Ha recordado en su discurso que conoce el Jardín Canario desde niño. ¿Qué significa este premio para usted?
Soy hijo de un trabajador y durante 60 años he vivido en este jardín. De niño acompañaba a mi padre cuando esto se construía. Desde que empecé a estudiar la carrera tenía claro que mi objetivo era poder trabajar aquí algún día. Le he dedicado cuarenta años como trabajador, lo que compaginé con la actividad política como diputado y concejal. En cierta medida puse esos cargos al servicio del jardín y del cuidado del medio ambiente. He tenido la suerte de desarrollar toda mi vida laboral con David Bramwell y creo que he sido un eficaz colaborador, echándole una mano en las partes en que él podía complicarse por su propia vehemencia a la hora de hacer las cosas. Yo suavizaba las relaciones con las autoridades cuando había momentos de tensión.
¿Qué futuro le espera al Jardín Canario? ¿Puede crecer más?
Tiene todavía muchísimo potencial. No le estamos sacando todo el rendimiento. Este jardín es sí mismo es un valor añadido a la isla. La mayor parte de los grancanarios, cuando viene alguien de fuera y queremos enseñarle un sitio bonito, los traemos aquí. Todos los días vienen cientos de turistas que lo admiran y lo valoran, pero hay que buscar fórmulas para comercializarlo mejor.
¿Y en la investigación?
Tenemos un potencial inimaginable, pero dependerá de los fondos y del personal. Ahora tenemos un joven director, experto en biología molecular, y ahí hay un campo inmedible.
¿Cómo era Sventenius?
Lo conocí desde pequeño, pero el vivía en Tenerife y no tuvo relación directa con el Jardín hasta 1971. Era un sabio sueco que estaba siempre de pateo por todas las islas recogiendo plantas. Venía una vez en semana y le daba las instrucciones a mi padre y a Pepito Alonso. Era un hombre enigmático, en mi percepción de niño algo huraño. Estaba volcado en su trabajo, siempre vivió en sus jardines.
