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La Aldea de San Nicolás

Los gigantes de Inagua

La Caja de Canarias cataloga los 500 pinos más singulares de la Reserva Natural

El Pino de Casandra o Pino Bonito, con un perímetro en torno a los 5 metros y una copa de 20 metros de diámetro. ALEJANDRO MELIÁN

La Fundación La Caja de Canarias publicó este pasado viernes, un monumental catálogo que reúne a 500 ejemplares cuyas copas, portes y troncos sobresalen del pinar de Inagua por derecho propio.

El elenco recogido por decenas de especialistas y voluntarios, en un trabajo que comenzó en 2012 en Inagua, donde reina la jarilla o el pinzón azul de Gran Canaria, y que representa todo un paseo por la majestuosidad de individuos que se elevan decenas de metros sobre las 3.920 hectáreas de la reserva inmersas en la Reserva de la Biosfera de Gran Canaria.

La iniciativa de retratar estos tesoros surge tras el gran incendio que asoló buena parte del suroeste grancanario en 2007. Durante días, y acelerado por los vientos, el fuego esquilmó el que era, y hoy vuelve a ser, el pinar mejor conservado de esa parte de la isla.

A pesar de la mítica resistencia del pino canario a los incendios, sucumbieron 200 ejemplares, entre ellos el Pino de Las Toscas de Pajaritos, en Pajonales, el Rayo, el del Mulato, el de La Lajilla, o el más famoso Pino de Pilancones, con sus 515 años de edad y más de 40 metros de altura.

Tras aquello La Obra Social de la Caja pone manos en el asunto y tira del programa de Voluntariado Ambiental para, con la ayuda y el esfuerzo de 1.100 personas en distintos campos, en los que se incluye un grupo de 40 que realizaron 200 salidas para ficharlos uno a uno hasta lograr radiografiar las características de los 500 elegidos.

Esta selección se establece siguiendo parámetros que otorgan singularidad a unos individuos "que sobresalen por encima de la norma", en base a un conjunto de aspectos determinados globalmente en los que se estudia un todo, como su altura, el grosor del tronco, las formas de la copa, "que en el caso de los pinos ancianos es excepcional", la localización y el lugar donde se asientan, e incluso los distintos huecos que pueden presentar en su base y, no menos importante, el contexto histórico y su relación con la etnografía del lugar.

Un proceso largo, a veces de grandes dificultades por la orografía de los accesos, en el que han contado con la colaboración de la consejería de Medio Ambiente del Cabildo de Gran Canaria, y que tiene como objetivos principales, según expone el propio catálogo, "mejorar el conocimiento que tenemos de estos seres vivos, longevos y generosos que forman nuestros bosques de pinos, y que colaboran en sostenimiento de la vida en condiciones muy duras", y evidentemente dar a conocer a la población en general sus singularidades y sobre todo el estado de este patrimonio natural para generar conciencia sobre su importancia.

Y si bien sus dimensiones no constituyen por sí solas un hecho determinante, sí que son subrayables, con una altura media de estos pinos singulares que superan los 21,70 metros, con un grupo de 32 selectos ejemplares que se elevan por encima de los 30 metros.

Los autores entronan a cinco de ellos, los dos que forman los conocidos como Gemelos del Mulato, otro par que se sitúa en el barranco de Los Palos, y un último en Ñameritas, con un registro superior a los 44 metros de alto.

Contundentes son también los perímetros medidos, como el de tres ejemplares que superan los cinco metros, cuando la media se establece entre los dos y los tres metros.

En cuanto a las dimensiones de las copas, éstas varían en torno a los diez a doce metros, e incluso se han catalogado individuos con tres huecos y otro con cuatro, que responden a los usos de origen antrópico, cuando la explotación forestal incluía antiguamente la extracción de tea y resinas tanto para fines medicinales como para emplearlas como hachones con los que iluminarse, o para comprobar la calidad de las maderas para su transformación en garrotes del salto del pastor.

No menos atractivo en esta publicación de Upi Editorial, a la que se accede a través de la página www.upitunturi.com, resulta la contextualización histórica de estos pinares, conocidos en su momento en ocasiones como 'selvas' por la inclusión de otras especies que otorgaba otra apariencia a los actuales pinares y que son el resultado, hoy en día, de una ingente labor de repoblación tras el saqueo sistemático de los recursos forestales desde el minuto uno de la Conquista europea, principalmente para el uso de la madera como combustible para los ingenios de caña de azúcar, pero también para la industria naval y la construcción.

Absolutamente todos los muebles y complementos de una vivienda eran de una madera que se proporcionaba de los bosques locales, a lo que había que añadir los aperos de labranza y la creciente utilización de los territorios desforestados para el pastoreo.

Aún hoy en Inagua, como recuerda el trabajo, se pueden encontrar "en medio del pinar restos de los hornos de brea o pez que se usaba par impermeabilizar techos, barcos así como de pequeñas y grandes hoyas carboneras", para producir un carbón vegetal que se empleaba en la cocina o para calentar los hogares.

Aquél camino hacia la desertización culminó en la mitad del pasado siglo XX, como se puede observar en la imagen inferior que ilustra esta página con el ingeniero de montes José Hidalgo Navarro a 'bordo' de un mulo en un desangelado paisaje de Casa Ojeda en los primeros momentos de la reforestación ordenada por el Estado.

Una imagen desoladora que se repetía por todo el interior insular, que contrasta vivamente con la actual masa arbolada, pero que no que hay que borrar de la memoria para preservar -y apreciar-, en su justa medida el valor de lo logrado tras 60 años de replantaciones.

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