Si es cierto que el cine tiene algo de mágico, Santa Lucía se ha convertido para siempre en un lugar tocado por ese embrujo. El rodaje de la película 1898. Los últimos de Filipinas concluyó ayer miércoles tras dos meses de intenso trabajo y lo hizo con una cena de despedida en la que el equipo, ya sin tener que preocuparse del despertador para el día siguiente, pudo disfrutar de cuatro corderos lechales preparados con esmero por el cocinero del grill Hao, Román López, el mismo que durante muchos días les preparó los almuerzos.

Lejos queda ya aquel desapacible día -"El más frío, feo, gris y ventoso", recuerda López entre risas- en el que la business affair Victoria Sabroso y su equipo llegaron por primera vez a Santa Lucía preguntando por los dueños de una finca situada a la entrada del pueblo. "Nos habíamos parado en un palmeral y nos enamoramos del sitio", rememora esta canaria encargada por la productora de Enrique Cerezo de encontrar la localización y facilitar la tramitación de los permisos. Habían llegado hasta aquí casi de rebote, después de que el plan de rodar en Teror se viera truncado por las restricciones medioambientales de la finca de Osorio, pero ahora preferirían no tener que marcharse del lugar.

Salvador Calvo, director de la película, no tiene dudas: "La verdad es que ha sido un placer muy grande estar aquí. El pueblo se ha volcado con la película, han tenido una paciencia infinita con nosotros", asegura poco antes de enfrascarse en la última jornada de rodaje. Se refiere a situaciones que a priori podían haber resultado incómodas, como las escenas nocturnas con disparos o los cortes de carreteras, pero que los habitantes de Santa Lucía han vivido con absoluta normalidad, como si la calle Tomás Arroyo Cardoso fuera el mismísimo Hollywood Boulevard.

Esa tranquilidad de los santaluceños ha sido, en realidad, el agradecimiento por darle vida a la zona alta del municipio durante unos meses en los que suele resultar más complicado encontrar trabajo. "Aquí han dado empleo hasta a la costurera", comenta Mary Rodríguez, que gracias al rodaje ha podido tener trabajo durante unos meses como camarera para atender a los participantes en la producción.

Los restaurantes han hecho el agosto en una época que habitualmente suele ser de temporada baja. "¡Que vengan más películas!", reclama Antonio Vega, propietario del restaurante Casa Antonio, que el pasado viernes dio de comer en su establecimiento al productor Enrique Cerezo, recién llegado desde Madrid para supervisar la película. Junto a los establecimientos de hostelería, los alojamientos han sido los otros grandes beneficiados: "Han sido dos meses de bastante ajetreo, pero la experiencia es fantástica", reconoce Paco García Araña, propietario de una de las casas rurales alquiladas por el equipo. "Todo el mundo ha salido ganando", remata.

Desde el Ayuntamiento también se muestran satisfechos por el rodaje: "Ha sido una gran proyección para la zona alta del municipio", destaca Francisco García, cuarto teniente de alcalde de Santa Lucía, que vaticina que "la proyección será aun mayor cuando la película llegue a las salas de cine". Para el político, la protección del entorno ha sido fundamental a la hora de convertir el pueblo en un plató: "Siempre hemos protegido nuestro entorno y una de nuestras banderas son los palmerales".

Apagados los focos, ahora ya sólo queda desmontar los decorados mientras el grueso del equipo regresa a Madrid, unos de vacaciones y otros para terminar el montaje. En el pueblo sólo quedará durante unas semanas más Marcos Calzolari, del equipo de producción, que se convertirá en el último de Santa Lucía para conseguir que todo vuelva a la normalidad, aunque después de esta experiencia aquí todos saben que nunca nada volverá a ser igual.