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La nonagenaria Marta Díaz pinta la Gáldar cultivada por las mujeres

La molinera de Tegueste recibe el reconocimiento de la ciudad

Asistentes a la celebración, ayer, del Día Internacional de la Mujer Rural, al que no pudo acudir Marta Díaz. QUIQUE CURBELO

Con un emotivo pregón de la poeta y novelista Ángela Ramos se daba inicio ayer a la celebración del Día Internacional de la Mujer Rural en la casa museo Antonio Padrón, de la localidad de Gáldar, un acto que simbolizó en la nonagenaria Marta Díaz el tributo de la sociedad a las mujeres que han luchado por sus familias a golpe de sacho, y en el caso de Díaz, a golpe de molienda. Y acto al que no pudo acudir por encontrarse hospitalizada.

Daba comienzo el programa preparado por el Cabildo de Gran Canaria en su centro de arte indigenista de la Ciudad de Los Caballeros, con la proyección del audiovisual Mantas Canarias, un trabajo firmado por Paco Rivero -"de alto valor etnográfico"-, según se destacó en su presentación, y que relata pormenorizadamente el proceso de confección de la prenda isleña, siguiendo hilo por pabilo la mecánica empleada por las tías del propio Paco Rivero en el barranco del Pinar, desde el escaldado de la lana y su hilado hasta su trajín en el telar.

Heriberto Cruz remató el momento con la interpretación de dos temas de su disco Canciones al óleo, una original y efectiva ocurrencia en la que pone música y letra a diez cuadros del pintor Antonio Padrón, abriendo así la cancela al pregón de Ángela Ramos.

Ramos hizo un ejercicio de tiempo y geografía, remontando el papel de la mujer en el campo de hace 50 años a la realidad que viven aún hoy millones de ellas en la vecina África. De su propia memoria, como 'nativa' del campo, relataba el plan de trabajo diario de sus familiares y vecinas, iniciando la jornada yendo a "buscar agua a los barrancos o las minas", cuando no a por "leña para cocinar".

Se trataba de un programa con múltiples 'especialidades' que incluían, con apenas dos manos, a "dedicarse al cuidado de los hijos y a las personas enfermas y a la elaboración de alimentos".

En los momentos más duros de la postguerra se incluían otros zafarranchos de más difícil tragadera, como el acarreo de estiércol desde las zonas altas a las fincas de los terratenientes de la costa, o de leña para los hogares "de los que vivían en los pueblos o pequeñas ciudades".

Y en las cabezas, las lecheras, para luego renegociar en las tiendas "los alimentos que no se conseguían en la tierra, como el aceite y el azúcar".

El día, si es que acababa con velas, se cerraba haciendo y remendando "los pocos vestidos que se podían permitir".

El pregón de Ramos incluía diversos testimonios de mujeres que a lo largo de su labor periodística ha ido recabando tierra adentro, como "doña Amparo, de La Palma", que le confesaba que "cuando llega la noche no sé si las piernas son mías o de quién son..." Y era precisamente esos mismos testimonios los que permiten recordar y reivindicar el papel de la mujer a lo largo de los siglos. Mujeres como Marta Díaz, y con dos ases en la manga. Por un lado su vida como molinera en el galdense barrio de Tegueste, que es para libro propio, y por el otro, el de una memoria dura como piedra de molino. Si bien por un ligero trasunto no pudo estar presente en lo físico en la casa museo, sí que lo estuvo en la atmósfera. Ramos la incluía en su pregón: nacida en Bascamao de Guía, en plena isla de los pastos, fue criada por una tía soltera que perdió a su novio en la guerra de Filipinas.

Curiosa como un perdiguero se mudó a Tegueste cuando se casó con Santiago Betancor. Allí hacía cisco el trigo y la cebada hasta hacerlo gofio, y aún rememora a los arrimantes, pastores que pedían pasto de las orillas a cambio de trabajar para los dueños de los cachos, o las viudas blancas, mujeres con marido en Cuba, Venezuela y toda la Ultramar que, a pesar de no volver a ver de por vida, mantenían una suerte de trágico celibato.

Marta quizá lo único que no recuerde es el día en que nació, pero sí la espléndida vaguada de agua continua que daba macho tanto al molino de Tegueste como al de La Laja o al de Las Rosas. "Luego llegaron los pozos", le tiene por escrito Ramos, "y de la noche a la mañana, el agua dejó de correr. Se murieron las calabazas bobas, los juncos, y se dejó de oír el ruido del barranco. Toda la vida murió. Aquel fue el principio del fin".

Marta dejó su molino y se fue a servir a casa "de los ricos del pueblo" donde dejó idéntica impronta que en las medianías, un gigante detalle que le reportó el homenaje de ayer, justo en la casa de aquél genial pintor indigenista que tan bien las retrató.

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