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Gáldar

El misterio del 'Edgar de Londres'

Desde el año 1899 los cañones del navío han imprimido a Gáldar de viejas leyendas del mar

El misterio del 'Edgar de Londres'

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Un mal día de 1649 una fragata o bergantín de al menos 24 cañones huyendo de un enemigo o quizá enviado a tierra por las olas de la brava costa de Gáldar encalló en las bajas volcánicas desastrándose sus cuadernas para siempre.

En el fondo, y también en tierra, quedaron los vestigios del fenomenal naufragio, el de una nave capaz de estibar hasta 250 toneladas de carga útil en un siglo XVII en el que Canarias era la mina de plata americana que los ingleses tenían prohibido comerciar.

Esta, al menos, es una de las hipótesis en la que trabaja José Guillén, uno de los pocos arqueólogos submarinos de Canarias, la restauradora y conservadora Cristina Ojeda Oliva y el también arqueólogo Tinguaro Mendoza García, quiénes desde el año 2011 bucean en la historia de uno de los pecios más antiguos de la isla.

Declarado por Ley Bien de Interés Cultural, sus restos se encuentran en una auténtica batidora marina que impide, salvo momentos muy puntuales del año, bajar a documentar un yacimiento que ha sido objeto de saqueo desde el siglo XIX, desde que el 18 de abril de 1899 el periódico La Opinión diera cuenta del descubrimiento y extracción de dos cañones en El Agujero. Según el reporte periodístico, el entonces párroco de la localidad pidió bajar a un buzo del puerto de Sardina, que extrajo ambas piezas a la que se sumaban otro cañón y una rueda de cureña, o cuna donde descansa el arma, que no fueron recuperados.

Para los tres expertos este es "uno de los primeros testimonios periodísticos relacionadas con el hallazgo de restos arqueológicos subacuáticos en Gran Canaria y, quizás, la primera información que tenemos sobre el pecio del Agujero", pero "del destino de aquellos materiales nada se ha podido averiguar de momento".

Desde aquél abril de 1899 hasta mitad del XX, el mar volvió a silenciar los secretos del bajel, fulminado trágicamente en un siglo en el que los únicos abrigos de aquél norte consistían en embarcaderos naturales ubicados en El Río, Puerto Nuevo, La Caleta de Arriba y La Caleta de Abajo, según el inventario del cronista oficial de La Aldea de San Nicolás, Francisco Suárez Moreno, que aparece en su obra La mar en el oeste de Gran Canaria, salvo la notable excepción de Sardina de Gáldar, titulado casi en el minuto dos de la Conquista como Puerto de Primera Tierra y, por tanto, con derecho a disponer de un Alcalde de Mar.

A finales del XVII avistar un navío en las aguas insulares no era esperar plácidamente un ferry, sino un momento de respeto. Es en ese siglo cuando las incursiones piráticas se intensifican en el Archipiélago, obligando a destacar la figura de un Capitán General ante unos países hostiles que intentan hacerse con las riquísimas mercancías de un Imperio Español en horas bajas a cuenta de las contiendas contra Flandes y Francia.

Una debilidad , -en 1647 España había suspendido pagos- que se materializaría a lo largo de los siguientes años en un nuevo paisaje costero de torres, fuertes y castillos, levantados por grupos de ingenieros enviados por la corona. De ahí que conocer el qué, quién y por qué de un navío en el norte grancanario suponga uno de los arcanos más noveleros para la historia comercial, o acaso militar, de la isla.

El buque 'emerge' de nuevo en 1968 de la mano del arqueólogo Celso Martín de Guzmán, quién "publica una nota sobre la localización, en el mismo lugar, de un recipiente metálico que interpreta como un oinokhoe (o jarra de vino) de época romana".

En esta incipiente aproximación al patrimonio cultural subacuático de la isla, "Martín de Guzmán también sitúa una docena de culebrinas de época de Felipe II en los fondos del Agujero, cerca de las cuales se hallaban más despojos de galeras hispanas", según relata el estudio del equipo de Guillén.

En apenas dos años, y apoyados y guiados por la tradición oral de los habitantes del litoral norteño, y muy cerca de donde la pequeña jarra reportada por Martín de Guzmán, se emprende una peculiar incursión al pecio, con permiso municipal incluido, para sacar del agua una serie de cañones. Así es como margulla hasta el yacimiento el buceador Domingo Chinea Santana, que logra atar unos cables de acero a siete piezas de artillería. El famoso empresario inglés, David Leacock, presta el tractor que tira, hasta extraer con éxito, de la monumental valija.

El Salto del Sargo

Dos de aquellas piezas están desaparecidas, mientras el resto se han ubicado en varios emplazamientos distintos. Una de ellas se encuentra actualmente en la pared de poniente del restaurante La Fragata, en Sardina del Norte, en el inicio del camino hacia el Salto del Sargo.

Pero es en 1998 cuando se hace una primera aproximación documental científica, firmada por el director de la Carta Arqueológica Subacuática de Gran Canaria Sergio Olmo Canales, y en la que tanto por su artillería como por el número de piezas "se sugiere que los restos podrían pertenecer a una fragata, corbeta o bergantín posiblemente inglesa de la segunda mitad del siglo XVII".

Artillería de hierro

El barco, pues, comienza a enfilar la proa hacia su propia historia, enmarcada en uno de los momentos claves de las relaciones comerciales entre el archipiélago y las potencias europeas. En este contexto el Gobierno de Canarias suelta anclas para investigarlo. Es así como en 2011 y 2012 se realizan varias 'expediciones' a rente de la difícil marea galdense, pero también a los archivos y documentos históricos del municipio -algo que sería tan relevante luego como el propio trabajo de campo-, todo ello en el marco del Proyecto de Prospecciones, documentación y registro arqueológico de yacimientos subacuáticos con artillería de hierro, de la Dirección General de Cooperación y Patrimonio Cultural.

De nuevo abajo, el equipo de Guillén da con 15 nuevos cañones, pero también "con objetos metálicos como un vaso de pequeñas dimensiones y otros restos dispersos atrapados entre las abundantes rocas y piedras distribuidas por el lecho marino", como lingotes de plomo y barras de hierro.

Y cerámicas, fragmentos de lozas blancas decoradas en azul cobalto que presentan medallones ornamentados, a veces con caras o ramos de flores. "Se trata de restos presumiblemente de las denominadas westerwald stoneweres, fabricadas en Alemania y que aparecen en asentamientos coloniales ingleses de finales del XVI y XVII en América y que encontramos representadas en obras pictóricas de artistas de mediados del XVII como Nicolas Maes, Pieter Claesz o Johannes Vermeer".

¿Y la artillería? Pues con una morfología muy semejante al armamento inglés y sueco del mismo siglo, aunque Guillén espera "que en futuras campañas podamos aportar datos más precisos".

Esto por la parte del material, pero faltaba una pieza del puzzle, ya en tierra adentro: la de los protocolos notariales, "que nos llevan a plantear como hipótesis más plausible que los restos pudieran pertenecer al navío inglés Edgar de Londres, que proveniente de la capital inglesa naufragó en la costa de Gáldar en 1649".

La clave se encuentra en un agente inglés, bien de la naviera o de la consignataria, llamado Enrique Brid, y que solicita un año después del hundimiento permiso para la carga aprehendida "por los jueces de la inquisición y que consistían fundamentalmente en barras de hierro, quincallería, manufacturas textiles, herramientas, pescado y carne saladas, entre otras mercancías", pero también la "carga de hierro que aún se encontraba en la playa y cerca de la costa", un material que coincide línea por línea, aunque solo por el momento y con la cautela propia de un descubrimiento por culminar, con lo hallado en el misterioso y cada vez más fascinante pecio. 2013,

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