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San Bartolomé de Tirajana

La primavera ilumina al rey de Arteara

Un grupo de visitantes disfruta del equinoccio junto a la tumba principal de la necrópolis

La primavera ilumina al rey de Arteara

Los astros se alinearon ayer para que más de medio centenar de visitantes de la necrópolis de Arteara, ubicada en las montañas de San Bartolomé de Tirajana, disfrutaran de un espectáculo visual que solo ocurre una vez al año. Cual eclipse solar, el primer rayo de luz de la primavera cayó directamente sobre la tumba del rey del cementerio prehispánico, dejando al resto de sepulturas en plena penumbra. Crónicas posteriores a la conquista desvelan que este fenómeno astrológico marcaba el comienzo de un nuevo año en el calendario de los antiguos pobladores de la Isla.

8.00 horas, yacimiento arqueológico de Arteara. Comienza la cuenta atrás para recibir a la primavera desde el mayor cementerio prehispánico de la Isla. Técnicos del Cabildo guían a los visitantes por un espacio funerario que data aproximadamente de 2.000 años de antigüedad. Un millar de construcciones de piedra recuerdan que sobre las faldas de Amurga descansan las almas de nuestros antepasados. Por su ubicación, destaca un túmulo en particular. La tradicional oral lo ha bautizado como la tumba del rey, aunque los expertos desconocen si los restos hallados en la fosa pertenecen a un personaje de la nobleza prehispánica. De lo que sí tienen constancia es que se trata de un "varón de entre 16 y 18 años" que fue enterrado durante el siglo VIII dC con los pies mirando hacia el risco y la cabeza hacia la montaña de Fataga, en la "misma dirección que sigue la trayectoria solar desde que sale hasta que se pone". La ubicación de su tumba, ligeramente elevada del resto, vaticina que el difunto ocupaba "un lugar destacado" dentro de la sociedad.

8.30 horas. De la mano de los especialistas Javier Velasco y José González, ambos empleados del Cabildo, los visitantes comienzan a ascender hasta la montaña de piedras que se convertirá en el epicentro del equinoccio de primavera. La vegetación colindante, palmeras y juncos, así como los cambios de color del paisaje marcan la senda. Una muralla de piedras de apenas 50 centímetros de altura enfatiza el carácter simbólico del espacio. "Hoy sabemos que todos los cuerpos enterrados en este cementerio fueron amortajados siguiendo un mismo patrón. Probablemente había una persona encargada de amarrar los brazos de los individuos al cuerpo y de envolverlos en capas de piel de animal o tejido vegetal", desveló José Carlos Gil, arqueoastrónomo.

A las 9.00 horas, el sol comenzó a despuntar paulatinamente por la cresta de la montaña. En un principio la línea del cielo proyectó "en forma de U" un juego de luces y sombras que abarcó varias construcciones pero en cuestión de segundos se fue "focalizando" exclusivamente sobre la tumba del rey. El espectáculo visual fue inmortalizado por medio centenar de cámaras. "No dejen que Samsung les impida disfrutar del momento", advertía uno de los guías a los visitantes entre carcajadas.

El fenómeno astrológico no defraudó a su público. "Una experiencia increíble", aseguró Iris Giménez. La joven acudió a la cita con un grupo de amigos, ya que todas las actividades relacionadas con "naturaleza e historia" de los antiguos pobladores le parecen "apasionantes". Ana y Fran, una pareja que ya había experimentado un episodio similar en otros enclaves singulares de la Isla, como el roque Bentayga o la cueva de Risco Caído de Artenara, aprovecharon la mañana de domingo para "descubrir" un nuevo capítulo del "patrimonio" insular. "Este tipo de iniciativas constituyen una oportunidad para conocer nuestra historia y nuevos paisajes. La única manera de difundir este tipo de atractivos entre los turistas, más allá del sol y playa, es precisamente promocionar estas actividades entre la gente local. Solo si se pone en valor este tipo de excursiones entre los ciudadanos de la Isla, luego llegará también a los extranjeros", explicó Fran entusiasmado tras observar el "eclipse solar".

Las crónicas posteriores a la conquista recogen que el equinoccio de primavera marcaba el inicio de un nuevo ciclo en la vida de los aborígenes. A falta de reloj, la crestería de Amurga indicaba el comienzo de la época de cultivo y, por tanto, de un nuevo "calendario".

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