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Los lunes del huevo duro de San Vicente Ferrer

Valleseco celebra el día grande de su patrono con la misma receta de siglos - La feria concentra lo mejor de las gallanías del Norte

Los lunes del huevo duro de San Vicente Ferrer

Tito Santana se ha presentado en la carpa de la plaza de Valleseco con un perolón de respeto y dos cajas de huevos. La diferencia entre un clásico cartón comercial y una caja de huevos es que la primera acarrea doce unidades y la segunda 350, de ahí que Tito Santana sume 700 huevos de una echadura.

Y es que ayer, en una localidad metida en tanta bruma y garuja que de las bocas salían humos sin necesidad de tabaco, se celebraba al patrono San Vicente Ferrer, como ocurre todos los lunes que caen justo a mitad de mayo, un jolgorio que se celebra entre otras variadas novelerías con una ingesta discrecional de huevo duro.

Este periódico tuvo acceso a Tito Santana, ubicado entre vapores bajo la lona de guarecer, para tratar de indagar con ánimo científico en la razón de tal sofisticado condumio en jornada tan señalada. Para contextualizar hay que subrayar que el hombre nació hace 70 años en Lanzarote, que no la isla, sino el barrio alto de Valleseco, y que ha visto progresar el fenómeno desde que no pintaba bigote, remontándose a una época en la que "los bares eran pocos, las carnes menos y el pescado inexistente, pero el gusto por las copas más o menos el mismo porque se chupaba ron como el demonio".

Existía pues una evidente descompensación entre el menguante aporte proteínico de las personas y el creciente incremento etílico, lo que se vino a paliar sancochando lo único que al parecer abundaba en casas y gallanías.

"Días antes de la fiesta, se iba coleccionando los huevos de casa en casa. Caiga usted en la cuenta que antiguamente no habían perritos ni bocadillos modernos de los que hay ahora y desde que se acababa el pisco carne y las papas, iba todo el mundo a hincharse a esto", indica Santana cogiendo una unidad pasada por el hervor, acompañada por un salero para que el romero consumidor se prepare el plato en la mano.

Una vez entullido el huevo, lo siguiente que toca hacer en el lunes grande del santo patrono es observar y comentar lo que se ve en la feria de ganado, el otro gran clásico de aquellas medianías. Allí está lo mejor de cada alpendre, en un solar expedito que ha quedado por urbanizar frente al auditorio Don Juan Díaz Rodríguez.

Son más de cien cabezas repartidas en vacuno, caprino y ovino, a la que hay que añadir las de los ganaderos, lo que suma una tonga de testas y cachorros.

Como la de Juan Francisco Ortega, de Fontanales, "término municipal de Moya", como el propio Ortega especifica.

El señor Ortega lleva más de 48 horas de jaleo ferial, porque el domingo se personó cargado de toros y vacas en San Isidro de Gáldar, y regresó, descargó, lavó, volvió a montar y estibar dos camiones para hacer lo propio en Valleseco.

Ahora está con un fuchi fuchi y un peine limpiándole el rabo a una novilla, "porque ya vienen los veterinarios a enjuiciar". Cuando termina con la peluquería les deja la cola a sus catorce animales en perfecto estado de revista, tal cual la melena de la Nancy antes de salir de la caja. Aún así le da tiempo para ilustrar sobre el trasunto de una cabaña de 50 animales con los que trata de prosperar en un sector a la baja, muy sacrificado y del que al parecer no tiene escapatoria: "¿ahora adónde voy?, ¡no tiene más que mirar el paro que hay entre periodistas!"

Toca pasarle el fuchi fuchi a Niño, un toro que de grande amenaza con salirle de las lindes de la localidad. Es un toro frisón, de los que vienen vestidos como un dálmata y que arroja en la báscula más de 1.400 kilos, "o puede que 1.500 kilos", según tasa al ojo Juan Francisco Ortega.

Niño está arrasando en las ferias, tanto es las de la temporada pasada como, se barrunta, en las que quedan por venir. Juan Francisco pide a la visita que le empuje los cuartos para recolocar al animal a efectos fotográficos, y por más que se empuja el toro ni se entera, de tanta es la longitud entre el trasero y el cerebro. O quizá por el idioma, porque Niño atesora, según explica Ortega con entusiasmo, "genética americana, un Manifold comprado en Canadá, por 60 euros, que es lo que costó el bote de semen. Estuve pidiendo más", indica, "pero no les quedaban dosis".

Los asombros de aquél solar no acaban aquí. Por detrás asoma Manuel Ruiz, de 63 años, natural de Arucas, que viene acompañado de Charco, un cabrón en toda regla que ya ganó de machorro "casi todos los premios el año pasado", para presentarse a partir de ahora como ´senior´, con el que apunta que creará "celos y envidias", entre el resto de los compadres, tanto a sus iguales cabrones, como entre el personal ganadero propiamente dicho. Manuel Ruiz saca la genealogía de Charco como el que está hablando del blasón de los Borbones, ya que lleva "un libro de familia" en el que apunta cosas como que el animalito es hijo "de un macho berrendo de los Moreno de Los Giles, y su madre fue hija de una cabra, Careta, de Ramón Ortega de Aldea Blanca que también fue primer premio".

Tanto ha hilado en el propósito que de su alpendre han salido siete machos a la Facultad de Veterinaria, "a sacar semen", que es la segunda vez en el día que se nombre lo que parece la sustancia más preciada del lugar.

El asunto es que con Ruiz no se escapa nada, y allí donde el incauto observa unas tetas hartas de leche él describe "la ubre en forma de ´óndula", que hace perfecto al ejemplar, máxime cuando "ves que las patas traseras no se traban ni se camban" a pesar de semejante obstáculo. Pero no todo iba a ser maravillas con Peona, que es como se llama la princesa con motivo de su alegre capacidad de achicar gas por donde arranca el rabo, en una caterva de explicaciones suficientes como para tomar por la palabra a Tito Santana y empezar a "chupar ron como un demonio".

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