¿Cómo es su personaje en '1898. Los últimos de Filipinas'?

El personaje que interpreto es el capitán Enrique de las Morenas, que es el máximo rango militar que hubo allí. Creo que es un buen militar, que toma buenas decisiones y es, de hecho, quien toma la decisión de encerrarse en la iglesia de Baler, porque es el único lugar donde poder estar. Al fin y al cabo, ellos son 50 hombres, mientras que los demás pueden ser alrededor de unos mil o dos mil, no sabemos cuántos. Y a partir de aquí, empieza realmente la historia que todos conocemos, que fue aquella reclusión que se prolongó durante casi un año. Yo creo que hay una diferencia con respecto a la película antigua, la de Antonio Román, que fue hecha en otra época, en otro mundo, con un tono de ensalzamiento nacional. Realmente, las películas no tienen nada que ver.

¿Cree que es necesaria una revisión fílmica de esta etapa de nuestra historia?

Creo que está bien revisar esta historia hoy en día para hacer una película más real, en el sentido de plantearse qué les ocurrió realmente; qué debía de pasar ahí dentro y, sobre todo, qué debía de pasar desde el punto de vista humano porque, además de los rangos, son personas. Una película que hace ver cómo sufrían, el miedo que tenían, quién desertaba, si debían matarle o no; además, hacían sus necesidades ahí dentro, convivían en todo momento, casi no comían, había muchas enfermedades y miedos, y se establecían distintas relaciones entre ellos. Creo que todo eso es muy bonito y que provocará cierta empatía en el espectador, porque cada personaje revisa una parte de la historia de España desde una perspectiva más actual.

¿Cuál es el enfoque narrativo de la película a nivel de bandos?

Esta película está relatada desde el punto de vista español, absolutamente. Por lo tanto, los filipinos son los zagalos, los que nos atacan, los malos. Y aunque dicen alguna cosa con cierta lógica, como el hecho de que la guerra hubiese terminado, veremos si los españoles lo aceptan o no, y veremos que unos sí y otros no, y que cada uno juega un papel determinante.

¿Enrique de las Morenas desconoce que la guerra entre España y Estados Unidos, en realidad, ya había finalizado?

No, no, ¡claro que no lo sabe! Por eso digo que creo que toma las mejores decisiones, para sufrir el menor número posible de bajas, pero nunca sabe exactamente qué es lo que está pasando y, de hecho, mi personaje termina sin saber exactamente lo que está pasando. ¡Y hasta ahí puedo contar!

¿Cuál diría que es la máxima de este personaje?

La máxima de este personaje es hacer el trabajo que ha ido a desempeñar a Filipinas, y ese es un trabajo militar. Por lo tanto, tiene que tomar una serie de decisiones para salvaguardar las vidas de todos esos hombres que, en realidad, son críos, y que están a su cargo. Mi personaje es el responsable de sus vidas y pretende hacer lo mejor para defender la plaza.

¿Cómo vive esa reclusión de 337 días?

Cuando mi personaje llega a Baler, lo hace como un buen capitán, que está en la retaguardia, por lo que siempre está defendido, y no en primera línea pegando tiros. Por eso, no creo que sea un cobarde, sino que ejerce su papel. Es más, yo diría que es un papel casi político. ¿Y qué sucede dentro de la iglesia con el capitán? Pues suceden muchas cosas. Él tiene su propio mundo, tiene a su familia en España, de manera que lo que realmente quiere es, tarde o temprano, volver vivo a su casa y recuperar su vida. Lo que imagino sobre este capitán es que pretendía tener cada vez emplazamientos más amables.

¿Cómo construye usted sus personajes, sobre todo, en este caso, que se trata de un personaje histórico real?

Los actores podemos decir más o menos tonterías cuando se nos hace esta pregunta pero la respuesta es, básicamente, con el guión. Nunca suelo fijarme en películas anteriores ni suelo mirar otras actuaciones para basarme en la mía. Pero luego es verdad que yo propongo cosas. En este caso, como mi papel es secundario pero, hasta cierto punto, con protagonismo, yo propongo cosas muy claras, pequeñas y puntuales, que creo que aportan a cada escena. Creo que, cuando te entiendes con el director, se trata de aportar algo más a la película -no de pedir más papel, eso nunca-. Y con Salvador Calvo me he entendido muy bien, francamente bien, y cuando eso ocurre, uno se va contento a casa. Yo soy actor; me guste a mí más o menos, la bestia va como va, y yo soy actor. Por lo tanto, cuando disfruto con un director, me lo paso bien, rodamos buenos planos, porque creo que alguno bueno ha salido, y disfruto y me lo paso bien.

¿Su balance acerca del trabajo con Calvo, en su debut cinematográfico, es positivo?

Creo que el director, como el actor, tiene que ser permeable y, en este sentido, Salva tiene las cosas claras y, a la vez, creo que cuenta con un muy buen elenco como para escuchar también lo que el otro opine, y decir que sí o que no con claridad. Con todo esto, yo estoy muy contento con Salva.

¿Cómo ha vivido la experiencia de volver a filmar en las islas, después del rodaje de Felices 140

Me encantan las islas y las conozco casi todas, pero aún me faltan La Gomera y Fuerteventura. En unos días, cuando termine este rodaje, me voy a Lanzarote una semana, a casa de un amigo. Me parece que estas islas son una maravilla. Cada una es de su padre y de su madre y eso es curioso, pero son muy bellas, y la gente es muy amable, y hablan muy bonito. Para mí, Canarias es el intermedio entre Latinoamérica y España, y yo amo profundamente ambas. Yo no creo mucho en eso de las energías pero, bueno, todo tiene una energía, ¿no? Y creo que estas islas son muy potentes enérgicamente, y que tienen algo muy bestia, muy radical y muy bonito.