Cuando una abeja sale del panal le espera una jornada desalante. El apicultor Juan Simón ofrece unos tenebrosos depredadores como las arañas blancas, las amarillas y las rosas, y que eligen flores con sus respectivos colores para fulminar a la abeja. Cuando llega a libar, y allí mismo, le mete un viaje, el último viaje, con un picotazo definitivo. Pero mucho más Naranja Mecánica es la avispa lobo, a la que nadie ha invitado a Canarias y adonde llegó en 2004. La avispa controla por el zumbido de las alas si una abeja "va cargada". Ahí sale pitando hasta su víctima para clavarle el fincho en la garganta, la paraliza, le aprieta el buche para exprimirle el néctar y aún viva la entierra en el nido para merienda y cena de bebé avispa. Una amarga muerte para bicho tan dulce. Juanjo Jiménez