario, pese a los cambios en los valores sociales, religiosos y culturales en las últimas décadas que han ocasionado el desmoronamiento del mundo insular. Hoy se hace necesario hacer frente a los aspectos negativos de estas transformaciones que ha traído el progreso, sembrando estímulos para el entusiasmo colectivo y teniendo presente aquella singular romería que tuvo lugar en 1902 y que por ahora, salvo prueba documental en contra, pudiera tratarse de una de las primeras celebradas en Gran Canaria, repetimos, en este formato moderno de romería espectáculo.

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