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La resaca del temporal La odisea de los Castellano

Un vecindario de campeonato

La familia que sufrió la riada se emociona, no tanto por lo perdido como por la solidaridad recibida en El Altillo

Recuerdos llenos de lodo. JOSÉ CARLOS GUERRA

Siete días después de la espectacular inundación de la casa de El Altillo situada en la calle Barranquera, 32 va llegando la calma y van saliendo los muebles y todos y cada uno de los enseres, en un zafarrancho de combate que ha mantenido al matrimonio formado por Domingo Castellano y Guillermina Rodríguez trabajando una semana desde las siete de la mañana a las once de la noche.

Por allí han pasado ya los dos peritos de los seguros, tanto el del hogar como el del Consorcio de Compensación, así como los representantes y técnicos del Cabildo y del Ayuntamiento de Moya, especialmente los de éste último que socorrieron a la familia con una cuadrilla de operarios municipales y un camión para desalojar lo destrozado. Una cuadrilla que, a su vez, tampoco tuvo que afanarse sola del todo porque vecinos y familiares, o más bien "vecinos que han demostrado ser nuestra familia", como subraya Elisabet Castellano, una de las hijas de la pareja, han hecho piña para hacer borrón y cuenta nueva en Barranquera, 32.

Recuerdos en cajas

A Guillermina, visiblemente emocionada, se le saltan las lágrimas no tanto por lo perdido, que también, sino por el inmenso cariño que ha recibido en El Altillo desde que aquél martes entrara por la segunda planta y procedente de la carretera del Norte, una riada que se embalsó en el patio trasero y salió en cascada por el balcón, produciendo una de las imágenes más impactantes del reciente temporal.

En el amplio garaje de la primera planta -que escapó con pocos desperfectos-, se amontonan varias cajas con los recuerdos familiares. Son álbumes de primeras comuniones, fotografías de sus hijos y documentos, la gran parte de ellos irrecuperables.

De resto poco más, ya que salvo la vajilla y la batería de cocina, el mobiliario en peso ya salió en el camión municipal y también en la bañera y el vehículo que gratuitamente le ofreció Francisco Lorenzo, propietario de una empresa de transportes "al que le estoy enormemente agradecido", según recalcaba Domingo Castellano.

Ayer, Castellano, hasta tenía motivos para presumir de casa. Y es que los arquitectos, así como el técnico del Ayuntamiento, "que es ingeniero industrial", según puntualiza Elisabet, no se explican del todo cómo pudieron los cimientos soportar un peso estimado de unos 1.500 kilos por metro cuadrado sin que toda la estructura se viniera abajo. Ese cálculo se hace a partir de la altura que cogió el agua, donde llegó a alcanzar una cota de un metro y medio en algunos puntos, a lo que hay que añadir la enorme masa de los escombros.

Una vivienda autoconstruida hace 30 años "con fundamento", aunque también tocada en varios puntos, como el piso, que hay que levantar; el cuarto por el que entró la avalancha, que se debe tirar abajo y reconstruir; así como corregir la ligera inclinación que ha sufrido el patio, donde ahora resulta que el agua que están utilizando para limpiar es incapaz de llegar al sumidero, que ha quedado más arriba que el resto del firme.

Los primeros trabajos se han centrado en quitar el embudo que encauzó esa avalancha y así el Ayuntamiento ha derribado un muro que hacía de tapón en la barranquera que da nombre a la calle, y desalojado los restos de lodo y piedras que quedaron entongados en la trasera.

De momento la actitud de los peritos de los seguros como la respuesta de las administraciones lo tienen "más tranquilo", pero espera que todo el proceso burocrático que conllevan las indemnizaciones le permitan cuanto antes reocupar la vivienda en la que hasta hace un semana vivía con sus hijos Eduardo y Virginia, su nieta Ariadna, de tan solo siete años y que se encontraba en el interior el día del suceso, y la tía Rosario Ramos, que han quedado repartidos en otras tres casas desde entonces y que es el peor daño colateral del asunto.

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