La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Los últimos de Guguy

El fotógrafo Alejandro Melián retrata el macizo con la imagen y testimonio de los que allí vivieron hasta los años 40 del siglo XX - El trabajo se expone desde el viernes en Firgas

Vista del gran barranco desde lo alto de Agua Sabina, con los reflejos que inspiraron el nombre de la exposición, 'Guguy, luces del oeste' .

El valle de Guguy, orientado hacia donde el sol se echa a dormir, fue lo primero que en la isla hubo, la primera dilatación que parió a Gran Canaria hace 14,5 millones de años, una gran tosca en forma de macizo que emergió del mar quedándose casi intacta hasta hoy, y con una magnetita por descubrir, que es la que atrapa a cualquiera que haya pisado sus playas, quiebros y degolladas.

Como ocurre con Alejandro Melián, educador ambiental y criado entre cámaras y objetivos, que expone desde el pasado viernes en la villa de Firgas 45 fotos, algunas en gran formato, que son fruto de un ir y venir de meses, acompañadas de impagables testimonios de antiguos pobladores de mitad del siglo XX, logrando unos textos que son capaces de transportar al espectador a los tiempos en los que los colonos vivían prácticamente igual que los prehispánicos.

Para entender Guguy y su mágico encanto, hay que remontarse a la era de las precarreteras y las pre- presas, cuando sus enormes acantilados eran un mundo animado por unos manantiales que, al contrario que el sequero del valle de La Aldea, permitía el cultivo de frutales y hortalizas.

Mucho más que sus dos breves pero intensas playas, Melián relata que "el Macizo de Guguy ha jugado un interesante papel en la historia de Gran Canaria. Desde el periodo preeuropeo hasta nuestros días, este emplazamiento recóndito quizás haya siempre significado el lugar donde se refugia la esencia del grancanario de todos los tiempos".

De esos primeros tiempos, de cuando aún la Conquista era una quimera, destacan allí sus minas de obsidiana, las más importantes de la isla, desde donde se exportó a resto del territorio y que están situadas en "los relieves formados por las montañas de Las Vacas y Los Hogarzos o Juagarzos".

Después de la llegada de los europeos, sus caminos, de hasta cinco horas desde allí a la capital municipal, soportaba el tráfico de arrieros y bestias de carga, y lo hacía de una manera no tan diferente a la de cualquier otro pago de la época, al punto que la exportadora Fyffes levantó en Guguy Grande, recién estrenado el siglo XX, un tinglado para la recepción y el empaquetado de unos tomates que prosperaban en sus imposibles bancales verticales.

Las sombras de la Medialuna

Hasta que llegaron las presas de la cuenca de Tejeda a partir de 1957, cuando se hizo la primera, la del Caidero de Las Niñas con las que se comenzaron a regar las fincas de La Aldea, de extensiones más llanas y mayor superficie, que fue cuando se terminó por desbaratar la vida en Guguy, aislada de por sí por una orografía propia de los primeros tiempos de la Tierra.

Melián retrata ese paisaje de punto místico donde al planeta Venus se le llama La Sajarita, y que en según que punto sale augura meses de lluvias o sequías, o el de la leyenda del Cuervo de Zamora y su tesoro teñido de sangre escondido en una cueva del lugar.

O la del fantasma de la vieja Juan Carmen que deambula por la Medialuna y que desaló de niño a Francisco Ramírez Almeida. Ramírez a sus 85 años rememora aquel tembleque.

Su padre le hizo subir de noche al Leñabuenal a por un cordero y allí "pasó una cosa..., un sombraje" con pañuelo blanco, un espectro que le empujó a "partir a correr por el chorrito arriba" y a destrozarse las patas. "Como el miedo es libre", sentencia Francisco, "cogíamos todo el que queríamos".

Donde no amanece

Las de Guguy eran noches alumbradas por el quinqué y el tubo fluorescente que allí forma la Vía Láctea. Se tocaban guitarrones de vez en cuando, y si quería bailar tiraban para el desvencijado almacén, que aunque ya sin techo en los 40 era el único lugar medianamente horizontal con piso estable de esta isla entre las islas.

"Se juntaban seis o siete, mis primos y eso , había mucha cuerda y tocaban bienísimo", relata Carmen Ramos Díaz, Carmensa la de la Elena, con 82 años. Carmensa era vecina de Miguelito y Lolita, que vivían en La Casa de La Huerta. "La quería un montón". Quizá la quería tanto por los divertidos pánicos que le hizo pasar de chica. "Lolita hacía los cuentos de que antes habían brujas". Y las brujas tenían un "veneno para ellas volar. Se lo echaban debajo de los brazos y decían, arriba, arriba, sin Dios ni Santa María. Y salían volando".

En la década de los 40, en vísperas de las presas, vivían en Guguy seis o siete familias, según Carmensa. En la playa dos, en Los Juncos otra, otro tanto en Las Lajas y en la citada Casa de Las Huertas.

Melián logra así la imagen distinta de un Guguy, asociado casi exclusivamente a la acampada, en el que muestra un territorio insoportablemente bello, y donde nunca amanece para vengar esa ausencia por unos atardeceres quedan nombre y sentido a la exposición, Las luces del oeste.

Compartir el artículo

stats