"El mar de plásticos abatidos que se pueden observar en el sureste de Gran Canaria demuestra las consecuencias de los monocultivos en Gran Canaria", advirtió ayer el presidente del Cabildo, Antonio Morales, quien insistió en defender la pervivencia del tomate, pero también en diversificar la economía, en el 130 aniversario de este cultivo de exportación celebrado en Vecindario, Santa Lucía.

En este encuentro participaron, entre otros, José Juan Bonny, presidente de Fedex; Mario Cabrera, presidente de la Comisión de Agricultura del Parlamento canario; Abel Morales, viceconsejero de Sector Primario de Canarias; Juan Estárico, consejero de Agricultura de Fuerteventura; y Dunia González, alcaldesa de Santa Lucía, que, al término de la charla, no solo recorrieron con interés las instalaciones del Museo de la Zafra, sino que alguno hasta se encontró en las antiguas fotos.

Morales, en su disertación, explico que esa misma política de monocultivos es la de las también fracasadas con "la cochinilla, el azúcar y el tabaco, y todo apunta a que, si no lo remediamos, va a pasar también con el tomate".

Por ello pidió apoyarse en las nuevas tecnologías, combustibles y productos alternativos "para ir poco a poco sustituyendo las actividades del tomate, que tiene que seguir ocupando un puesto importante porque aún tiene posibilidades enormes".

Un grupo de británicos comenzó a plantar tomates en Gáldar allá por 1881, pero la experiencia fracasó, y fue en 1885 cuando plantaron en el sureste con el fin de cargar los barcos carboneros que se volvían vacíos y resultó ser todo un éxito.

Pronto cambió el paisaje y hasta la demografía de Gran Canaria y nació una marca, Canary tomatoes, que es toda una institución en lugares como Reino Unido, Holanda y los países nórdicos, de hecho una buena parte de los 10.000 visitantes anuales del Museo de la Zafra son turistas atraídos por las raíces de este fruto tropical con el que se han criado.

Pero tras el esplendor de mediados de los 90, cuando empleaba a casi 40.000 personas sin contar la mano de obra ligada a la producción de plásticos, mallas, pallets, abonos o sistemas de riego, empezó a precipitarse un declive que no ha dejado de disminuir. Tanto, que se ha pasado de las 240.000 toneladas de la 2002 a apenas 50.000, mientras la superficie ha caído de 4.500 hectáreas a solo 1.000.

El estado de los invernaderos muestra la depresión de un sector "que se resiste a morir", según el presidente insular, y que ha visto cómo la falta de control en aduanas que ha permitido la entrada de virus implacables y dañinos, la competencia de Marruecos, la exportación peninsular y los incumplimientos de ayudas aprobadas han quebrado sus expectativas de futuro. Las presiones sociales, políticas y empresariales han intentado paliar la situación con instrumentos de financiación y protección, pero han quedado en papel mojado a causa de un "peligroso cóctel de desidia, incompetencia e irresponsabilidad", concluyó.