La alpargata de esparto fue un calzado habitual en Gran Canaria hasta la década de 1970, sobre todo en las labores del campo. Sin embargo, el éxodo de la población rural hacia la capital y zonas turísticas, así como la llegada de los zapatos deportivos, redujo su uso hasta la práctica desaparición. Actualmente solo se puede encontrar algún par olvidado en las tiendas de aceite y vinagre.
José Díaz ha salido al rescate de esa tradición. Es el último alpargatero de la Isla y ha llegado a un acuerdo con la Fedac para transmitir sus conocimientos a las futuras generaciones, según informó ayer Minerva Alonso, consejera de Industria, Comercio y Artesanía, del Cabildo de Gran Canaria, quien precisó que el objetivo de la Fedac "es conseguir que este oficio perviva y pueda ser recuperado en cualquier momento, además de contribuir con ello a la reconstrucción del pasado socioeconómico inmediato de la isla".
"La forma más rigurosa de preservar los conocimientos de la sociedad tradicional grancanaria es la realización de trabajos de investigación sobre oficios artesanos de la Isla", resaltó Minerva Alonso, quien adelantó que la Fedac prepara la grabación de cortometrajes de oficios que están en peligro de extinción, así como vídeos denominados Historias de Vida con artesanos de avanzada edad.
La fabricación a mano de alpargatas, zapatos que calzaba la mayor parte de la población rural, ha quedado para el recuerdo. José Díaz, que a principios de la década de 1940, tras la Guerra Civil, comercializaba el par a tres duros (nueve céntimos de euro), vendió el último a 15 euros en 2007.
Según la información que ha recopilado la Fedac a través de Díaz, "la elaboración tradicional de alpargatas se hacía con tela de lona e hilo de pita que se compraba a piteros insulares, hombres que recolectaban por los campos de la Isla palas u hojas de pita con las que luego hacían hilos", recalcó la consejera. La ejecución del trabajo requería de instrumental compuesto por máquina de coser, cuchillo, tijeras, punzón curvo y recto, aguja también recta y curva, mazo, yunque, plantillas y mesa supletoria.
La elaboración de una alpargata para adulto precisaba de unos 14 metros de trenza de pita que se elaborada con cuatro cabestros, cada uno de ellos formado por dos cordeles, labor que requería hora y media de trabajo manual. Los artesanos como José Díaz salían del taller con sacos llenos de alpargatas cargados a la espalda para venderlas por los diferentes pagos del norte de Gran Canaria, actividad boyante entre los años 30 y 50 del siglo pasado, pues un par duraba uno o dos meses. Si el agricultor trabajaba en terreno pedregoso o mojado podía durar solo 15 días.
En la década de 1960, los alpargateros dejaron de preparar los hilos y compraban el material procedente de México, en los comercios próximos al puerto de La Luz, hasta que en los años 70 la práctica del oficio pasa a ser residual y los campesinos reemplazan las alpargatas por otro tipo de calzado más duradero, si bien Díaz siguió con la labor hasta 2007 bajo pedido, apuntó la consejera.