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Agaete

Cara y cruz de Pildain en el franquismo

El obispo frenó la represión en la Vecindad de Enfrente y luego eliminó libertades esenciales

El obispo Antonio Pildain, en el centro, rodeado de militares y presos en el campo de concentración de Gando. LP / DLP

Los historiadores y los familiares de las víctimas de la represión del régimen del general Franco ven tantas luces como sombras en la actuación de Antonio Pildain Zapiain (Guipúzcoa, 1890 - Las Palmas de Gran Canaria, 1973), un obispo que llegó al Archipiélago en la etapa más sangrienta de la Guerra Civil e intercedió para evitar fusilamientos y desapariciones -asesinatos- de los republicanos y sindicalistas que se opusieron al golpe militar.

Esa labor contrasta con su ultracatolicismo, represor de las libertades individuales hasta extremos que hoy parecen inconcebibles, o una broma, como prohibir los bailes o separar las playas por sexos para impedir que los hombres y las mujeres se contemplaran en traje de baño. Fue un declarado antiliberal y criticó hasta límites casi enfermizos al grancanario más universal, el escritor Benito Pérez Galdós, pero también estuvo junto a Juan García el Corredera, el último prófugo de la posguerra, antes de ser ajusticiado a garrote vil en 1959. "Allí mismo le prometió que él se encargaría personalmente de que los suyos no pasaran penalidades y en los años siguientes el Obispado se encargó de la manutención de la familia de García", recuerda el historiador José Miguel Barreto, uno de los impulsores de la petición para declarar a Pildain como Hijo Adoptivo de Agaete.

Barreto presenta esta próxima semana una ponencia titulada con una frase del propio Pildain, "para algunos llegué demasiado tarde", en referencia a que no pudo evitar la muerte de muchos dirigentes republicanos o simples vecinos a manos de los militares o los escuadrones falangistas.

En Gran Canaria hubo 29 fusilamientos y unas 420 desapariciones. En solo quince días, entre el 18 de marzo y el 4 de abril de 1937, fueron asesinados 103 vecinos en tres pueblos del norte de la Isla: 62 en Arucas, 13 en Gáldar y 28 en Agaete. Hasta ahora solo se han encontrado los restos de 24 de ellos, a 50 metros de profundidad en el pozo del Llano de Las Brujas y con claras evidencias de haber sido torturados y tiroteados. Se supone que los demás cuerpos están en otros agujeros del barranco de Tenoya o en la Sima de Jinámar.

Después de haber sido diputado del Partido Nacionalista Vasco (PNV) en las Cortes en la II República, fue nombrado obispo de la Diócesis de Canarias por el papa Pío XI el 18 de mayo de 1936, pero tardó casi un año en llegar a Gran Canaria por el estallido de la Guerra Civil y por los problemas entre el Gobierno español y la Santa Sede. Protestaron a Roma desde el bando republicano, por ser un sacerdote reaccionario, y también desde el franquista, por considerarlo un nacionalista vasco.

Desapariciones

"Pildain llegó a Gran Canaria el 19 de marzo del 1937, justo el día después de que empezaran las desapariciones", explica Sergio Millares, uno de los historiadores que más ha investigado esa etapa. En su opinión, el nuevo obispo debió quedar "impactado, impresionado", porque una de sus primeras visitas pastorales fue a Agaete, a principios de abril, y allí se encontró con un grupo de mujeres que le preguntaban por sus hijos y maridos desaparecidos unos días antes.

Las detenciones en Agaete acabaron el 4 de abril y se piensa que Pildain evitó una segunda saca de republicanos, pues se había preparado otra lista. El alcalde de entonces, Valentín Armas, había emitido un bando municipal el 15 de marzo en el que animaba a los vecinos a denunciar a todos aquellos individuos que realizaran actos de rebelión o propaganda subversiva con posterioridad al golpe militar del 18 de julio de 1936.

"Pildain jugó un papel contradictorio, pero probablemente logró contener el ciclo represivo más sangriento de la Guerra Civil en Gran Canaria, porque las desapariciones acabaron poco después de llegar al Obispado y no hubo más fusilamientos legales hasta 1938", señala Millares, que considera que "al menos logró detener la ola represiva más violenta, porque las detenciones y la represión siguieron durante la posguerra".

Millares resalta de Pildain "se encontró una represión en frío, porque en Canarias no hubo escenarios de guerra ni se podía aducir el asesinato de monjas y sacerdotes, como ocurrió en algunos lugares de la Península". Hay informaciones orales, recogidas en un estudio de cinco historiadores en la revista Almogarén, del Centro Teológico de Las Palmas, que aseguran que Pildain llegó a ponerse delante de una camioneta que iba con 21 presos para ser arrojados a la Sima de Jinámar. A la altura del barrio de San José mandó parar el vehículo y obligó a llevar a los presos de vuelta a la cárcel. Ese día salvaron la vida, pero es posible que mataran más tarde.

Millares, uno de los autores de ese estudio junto a Luis Alberto Anaya, José Alcaraz, Alexis Orihuela y Miguel Suárez Bosa, no está de acuerdo en que se intente definir a Pildain como un miembro del clero progresista o un cura rojo, porque opina que era "profundamente reaccionario".

Contradicciones

"Era un sacerdote ultramontano desde el punto de vista ideológico y moral, pero al proceder del País Vasco tenía una vena social que le hizo más sensible con las capas desfavorecidas de la población. Siempre se movió en esa contradicción, porque no hay que olvidar que, al igual de los otros obispos, apoyó la Guerra Civil, al régimen de Franco y la cruzada, beneficiándose después para ejercer el control y el dominio de los ciudadanos", comenta Millares.

El simple hecho de que tuviera más poder que los jueces o los militares ya denota el papel que ejercía el obispo en la dictadura de Franco. Su ultracatolicismo le llevó después a distanciarse de los políticos del régimen, como cuando se opuso sin éxito a que se creara el Museo Pérez Galdós en su casa natal. En una misa por la incorporación de Gran Canaria a la corona de Castilla, al párroco José Rodríguez y Rodríguez se le ocurrió nombrar a Pérez Galdós como grancanario ilustre. Según cuentan las crónicas de la época, lo mandó bajar del púlpito y subió él a decir que a ese señor no se le nombraba en la iglesia por anticlerical.

Esos enfrentamientos llegaron a su punto más álgido cuando se atrevió a cerrarle la catedral de Santa Ana al mismísimo Franco, se dice que como represalia a que previamente se había organizado un baile agarrado para agasajarle.

El obispo tenía fobia a los bailes y a todo lo que tuviera algo que ver con la diversión o el sexo, e incluso llegó a crear multas por pecados contra la moral. Por ejemplo, estaba prohibido que las parejas de novios se besaran en la calle. Tampoco le gustó la reforma de iglesia católica en el Concilio Vaticano II, tal como han recordado en sus memorias otros obispos españoles de su generación.

En Agaete fueron testigos de esos intentos de reprimir las costumbres, según narra José Antonio Godoy en su libro A la sombra del flamboyán. "En el año 1950 -afirma Godoy- el obispo Pildain publicó una Carta Pastoral en contra de los bailes modernos celebrados con motivo de las Fiestas Patronales y en la que se leía, refiriéndose a la celebración de dichas fiestas: "? el inmoral lastre de los bailes de los años anteriores". Por esta razón se prohibió el baile oficial para las Fiestas de las Nieves, pero desde el Casino había una conexión con la plaza por medio de un altavoz ya que la costumbre era amenizar el paseo con música. A eso de las diez de la noche, del día 5 de Agosto, una mano invisible conectó el pick-up del Casino y la voz de Ana María González cantando Ven esta noche se derramó por toda la plaza. Fue suficiente: todo el mundo corrió hacia el Casino y se organizó un baile oficial con discos, en contra de la voluntad eclesiástica. En represalia por la desobediencia colectiva el señor cura (¡era mucho Don Manuel!) envió a la Virgen de las Nieves de vuelta a la ermita de la playa en un camión y dejó al pueblo sin la Bajada del día 17".

¿Y cómo pudo sobrevivir La Rama de Agaete a las prohibiciones de Pildain. "Muy sencillo, no tenía razones para quejarse porque siempre fue una fiesta religiosa, las llamadas enramadas; hasta la década de 1970 no se empezó a hablar de que era una tradición aborigen", responde Valentín Barroso, arqueólogo y último pregonero de la fiesta. Cuesta imaginar que haría hoy Pildain si se ve en medio del baile de La Rama.

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