Diez de la mañana en la Cumbre. Un hueco entre nube y nube deja asomar el sol, que se pega un toletazo contra los pinos y el manto nevado para estallar en colores. Al fondo se pierde la vista sobre un Roque Nublo al que apenas quedan unos blancos en su falda, y un Teide que parece un objeto posado en el Atlántico proveniente de otros mundos.

Y el silencio. Un silencio que llega..., solo tras parar el motor del coche. Porque en medio de tan bucólico planteamiento lo que en realidad existe es una fenomenal cola de vehículos de tan poca velocidad y cadencia que las personas se bajan para esperar al chófer unas curvas más arriba. De momento hay más fotingos que pinos, y más CO2 que oxígeno, motivo por el que muchos conductores apagan los pistones. Un tramo entre Cruz de Tejeda y el cruce de San Mateo, Las Mesas y Pico de las Nieves, unos seis kilómetros de ruta, se hacía en 63 minutos a las dos y media de la tarde, justo cuando se abría el turno de la nueva oleada vespertina, con vehículos hasta arriba con las tres generaciones de la unidad familiar. Horas más tarde, la ruta entre la capital y la parte más alta de laIsla implicaba retenciones de hasta tres horas, ya que aun con el atardecer y la noche, el personal seguía subiendo.

Como quiera que en esta nevada 2016 el Cabildo ha habilitado un circuito de una única dirección, llegar al paraíso nevado también implica escurrirse de forma automática por una de las vías de escape posibles, de tal forma que es un llegar y salir pitando, un visto y no visto en caso de no encontrar un echadero para el transporte, o en su defecto, entrar en un senderismo no previsto para patear lo desandado.

Por este motivo, y también porque la nieve está a más baja cota que en otras ocasiones, se podían ver a grupos con el coche aparcado en una curva cualquiera para hacer de unos pocos metros cuadrados de nieve su Groenlandia particular, y en la que practicar los cinco ritos básicos del fenómeno: llevar al perro para que pise en frío, tiro de la bola, deslizamiento en bugui, colocación de la sustancia en el capó y muñeco de nieve.

Así se podía observar en uno de los parones de la cola en la paella en curva que forma la entrada del camino real a la Culata de Tejeda un sinnúmero de practicantes cuya imagen se asemejaba al de las piscinas chinas en agosto, lugares en donde las cabezas no dejan ver el agua. O, un poco más arriba, a niños como Gabriel Ascanio, de San Mateo, que bajaban embalados sobre la tabla a la vera de la carretera y cuyo final de trampolín amagaban por catapultarse por la ventanilla del copiloto y eyectar por la del piloto, si no es que su padre no lo coge al vuelo.

Cualquier punto, con tal de que fuera medianamente sólido, era suficiente para gozar del ventisco. Como el de la familia colombiana que había instalado un cumplido picnic en uno de los salvamiedos de la propia carretera. Eran Daniela, Valeria, Octavio y Messi, el perro. Por delante el atasco, por detrás el bosque nevado.

Otros se lo montaban con más tino, aunque algo más abajo, en Llanos de Ana López, donde la familia Reina, con Maite, Isabel, Elena y Eduardo Reina y Mónica Machín, mantenía encendida la barbacoa con sus chorizos y chuletas -y unos guantes para secarlos-, y disfrutaban en ciertas condiciones de confort con muñeco de nieve incluido en el menú de entretenimientos del día.

Pero la llegada al que se supone el polo norte insular, al citado cruce que lleva al Pico de las Nieves, la situación era de Defcon 2, Triana en Carnaval de Día, con cada uno de los vehículos acercándose a los carteles de prohibido el paso para preguntar al oficial de turno si realmente estaba prohibido, por qué estaba prohibido, quién lo prohibió, hasta cuándo estaría prohibido, qué ruta no estaba prohibida, y, finalmente, compartir con el citado agente el chasco por las vueltas que había dado por toda la Gran Canaria para, ahora, encontrarse el prohibido el paso.

Este proceso, y no otro, era el motivo por el cual miles de coches permanecían atascados desde la punta arriba de la Isla hasta buena parte del queque insular, con retales que llegaban hasta la parte alta de San Mateo por Lagunetas, o hacia Cruz de Tejeda por el pueblo del mismo nombre.

No menos tinglado existía en Ayacata, donde también se cerraba el paso hacia Las Mesas, con decenas de coches entongados -después de aplicar el citado cuestionario- y cuyos ocupantes optaban por tirar caminando hacia las estribaciones del Roque Nublo. El Bar Melo, paradójicamente, se encontraba accesible, porque los clientes con interés por un conduto de carne cochino desistían al no encontrar donde aparcar.

En esa parte de la Trasierra el espectáculo era otro, con un cielo totalmente despejado y con caideros de agua aunque ya en formato de hilillos reflejando los rayos por toda la monumental caldera.

Abajo, muy abajo, en la cuenca que da entrada a la presa de El Parralillo tirando hacia La Aldea de San Nicolás, el agua entraba muy mansa pero haciendo su ruido en un embalse aún por debajo de la media aunque enchocolatado por las aportaciones de estos días.

La subida por el pueblo de Carrizal de Tejeda, salpimentada de teniques, iba engrandeciendo desde lo lejos a un pico Teide que amagaba con echarse encima, haciendo parar a decenas de turistas para grabar la imagen en la retina.

Allí, en el remoto Carrizal, de 11 almas en vida, se encontraba Juan Alonso Ruiz, de 84 años, y que incluso llegó a "vivír un año en Las Palmas", al que se la reflanflinfla el hipermercado de la nieve que se está celebrando a unas cuantas decenas sobre él, en aquella cumbre colapsada.

Para Alonso no es más que una "buena regadita", según valora señalando con un dedo la presa de Parralillo bajo un sombrero de paja con la vitola de las fiestas de La Polvajera de Tejeda. Y tampoco la nieve es que vaya a producir un proceso "de reventar nada", porque simplemente terminará por "transpirarla la tierra", si no es que la transpira el público primero.