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Fiesta en la Selva de Doramas

Las lluvias serenas de medianías dejan un paisaje de otoño envilmado en agua

Vista de Las Palmas de Gran Canaria, al fondo con La Isleta, desde La Cañada de Los Picos, en Lanzarote, Valleseco. YAIZA SOCORRO

Gonzalo Navarro Marrero está apoyado en un barandal de la calle Párroco José Hernández Acosta, en pleno frangollo urbano de Valleseco, con la compaña de Salvador Miguel, un señor, ayer, con un viaje de rábanos de alta gama en la mano. Ahí, mismo, a apenas metros del Spar, Navarro Marrero atesora un criadero de fruta y hortaliza que va desde la peramelón al tomate inglés, pasando por el pimiento, la papa, la calabaza, el naranjo, los rabanillos y el millo, sin olvidar ornamentos como las calas y aromáticos del tipo hierba-luisa.

Está que explota el cacho de Gonzalo. "Para amanecer antier conté 101 litros", contabiliza mientras parece que a ojos vista la vegetación se enrala y va cogiendo cuerpo. Y es que, cuando apenas se cumplen dos meses del presente año agrícola -que comienza su cuenta atrás en septiembre-, sólo en un Valleseco que debería revisarse el nombre han caído 200 litros por metro cuadrado, todo ello educadamente, de manera elegante y sin montar el estalaje de ciudades con mayor alicatado, "como en Telde", subraya con su índice para ofrecer un apunte más propio de un aparejador: "a más cemento, más destrozo".

Salvador Miguel, para ilustrar el balde de chubascos, invita a pasar a la trastienda de Valleseco, es decir, a la parte de atrás de la hilera de casas de la Párroco José Hernández. Serán ocho metros de acera-sendero, o diez, pero parece que se ha entrado de golpe en la Selva de Doramas, la laurisilva que cantó el poeta Tomás Morales y que hoy da nombre al Parque Rural del mismo nombre con lindes desde Guía a Teror, saltando por Moya, Arucas, Firgas y la propia Valleseco.

Salvador Miguel dispone de unas tierras de lo que en su día fue el Cortijo de Manolito El Crespero, con un entretenido aljibe en cueva al que se llega sorteando zarzas y tuneras y que prosperan en un suelo que es como la turba. Cuando se pisa sale zumo de terregal, de puro envilmado en agua. Hay que asomarse por un hueco pequeño para apreciar el nivel del estanque troglodita, que efectivamente está a punto de reboso.

A la vuelta de esta gira exprés aguarda Gonzalo Navarro con navaja y una muestra de su fenomenal peramelón, y que da a probar. Se diría que la peramelón no es una fruta exactamente. Es una esponja que echa sabores. Tiene tanta agua dentro que cada chasquido es un buche que la persona se traga con la misma presión del que bebe al rente de una botella.

Una vez hidratado y camino arriba pasando Lanzarote se encuentra La Cañada de Los Picos. Son nogales, castaños, pinos de respeto, helechas, pasteles de risco, cerrajones, y sobre todo, mucho culantrillo, que es lo que nace en los minaderos. Si hubiera que fundar la capital del reúma, ese es el lugar.

Un Amazonas local

Todavía, y cuando aún no se ha levantado el mediodía, quedan los indicios de la tarosada del alba, con los gotones fríos como diamantes sobreviviendo sobre las enormes hojas de las calas que cultiva el señor Manolo Domínguez.

Manolo Domínguez tiene 66 años, que no aparenta, "pero que estar, están". También tiene un saco sobre los hombros que le cae encima de un peto, una mochila de sulfatar y un gato remolón que se revuelca sobre las hojas del suelo tan propias de un otoño.

La Cañada de los Picos es uno de los sitios favoritos del chubasco. Para hacerse una idea de este Amazonas local, Manolo tiene que hacer una estimativa porque el pluviómetro se le rebosa, pero son dos centenas de litros entre una lluvia y otra. Lo mismo ocurre con el depósito, de 50.000 litros, pero que se harta, y le va a estar dando caudal al menos hasta julio.

Manolo no solo tiene calas, nardos y rosales, sino todo el vademécum de hortalizas y frutales, cuyo producto luego congela en bolsas de medio kilo para surtir a la parentela. Él recuenta en su finca en barranquillo, en la que sube y baja mil veces al día con garbo de ascensor, ocho clases de ciruelas, cuatro otras clases de naranjos, y perales, caquis, parras, todo "muy bueno, porque entre más agua cae más agua filtran", que es el secreto, según Manolo, de la excelencia de su huerta. De su huerta no, de su "paraíso", como resuelve en modo de resumen tras concluir que "aquí se está pero que muy bien".

Pero no es el único. Hay quién lo pasa aún mejor, si cabe, como Luis Cardona Brito, que disfruta con su nieta Yurima Pérez de la resaca de lluvias a lomos de Zalamera y Guara, dos yeguas de puntería con las que acaban de atravesar entre charcos y barros las medianías de Firgas, Teror y Valleseco. Luis era triplemente feliz, por la compañía de Yurima ya que en Firgas los escolares ayer no tenían clase; por una cabalgada entre lo verde; y por su estanque de 16 horas embostado hasta los bordes.

Los dos paisajes

Y es que Cardona también trajina tierras, en las que cultiva nogales, naranjas, perales, caquis, manzanas rojas y francesas. Al llevar estanque hace memoria para resaltar no solo la racha de agua de la que disfruta el norte en los dos últimos años, sino para concluir que en esta ocasión "llegan aún más tempranas", y para resaltar la desdicha de un sur de la isla en el que cuando caen chuzos son más de desastrar que para un riego.

Hace unos días bajó por Ayacata, pasada la Trasierra y en lo alto de San Bartolomé de Tirajana, para percatarse del asombro de los dos paisajes, el seco reseco de la vertiente sur con un norte que, "ciesne, ciesne", está adquiriendo maneras de lechuga y donde a Cardona le prosperan unas "papas sanas", el heno y una avena "que ya viene granada" con el que desayunan las yeguas Guara y Zalamera.

La propia Laguna de Valleseco donde nieta y abuelo trotan enmedio de la laurisilva es una fiesta. Abajo, donde la laguna que le pone el topónimo han quedado para verse alpispas, canarios, unos mirlos, un par de garzas y unos cuantos capirotes sobre un suelo tapizado de erizos de castaña.

Guara y Zalamera entran en un gran charco que tienen oteado de los días anteriores a limpiarse los cascos, hasta arriba de barro tras subir por Osorio y El Rayo, o a chapotear por puro gusto salpicando los estribos y las botas. Luis Cardona pica el ojo, como señalando a la nieta que se lo está pasando bomba. "Esta es la felicidad de la vida", suelta de repente más privado que unas pascuas, "lo único que te llevas contigo al otro mundo".

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